viernes, 26 de febrero de 2016

El papel del toscano en el estereotipo del antiguo inmigrante italiano

Las migraciones masivas suelen ser procesos bastante traumáticos, tanto para las poblaciones emigrantes como para aquellas que habitan en los países receptores.  Si se prolongan en el tiempo (como ocurrió en la Argentina,  que fue receptora durante casi un siglo),  sus efectos más dolorosos van mitigándose conforme las nuevas colectividades se integran de manera progresiva a la vida social, cultural  y económica de su patria adoptiva.   En concordancia con dicha  evolución,  ciertos  rótulos  y    estereotipos inicialmente    prejuiciosos  o peyorativos se transforman en  motes  que denotan afecto y empatía.  Un típico caso es el apelativo tano aplicado a los italianos (1), que hasta 1900 tenía una clara intención de menosprecio  y discriminación,  pero  que luego se convirtió en un sinónimo cariñoso del verdadero gentilicio peninsular. Lo mismo podría decirse del gaita o gallego para los españoles, o del turco para los árabes de cualquier procedencia.


Así, los usos y costumbres de cada pueblo dan lugar a figuras arquetípicas que permanecen largo  tiempo  en  el   ideario popular. Por ejemplo, el español de cejas gruesas que trabaja en la gastronomía o posee un almacén  constituye una figura reconocible para cualquier argentino, sin importar que los mozos de hoy ya no sean españoles ni que los almacenes hayan desaparecido de los grandes centros urbanos.  Algo similar ocurre con el italiano que come pasta y pizza, bebe vino Chianti y usa un tupido bigote tipo mostacho, a pesar de que todo eso dejó de ser así hace mucho tiempo.  Digamos que tales estampas continúan vigentes sólo en el caso de los personajes  teatrales,  las caricaturas  y  otros  tipos  de representaciones de ficción, aunque siguen siendo muy fáciles de reconocer. ¿Por qué? Muy simple: porque lograron perpetuarse en el subconsciente colectivo más allá de su propia validez temporal.


Pero semejantes perfiles eran reales y palpables hace ochenta o cien años, cuando miles de europeos vivían e  interactuaban de manera cotidiana en nuestra sociedad.  En  los decenios anteriores y posteriores al novecientos, las figuras recién delineadas podían observarse diariamente transitando por las calles de pueblos  y  ciudades argentinas. Siguiendo la línea,   hoy queremos traer a colación  el papel del cigarro toscano dentro del paradigma del inmigrante italiano de los viejos tiempos. Y para hacerlo nos vamos a sustentar en algunos testimonios artísticos atesorados según el medio más eficaz de preservación visual: el celuloide. En efecto, dos viejas películas nacionales demuestran  que el cigarro de nuestro interés estaba estrechamente ligado a la personalidad  itálica de la época. Las dos obras se remontan a la década de 1930, que es el período más lejano en que se pueden ubicar filmaciones sonoras con calidad razonable.


La primera cinta es Riachuelo (1934), protagonizada por el entonces bisoño actor cómico Luis Sandrini.     Como   su nombre sugiere, el argumento transcurre en La Boca, barrio bien versado en cuestiones migratorias originarias de Italia. Prácticamente  la primera escena nos muestra al intérprete de marras saliendo de su reducto clandestino (un pequeño remolcador amarrado en la Vuelta de Rocha) y dispuesto a ganarse  la  vida  haciendo la calle,   tal  cual  lo  dicta  su profesión de “descuidista”. A los pocos metros se encuentra con un italiano que calza perfectamente en el estereotipo del que hablábamos: rechoncho, de gruesos bigotes con puntas alzadas,  vestido de modo llamativo para la época  y,   por supuesto,  con su humeante toscano en la boca.  Gracias a un rápido  y  casi artesanal movimiento,   el protagonista le sustrae un vistoso reloj de cadena  que  cruza  por  su abdomen. El último cuadro de la escena expone el rostro sorprendido del inmigrante al notar la falta de la joya, todavía con el toscano entre sus labios.


La otra película es la versión original de Así es la vida (1939), donde podemos apreciar a las legendarias figuras del séptimo arte vernáculo Enrique Muiño, Elías Alippi y Enrique Serrano. Este  último  encarna  a  un  peninsular  de  buena  posición económica que invierte en la próspera actividad de los terrenos vendidos  de acuerdo al sistema de loteo.   Al final de una de esas operaciones se lo ve entrando exultante a  la  oficina  de sus amigos,  y desde luego que en su porte no está ausente el eterno  sigaro  toscano,   tal cual era costumbre  entre  sus connacionales.   La  secuencia específica  es   corta  pero suficientemente elocuente respecto a la presencia e  identidad del cigarro en cuestión, ni más ni menos que el más importado, fabricado, vendido y consumido en estas tierras desde 1890 hasta 1970.


Hace tiempo habíamos visto algo sobre los toscanos en el cine patrio, pero esta vez hicimos hincapié en la profunda raigambre de su consumo y el papel destacado que tenía entre la colectividad que nos ocupa. Porque en la Argentina del ayer, los italianos no sólo eran reconocidos por su manera de hablar o de vestir, sino también de comer, beber… y fumar.

Notas: 

(1) Originalmente se aplicaba sólo a los provenientes del sur y en especial de Nápoles (por napolitano), pero luego fue extendiéndose a toda la nacionalidad.  En la segunda mitad del siglo XIX, a los italianos del norte (sobre todo genoveses)  se  los  llamaba bachicha por la fonética cerrada que empleaban al declarar el nombre Battista (Bautista). Dicha gracia era extremadamente común en la Liguria y el Piamonte, tanto sola como en sus formas compuestas Giovanni Battista, Giovan Battista Giambattista (Juan Bautista). 

lunes, 1 de febrero de 2016

Dos centenarias joyas fotográficas sobre la fábrica de Campana

El 4 de enero de 2013, apenas tres días después de haber iniciado este blog, subimos una entrada relativa a la fábrica de toscanos que funcionó en la ciudad bonaerense de Campana durante  el  segundo  decenio  del  siglo XX.   El  establecimiento,  llamado Resistencia en sus comienzos, supo pertenecer a los socios fundadores Pilade Stecchi, Francisco Barbero y Luis Comelli, quienes iniciaron las actividades mediante un contrato celebrado el 25 de mayo de 1911. Gracias a una extensa investigación realizada por un habitante de esa ciudad  (1)  y publicada en el diario La Auténtica Defensa,  logramos acceder a numerosos datos históricos sobre las características y el funcionamiento de tan notable factoría.  Más  adelante, independientemente de esta primera fuente,  pudimos ubicar una solicitud para el registro de la marca Solferino, creada por los socios Barbero y Comelli cuando Stecchi decidió retirarse de la sociedad,  en  1913,  ya que el rótulo Resistencia era de su propiedad.


No hubo más novedades al respecto hasta hace pocos días, pero un vistazo a la fuentes del tráfico que recibe nuestro espacio virtual me llevó a cierta página de Facebook que se denomina Historia de Campana (2). Y allí encontré dos joyas gráficas que responden muchos de los interrogantes hasta ahora pendientes.  La primera fotografía, que reproducimos a continuación, muestra el frente de la fábrica en su emplazamiento coincidente con la esquina de las calles Mitre y Castelli de esa ciudad (3).  La  parte visible de las leyendas sobre el frente del edificio indica de manera bastante manifiesta las palabras TOSCANOS RESISTENCIA, lo cual despeja cualquier duda sobre la autenticidad de los documentos.  El numeroso grupo que posa ante el fotógrafo,  de abrumadora mayoría femenina,  parece estar compuesto por empleadas  y/u  operarias retratadas en forma previa o posterior a su horario laboral, ya que visten ropas de calle en todos los casos.


Y si quedaba algún espacio para la incertidumbre, la segunda imagen no solamente termina de aclarar por completo la situación , sino que además constituye uno de los vestigios visuales más notables sobre la antigua industria toscanera argentina que he logrado ver hasta el día de hoy. En ella apreciamos una espaciosa sala donde alrededor de cuarenta mujeres se encargan de confeccionar los toscanos en sintonía con el  típico método artesanal , insustituible en esa época. Sin embargo, una mirada detallada da cuenta de muchas otras cosas, empezando por la niña que está en el “pasillo” del medio sosteniendo una jarra de color claro, similar al  de las tazas dispuestas en cada uno de los pupitres. ¿La explicación? Desde luego que no tengo la certeza plena, pero lo más lógico indicaría que se trata de sendos recipientes llenos de la goma vegetal líquida utilizada para pegar las hojas que cubrían los cigarros. La niña, por lo visto, sería la encargada de reponer constantemente el material en las tazas de sus compañeras ubicadas sobre los márgenes internos de la hileras (4).


También vemos cajones de madera colocados en el piso junto a las dos trabajadoras sentadas en primer término, quienes parecen realizar el control de calidad que precede a la colocación de las piezas en dichos cubículos.  En  principio,  ateniéndonos a todos los registros disponibles sobre el proceso de producción tradicional, no debemos pensar que éstos eran depositarios finales del producto, sino contenedores provisorios para llevar los toscanos  aún  frescos  y  húmedos a las estufas de leña que completaban  la  fase  del secado y el estacionamiento. Finalmente nos preguntamos si entre los masculinos adultos parados en ambos flancos no estarán los mismísimos Stecchi, Barbero y Comelli. Dado el carácter formal y documental que aparenta tener la toma, la presencia de los dueños de la empresa es una posibilidad bastante lógica.


Ya lo habíamos dicho: en los años de oro de la actividad, nuestro país llegó a contar con una cantidad de firmas dedicadas a la elaboración de toscanos cuyo número exacto aún desconocemos, pero que cada día nos resulta mayor. Y en esa lista no sólo se encuentran las  grandes  y conocidas,  sino también decenas de fábricas pequeñas, talleres minúsculos  y  cigarrerías minoristas con elaboración propia,  muchas  de  ellas (quizás la mayoría) establecidas en pueblos y ciudades del interior.  Miguel Campins en Tucumán,  Emilia de Forte en Rafaela, La Honradez en Colón (ER), Peirano Hermanos en San Nicolás  y  la propia Resistencia de Campana, son algunas de ellas. ¿Seguiremos corriéndole el nebuloso velo del tiempo a otros establecimientos? Siempre confiamos en ello, porque sabemos que las fotos, los documentos y los testimonios están allí, en alguna parte.  Sólo  hace  falta  sondear, investigar y estar atento. Y para eso estamos nosotros en Tras las huellas del Toscano.


Notas:

(1) El señor Ángel García.
(3) Inicialmente habíamos tomado como domicilio un probable anexo de la librería El Progreso, de Luis Comelli (Rivadavia 140), según lo sugerido por el autor del artículo.
(4) Las operarias sentadas del lado de la pared no cuentan con tazas entre sus utensilios de trabajo, ya que parecen estar efectuando un tipo de tarea diferente.

viernes, 8 de enero de 2016

Salvador León, el español que hacía toscanos

Hacia fines del siglo XIX, la industria argentina del tabaco estaba dominada por los empresarios de origen español, quienes poseían más del  60%  de los establecimientos manufactureros. No obstante, el fundamental eslabón del consumo tenía como protagonistas a los italianos, que eran amplia mayoría entre la población extranjera (1). No resulta extraño  entonces  que  muchas  fábricas  manejadas  por hispanos incluyeran al toscano entre su producción regular, toda vez que los puros de estilo peninsular  -importados o nacionales-  se alzaban con el mayor volumen de ventas. Según cifras estimativas que  hemos  podido elaborar a partir del trabajo del profesor Luca Garbini, en un período demostrativo correspondiente al segundo semestre de 1895 y el  primero de 1896, la Argentina importó unos 40 millones de cigarros italianos,  de los cuales 32 millones correspondieron específicamente a toscanos (2).  Por ese entonces,  la elaboración nacional aún no equiparaba tamañas cifras (harían falta dos décadas para eso), pero calculándola en un modestísimo 25% de su equivalente  importado y sumándola a éste tenemos una cifra total que ronda los 50 millones de unidades, y que se encontraba en constante aumento.


La Guía descriptiva de los principales establecimientos industriales de la República Argentina del año 1895, que tanto nos ha servido como fuente de información histórica, ofrece un excelente ejemplo del establecimiento en el que se mezclaba la antigua tradición tabacalera española con los más arraigados artículos italianos del fumar. Se trata de La Buenos Aires, casa sita en Rivadavia 1549, muy cerca de lo que hoy conocemos como “Congreso”, aunque en realidad pertenece al barrio de San Nicolás en su límite con el de Monserrat (3).    El   texto comienza asegurando que “esta fábrica, que  fue establecida en 1889, ha sido reformada en sus directores desde el 1°de enero bajo la razón social de Salvador León y Cía., de la que forman parte hoy los señores Salvador León y don Gonzalo Perea,  como  socios  activos solidarios, y don José León Crespo, como socio industrial”. Más adelante brinda algunas precisiones sobre la envergadura de la planta, cuyo local “ocupa un área de 80 varas de fondo por 20 de frente” (4) con un galpón aislado al que denomina “sala de máquinas”. Estas se componen de “dos picadoras de tabaco alemanas de últimos sistema,    un secador con ventilador a vapor,  una curiosa (sic) máquina para fabricar el rapé,   un cernidor a vapor y una prensa para extraer nicotina”, entre  otras.  También puntualiza que el personal está compuesto por cincuenta personas, entre obreros y empleados administrativos.


Pero lo que más nos interesa es la mención bien precisa  de  “dos  estufas  para  secar  cigarros italianos”, que no deja dudas sobre la elaboración de toscanos, Cavour y Brissagos, tan de moda en ese entonces.  Ahora  bien,  después de  tanto  énfasis puesto en este blog en cuanto a la identificación de viejas fábricas toscaneras en manos italianas, un emprendimiento de clara estirpe española  parece fuera de lugar,  pero esa es una visión de lo más errada.   Muchos cigarreros de la época  –sin distinción  de  nacionalidad-  habían “captado” la tendencia,   lo que los hizo dedicar parte de sus esfuerzos industriales en la confección del toscano y sus compañeros de género. Los cigarreros nativos de  Italia  llevaban la delantera por las obvias razones de afinidad, tradición y conocimiento, pero los españoles (tan numerosos en el ramo, como hemos visto) no se quedaron atrás cuando empezaron a notar el constante incremento de la masa consumidora que ponía su ojo en el producto de nuestro interés. De hecho, el decenio de 1890 marca el despegue definitivo del toscano y su rápida llegada al podio del cigarro de hoja más importado, fabricado y fumado de la Argentina, que se hizo muy evidente a partir del 900 y se prolongó por los siguientes  setenta años.


Para despuntar ese vicio que tenemos de ubicar personajes de la época con mayor especificidad, buscamos y encontramos  a Salvador León en el censo 1895. El joven acometedor tabacalero, de 34 años, se domiciliaba a pocas cuadras de su empresa (Alsina 1719)  y  vivía junto a su esposa  Dolores, también de 34 años, su sirvienta Antonia García (38) y sus hijos José (10), Mercedes (8) y María Isabel (5).  No tenemos dudas de que se trata del mismo individuo apuntado en la guía industrial, ya que una de las columnas del formulario censal está dispuesta para dejar constancia de la eventual posesión de alguna propiedad  inmueble, y en ella se aprecia  la incontrovertible palabra “cigarrería”. Otra conclusión  que se desprende de los datos apuntados es que León llegó a nuestro país entre 1887 y 1890, ya que sus dos retoños mayores aparecen como españoles y sólo la hija más pequeña es argentina.  El corte de nacionalidades,  entre las niñas de 8 y 5 años, es incuestionable y revelador de sendos  nacimientos antes y después de la migración.


Al parecer, Salvador León  no era cigarrero de oficio sino comerciante, empresario, lo que se dice un “hombre de negocios”. Evidencias posteriores indican que vendió la planta fabril y las marcas a su coterráneo José María León , con lo cual la firma llegó a tener tres leones entre sus directores. Pero este último era un verdadero barón del tabaco, dueño de “La hija del Toro”, poderosa y célebre fábrica pionera en la actividad.   En 1906, el susodicho renovó para sí la marca de cigarrillos Guardias Nacionales, propiedad de La Buenos Aires en 1895 según la guía descriptiva, e incluso llegó a contar con esta última marca entre sus rótulos, la del nombre completo de la vieja fábrica.


Así era el sector del tabaco en aquel entonces: cambiante y dinámico. Y entre tantas historias de fábricas, comercios, publicidades y descripciones pretéritas, aquí estamos nosotros para hallar, cada tanto, algún nuevo dato que nos permita ir construyendo el pasado del cigarro toscano en estas tierras, tal como lo venimos haciendo desde hace poco más de tres años.

Notas:

(1) Exactamente 492.363 personas, según el censo 1895. Ello representaba el 48,9% de los inmigrantes y el12,2% de la población total de la república. Sin embargo, en ciertos lugares concretos como la ciudad de Buenos Aires o la provincia de Santa Fe, tales porcentajes eran mucho mayores y alcanzaban hasta el 30% de todos los habitantes.
(3) La calle Rivadavia marca justamente esa frontera, donde la vereda norte corresponde a San Nicolás y la sur a Monserrat. Recordemos que resulta fácil para cualquier porteño saber de antemano en qué vereda está situada una dirección numérica determinada , puesto que, mirando las calles hacia donde la numeración se incrementa, los pares están siempre a la izquierda y los impares a la derecha. En el caso de Rivadavia, cuya numeración crece hacia el oeste, los números pares están al sur y los impares al norte.
(4) La vara española equivale a 0,83 metros y fracción, lo que da unos 17 metros de frente por 66 de fondo.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Antología de degustaciones: un viaje sensorial por los humos remotos de la historia argentina

Así como la fotografía y el cine nos permiten revivir escenas acontecidas mucho tiempo atrás,  nuestros sentidos del olfato y el gusto son capaces de hacer lo propio en sus respectivos ámbitos. En el caso del tabaco, y  muy especialmente el de los cigarros  “secos”   (que prácticamente no sufren degradación alguna con el paso de los años), la cata de ejemplares antiguos resulta casi una máquina del tiempo instantánea, capaz de retrotraer nuestro cuerpo   y   nuestra  mente  a   las   mismas percepciones experimentadas hace cuarenta, cincuenta o sesenta años atrás.  Los toscanos y demás cigarros otrora denominados genéricamente “italianos” cuentan con esa ventaja de la durabilidad casi ilimitada, sin bien, desde luego, no es nada fácil conseguirlos en sus versiones pretéritas.  Cada vez se hace más difícil adquirir algún veterano y auténtico paquete de los buenos tiempos toscaneros, aunque nuestro espíritu investigativo y perseverante nos ha permitido disfrutar numerosas  joyas de la época de oro en reiteradas ocasiones.



Como no podía ser de otra manera, tomamos abundantes notas e imágenes en cada uno de esos momentos únicos, que fueron puntillosamente volcadas en nuestros espacios virtuales. Contando concretamente lo que concierne a los puros de ascendencia italiana, fueron nueve las ceremonias realizadas con dicho propósito, que no fue otro que sentir, analizar y compartir todo lo que surge frente al encendido y posterior fumada de semejantes portentos.  Por supuesto que la cosa no se agotó en los artículos de tipo vintage,  sino que también incluimos catas de cigarros de producción actual,  pero siempre con el mismo propósito de sondeo histórico.    Dicho  en  otros  términos,  además  de  las averiguaciones bibliográficas,  los testimonios pasados y las viejas estadísticas,  jamás olvidamos la siguiente pregunta fundamental: ¿qué era lo que sentían aquellos olvidados fumadores del toscano, el Cavour o el Brissago? ¿Qué impresiones captaban los millones de inmigrantes y compatriotas que los consumieron tan profusamente en el pasado lejano?


Nuestras degustaciones nos permitieron tener lo que consideramos una buena aproximación al respecto. Aquí las presentamos sintéticamente, con los correspondientes links a las notas completas.

Los últimos Avanti de la CIBA
Cuando este blog aún no existía, realizamos nuestra primera cata de ejemplares antiguos en Consumos del Ayer. Esa primera ocasión tuvo como protagonistas a unos legendarios Avanti (nada más y nada menos) manufacturados por la  Compañía Introductora de Buenos  Aires  en la vieja planta porteña del barrio de Villa Urquiza.     Su   datado corresponde a los últimos años de aquellas instalaciones, a fines del decenio de 1950. http://goo.gl/Zy38gS
Los toscanos ítalo argentinos de la SATI
Apenas un par de meses después volvimos a despuntar el vicio haciendo lo propio con la otra marca mítica del pasado toscanero argentino: Regia Italiana. A la historia de por sí curiosa de estos especímenes se suma su época de fabricación, ubicada en la segunda mitad de los años cuarenta. En efecto, la posguerra europea subsiguiente a 1945 representó el inicio de la elaboración masiva en la fábrica SATI de Villa Real. http://goo.gl/EMHhnm
Los toscanos rosarinos de Fernández y Sust
Todavía en el blog hermano Consumos del Ayer  nos propusimos incursionar en la rica historia de  los  toscanos  que  se  confeccionaban  en  la  ciudad  de  Rosario,  más precisamente los de la marca  Génova  hechos por el establecimiento  Tabacos  Colón,  de Fernández y Sust. Un período de elaboración sito entre 1964 y 1967 fue el marco temporal para disfrutar estos humos provenientes de tabacos y quehaceres 100% argentinos. http://goo.gl/bNZlIA


Sondeando el “vero toscano” del 1900
No fue sino hasta septiembre de 2013 que Tras las Huellas del Toscano inició la saga de crónicas sobre degustaciones. Esta vez no se trató de viejas marcas argentinas, sino de la búsqueda de aromas análogos a los del genuino toscano italiano que nuestro país importó durante casi un siglo, desde 1861 hasta 1945. Para ello recurrimos al Originale, uno de los módulos más selectos dentro de la línea tradicional italiana de hoy. http://goo.gl/NjH9sw
Cavour, el cigarro patriótico italiano que llegó a ser más célebre que el toscano
Siempre afirmamos que el cigarro más popular en la Argentina de nuestros antepasados estuvo asociado a otros puros itálicos que alguna vez fueron tan famosos como él. El Cavour era un producto típico en la Italia decimonónica y su fama se extendió entre la inmigración arribada hasta comienzos del siglo XX. Como ya no se fabrica, recurrimos a unos puros españoles de elaboración bastante similar:  los  Caliqueños  valencianos. Parte 1: http://goo.gl/zqv7R4  Parte 2: http://goo.gl/TOXBpc
Brissago, el curioso cigarro que fue moda en la Argentina de antaño
Si bien es oriundo de Suiza y Austria, el cigarro conocido como Brissago, Virginia o simplemente de la paja tuvo su época de esplendor en las regiones del noreste italiano, como el Véneto. Desde allí llegó a nuestros puertos y pronto alcanzó un renombre similar al del toscano o el Cavour. El inesperado paso por Viena me brindó la oportunidad de adquirir algunos ejemplares que analizamos en Consumos del Ayer.


 










Humo histórico: degustando unos añejos toscanos Flor de Mayo
Volvimos a la urbe rosarina de la mano de otra etiqueta de contraseña para los viejos fumadores patrios. Con una  historia bastante compleja en términos de su manufactura (la marca fue confeccionada simultáneamente por dos fábricas distintas), los toscanos Flor de Mayo hicieron las delicias de muchos aficionados. Por nuestra parte, fumamos unos veteranos  prototipos que se remontan a los comienzos de la década de 1960. http://goo.gl/c2k5Ri
Luchadores y Puntanitos: los herederos el toscano argentino
A pesar de la debacle paulatina que sufrió durante los últimos treinta años del siglo XX, el toscano nacional nunca desapareció.  Bien  al  contrario,  hoy vive una especie de resurgimiento gracias a las dos únicas fábricas que continúan en ese ramo específico. Como homenaje a más de 150 años de consumo toscanero vernáculo, catamos dos de sus respectivas marcas: Luchadores (Heraldo Zenobi) y Puntanitos (Tabacalera Sarandí). http://goo.gl/LtjKmE
Toscanos aromatizados: el reflejo moderno de una tradición antigua
Durante la última etapa del proceso unificador de Italia fueron varios los autores técnicos enfocados en el tema del tabaco. Dos textos, uno de 1862 y otro de 1866, nos muestran viejas recetas para aromatizar y oscurecer las capas de los cigarros típicos de la época. Como reflejo de aquella vieja usanza, degustamos dos modelos de la actual línea italiana de toscanos aromatizados: Toscanello Caffe y Toscanello Grappa. http://goo.gl/dtmA05

 

Finalmente, hace apenas unas cuantas semanas, incluimos un análisis del toscano classico italiano, el rótulo actual de mayor popularidad en ese país y en toda Europa. La lectura de dicha reseña puede observarse un par de entradas más abajo.  De tal manera, con ésta y todas las anteriores nos adentramos en las remotas nubes que poblaban los más diversos ámbitos de la vieja Argentina, desde los comercios gastronómicos hasta los talleres, los barcos, los tranvías, los mercados y los hogares. Y lo seguiremos haciendo, tal como reza el título de este mismo blog.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Actualizando la nómina de antiguas fábricas

Más de dieciséis meses han pasado desde nuestra última actualización del listado de fabricantes de toscanos  en la Argentina entre 1880  y  1970.  Buena  parte  de  ese tiempo  fue empleado para la investigación sobre cigarreros  italianos en el  siglo  XIX que subimos a  lo  largo  de  cuatro  entradas hace pocos meses. En dicha oportunidad señalamos el hallazgo de un par de casos especiales lo suficientemente cargados de evidencias como para incluirlos sin demora en la nómina de manufacturas chequeadas, es decir,  aquellas cuya existencia en el ámbito de los cigarros itálicos comprobamos de modo fehaciente (1). La presente actualización no se agota allí, ya que a ellos se suma  otra manufactura mucho más cercana en el  tiempo  y  también algunos reajustes menores correspondientes a fechas de apertura o cierre, domicilios y demás datos accesorios. Con todo eso alcanzamos un total de 41 establecimientos de existencia histórica irrebatible y actividad toscanera evidente, que sumados a los 41 talleres del censo 1895 (posibles fabricantes, pero no probados al 100%) generan un total de 82 puntos de producción dispuestos a lo largo del pasado nacional, divididos en mitades exactas: seguros y potenciales.
                                            
                                    Hacer click sobre la imagen para visualizar

Los dos casos más antiguos tienen el mismo origen documental  basado  en  fuentes  que  han   sido mencionadas con frecuencia en este espacio, a saber: el sonado juicio de 1898  sobre falsificación e imitación de marcas de fábrica y el censo 1895 en sus versiones industrial  y  poblacional.   El  primer  elaborador  en cuestión es Francisco Quaranta, que aparece dentro del Boletín  Industrial  del  censo  1895  con  su establecimiento sito en la sección 15° de la Capital Federal.   Si tomamos esa única referencia,  la  cosa  no difiere de los otros 40 cigarreros peninsulares encontrados en idéntica situación y que decidimos volcar en un listado aparte por no estar absolutamente chequeados como fabricantes de toscanos, pero hete aquí que el susodicho también aparece en la causa iniciada a finales del siglo XIX por el importador de los toscanos legítimos de Italia (W Paats Roche y Cía) contra la factoría tabacalera La Suiza, de Rosario (2). Aquel litigio tenía como núcleo la falsificación e imitación del toscano italiano genuino, por lo que todos los manufactureros de tabaco involucrados en sus fojas (como  acusados  o  como  testigos)  tienen una inequívoca relación con la actividad de nuestro interés. Y así sucede con Quaranta, que además afrontó su propia querella con idéntico litigante y por motivos similares, tal cual pudimos verificar en una vieja compilación de fallos judiciales cuyas primeras líneas reproducimos en la imagen al costado de este párrafo. Si acaso faltaba alguna prueba más para comprobar su existencia real,  nos topamos otra vez con el personaje en el censo de población de 1895.  Además del nombre  y  la profesión,  todo coincide con lo visto previamente: vivía en la sección 15° junto a su esposa y cinco hijos pequeños. En el mismo domicilio (sin duda adyacente a la fábrica) aparecen varias personas, incluyendo otros tres cigarreros italianos que podrían ser sus empleados  (en  el  Boletín Industrial declara tener sólo dos personas a cargo, pero hay infinidad de argumentos lógicos para explicar esa diferencia). De un modo u otro, no hay lugar para incertidumbres: queda muy claro que Quaranta fabricaba toscanos.


El otro establecimiento pretérito es Didiego Hermanos, mucho más importante a juzgar por los 43 operarios informados en Boletín Industrial 1895 y por el carácter ilustre del apellido,  ya que don Donato Didiego fue uno de los primeros especialistas locales en confección de cigarros italianos  (de hecho, el segundo de acuerdo con nuestra información al día de hoy). Su legendaria fábrica La Virginia fue reseñada aquí hace un par de años (3) y en esa ocasión dimos cuenta de un dato no menor, que es la venta de la firma a los Cónyuges Brambilla en 1894.  Por  lo  tanto, al momento del censo, la familia Didiego no comandaba   los   destinos   de   La  Virginia,   pero evidentemente seguía en la actividad con otra razón social y un nuevo domicilio en la sección 5ª de la ciudad de Buenos Aires. La confirmación final de los datos nos llegó otra vez mediante el censo de población, en el cual aparecen  los hermanos Didiego viviendo en la misma residencia como parte de una familia bien numerosa:  vemos así al propio Donato en compañía de Cleonice y Alfonso, a los que se agrega Santiago Mattia, posible cuñado.  Desde  luego  que  hay  otros  (más hermanos,  hijos,  esposas),   pero   los mencionados son quienes aparecen como titulares de la fábrica en la ficha de industria. Documentos accesorios permitieron además situar la cronología del emprendimiento con bastante precisión entre 1894 y 1925 (4)


La tercera incorporación al listado corresponde a la marca Caminito, producida en la ciudad bonaerense de Campana por La Internacional, de J Harte y A Spano. Cuando visitamos la fábrica Luchador, en el año 2013, Heraldo Zenobi nos habló de esa razón social,  pero no tuvimos más noticias de ella hasta que encontramos varias imágenes de sus marquillas en la web del   C.P.C.C.A.   (Cigar Pack Collectors Club of Argentina). Reproducimos la más antigua (1967) considerando que se trata de una de las últimas fábricas del ramo en desaparecer, más precisamente hacia 1992.


El contraste de épocas entre los establecimientos que mencionamos hoy no deja de ser un signo del éxito del cigarro toscano en la Argentina:  fábricas de fines del siglo XIX  y fábricas de fines del siglo XX. Una centuria  de diferencia, pero con el mismo espíritu del puro potente y aromático, el más exitoso que haya conocido la costumbre nacional de fumar.

Notas:

(1) Además de los medios de comprobación más inmediatos y evidentes (hallazgo de marquillas, publicidades antiguas, menciones en catálogos industriales, etcétera), otros indicios también son útiles para lograr el necesario grado de certeza.  Los casos de Quaranta y Didiego Hnos. representan perfectamente un modo menos directo -pero igualmente válido- de encontrar antiguas fábricas y considerarlas 100% verificadas.
(2) Hace un par de años hicimos una entrada sobre el tema en Consumos del Ayer bajo el título “Cigarros en tela de juicio”: http://consumosdelayer.blogspot.com.ar/2012/12/cigarros-en-tela-de-juicio.html
(4) La web del CPCCA ofrece abundante prueba documental sobre la permanencia posterior de la familia en el negocio con distintas razones sociales  y  domicilios. Posiblemente,  la confección de toscanos haya sido abandonada a comienzos de los años 1900 para continuar exclusivamente con los cigarrillos. http://www.cpcca.com.ar/cma/fab/FAB.HTM

jueves, 19 de noviembre de 2015

Classico, el toscano popular italiano desde 1930

Además de las variantes típicas al estilo Classico, Extra Vecchio o Antico,  el toscano italiano de nuestros días está representado por  un  número  de  prototipos   y etiquetas que ha venido creciendo geométricamente durante los últimos años. Hoy por hoy pueden contarse más de treinta presentaciones diferentes para el mismo producto genérico, que  incluyen  partidas  limitadas, elaboraciones   especiales,   nuevas   esencias   del segmento aroma (1) e incluso algunos tipos francamente estrambóticos,    como cierta  línea  enfocada  en  la combinación del tradicional relleno de tabaco Kentucky con capas de orígenes foráneos tipo Brasil o Sumatra. No obstante, tal cual señalamos en alguna oportunidad, el toscano peninsular supo ser un artículo indivisible desde su creación a comienzos del siglo XIX hasta bien entrada la centuria siguiente.  Dicho  de modo  sencillo, pedir un sigaro toscano en la vieja Italia implicaba pedir algo muy concreto, sin jerarquías de calidad, elaboración, añejamiento o precio, ya que se lo fabricaba, vendía y consumía en un único modelo.


Pero el frenesí mercantil tan propio de la modernidad hizo que    el Monopolio di Stato decidiera relanzar el producto en 1930, renovando la imagen con un packaging específico y uniforme. Bajo la sencilla marca Toscani (plural de toscano), la acción tuvo un buen suceso y logró aunar la conciencia de consumo en un producto estandarizado.   En las décadas siguientes se fueron sumando nuevos rótulos, empezando en 1948 por el Toscanelli (el mismo toscano cortado al medio), el Extra Vecchio en 1953 y el AnticoToscano en 1973. Como vemos, pasaba bastante tiempo entre un lanzamiento y otro, pero el advenimiento del siglo XXI y una serie de cambios que sería largo enumerar (especialmente el proceso privatizador del monopolio iniciado en 1999)   hicieron estallar el firmamento toscanero con  la avalancha de nuevas marcas que mencionamos al principio. Frente a ello y para evitar confusiones, también se decidió rebautizar al modelo tradicional con el nombre de Toscano Classico.


Este clásico se constituye actualmente como el puro italiano  más simple, popular, económico y asequible en cualquier comercio callejero de ese país, tal cual era el  tradicional toscano de los viejos tiempos.   Desde el punto de vista técnico, se trata de un cigarro hecho a máquina con tabaco Kentucky  de origen  100%  peninsular  que  incluye  el consuetudinario curato a fuoco (ahumado con leña) y un posterior añejamiento de 4 meses previo a su envasado final. Más allá de los antecedentes históricos señalados, se trata de un genuino representante de la tradición tabacalera mediterránea por derecho propio, toda vez que se mantiene fiel al estilo directo y potente del toscano primigenio,   bien alejado de las ínfulas habaneras de los nuevos modelos más elegantes y complejos, pero también menos consustanciados con el pasado del producto.  Por  todos  los  motivos apuntados, decidí volcar en estas páginas las impresiones de una degustación analítica.


Como resulta lógico suponer,  mis  existencias  tabacaleras de origen europeo tienen al Clássico en una amplia mayoría numérica   que   me   permiten    fumarlo   con   bastante habitualidad, aunque sin ningún tipo de acostumbramiento. De hecho,  le  presté  toda  la  atención  debida  para  la oportunidad de  marras.  No  hay  mucho  para  decir  del encendido, el tiraje y la consistencia de la ceniza, porque sería reiterativo: excelentes, como siempre.  Los aromas y sabores se intuyen algo duros al principio con un dominio claro  del  borde ahumado, pero   se   van   integrando paulatinamente a los elementos especiados,   enmaderados  y minerales a medida que avanza la fumada hasta lograr un buen equilibrio, siempre dentro de los valores propios de un puro que se sitúa entre los de mayor vigor gustativo del mundo. Al finalizar deja ese sabor difícil de definir, con algo de fogata de leños y frutos secos: quizás el sello que lo distingue desde que comenzó su estrella en el antiguo Granducato di Toscana, allá por 1815.  Y también en la Argentina desde 1861, cuando llegó por primera vez a nuestros puertos.


Después de todo, la intención de siempre sigue siendo revivir el pasado de esos humos que poblaron la vida de nuestros ancestros en hogares, bares, fondas y todo ámbito cotidiano imaginable.

Notas:

(1) A los reseñados y mencionados en la entrada del 18 de julio pasado, se han sumado recientemente Mokha, Nocciola (avellana) y Limoncello.