domingo, 21 de diciembre de 2014

Los toscanos en la literatura y el cine

Entre las múltiples acepciones que tiene el término “cultura”, personalmente considero a la siguiente como aquella que transmite mejor su significado: conjunto de conocimientos, tradiciones, creencias, costumbres y valores comunes que caracterizan a un pueblo, a una sociedad o a una época. En ese sentido, no caben dudas de que este blog estudia el pasado de un producto que formó parte de la identidad cultural argentina durante muchas décadas. No vamos a detenernos en los fenómenos que atañen a ello, puesto que ha sido tema de numerosas entradas anteriores, pero bien vale reiterar que la historia del toscano en nuestro país refleja perfectamente las transformaciones sociales acontecidas en él, con algunos ejes centrales muy definidos: la inmigración, la urbanización, el crecimiento poblacional y el paulatino establecimiento de una identidad basada en la mezcla de elementos criollos y europeos. Así las cosas, hoy nos proponemos efectuar un breve repaso de ciertos vestigios que evidencian la presencia constante del toscano en diferentes obras de la literatura y el cine patrios, reafirmando su importancia como artículo de consumo masivo ampliamente extendido en los hábitos populares del siglo XX.


Aunque no descarto la presencia anterior o posterior del cigarro italiano por excelencia en distintos testimonios artísticos, queda claro que la mayor parte de su comparecencia fílmica y literaria coincide con el período de mayor consumo en términos numéricos absolutos,  es decir,  durante las décadas de 1930 y 1940,  con un “arrastre” que se extendió hasta los decenios de 1950 y 1960 inclusive.  Tomemos, por ejemplo, el dueto de citas que he dado en seleccionar dentro del campo de las letras vernáculas, ambas inscriptas en el género de ficción (1) (2). A una de ellas la ubicamos en el relato policial El asesino del tiempo, interesante novela escrita por Lisardo Alonso y publicada en 1953 por la editorial porteña Hachette. El argumento transcurre en algunos escenarios reales y bien conocidos de la Argentina, empezando por la localidad de Castelar, en el oeste del Gran Buenos Aires, con traslaciones ocasionales a otros sitios medianamente ficticios, como el pueblo de Cinco Pinos, en la provincia de Córdoba.  Precisamente allí vive y ejerce sus actividades el doctor Calley, quien en cierto momento es convidado con un cigarrillo. El texto señala: “este sólo fumaba toscanos, pero aceptó. El tabaco era rubio y extremadamente suave”. En otros párrafos localizamos pormenores del mismo tenor que reafirman la presencia toscanera en tiempo y lugar.  Algunos años después (1960),  el notable escritor rosarino Jorge Riestra editó un brillante relato llamado Salón de Billares. Entre los numerosos protagonistas del argumento –centrado en el juego de Casín (3)- se encuentra el muy veterano Santiago Aristo,   cuya edad avanzada hace que rehúya participar en una competencia de la especialidad diciendo: “a mí déjenme aquí, con mi cafecito y mi toscano, que yo sé que cada cosa tiene su época”.



















Las apariciones cinematográficas durante el lapso susodicho son demasiadas como para volcarlas de una sola vez (y conozco apenas una fracción, ya que deben existir muchas más), pero sirven como ejemplo algunas de las más conocidas, de acuerdo con la sucinta nómina que sigue:

Mateo (1937): en el mismo comienzo del film, podemos ver a los grandes Enrique Santos Discépolo y Luis Arata sentados a la mesa de un oscuro bar junto a otros parroquianos. Al menos tres de ellos están fumando toscanos durante el transcurso de la escena. (4)
El Viejo Hucha (1942): algo sobre esta cinta analizamos en Consumos del ayer remarcando el cuadro del almuerzo familiar. Ahora hacemos hincapié en la secuencia que llevan adelante Enrique Muiño  y  Gogó Andreu,   durante la cual este último es obligado a comprar toscanos para su padre en un comercio bastante alejado de la casa con el mezquino propósito de obtener fósforos gratis. Finalizando el segmento advertimos dos ejemplares enteros que el joven alcanza a su progenitor.


La Suerte llama tres veces (1943): antigua y rara pieza humorística de Luis Sandrini con numerosas visualizaciones y referencias verbales de nuestro interés. Entre ellas, un jefe de estación fumando su toscano y el protagonista asegurando que algunos niños iban a realizar determinada actividad “cuando fumen toscanos”, en obvia alusión a que iba a pasar mucho tiempo hasta entonces.
El infortunado Fortunato (1952): film no muy conocido que tiene como intérprete principal al recordado actor Mario Fortuna. En determinado instante apreciamos el típico bar de barrio al que ingresa un individuo saboreando su medio toscano mientras se sienta en la barra y pide un moscato.
Mercado de Abasto (1955): celebérrima película también reseñada en nuestro otro blog, pero cuyo valor toscanístico ampliamos a tres momentos: el hombre que fuma su ejemplar detrás de Pepe Arias en la escalera mecánica, otro que hace lo propio durante la fiesta de casamiento en el bodegón, y finalmente Luis Tasca sosteniendo un prototipo apagado (algo casi folclórico en ese entonces).
Pobres habrá siempre (1958): película de contenido comprometido con las luchas obreras en un frigorífico aledaño a la zona del Riachuelo. Durante la situación más tensa de la cinta vemos al duro capataz del establecimiento revelando cierto tic verdaderamente representativo de los antiguos fumadores: la costumbre de hablar sin quitarse el cigarro de la boca.



















Así es que tanto el papel como el celuloide nos han legado estas valiosas imágenes. Y debe haber centenares de otras, que tal vez algún día volquemos con el propósito de seguir reafirmando aquella pretérita  supremacía del toscano entre los puros más fumados de la Argentina durante casi una centuria.

Notas:

(1) La ficción de tipo costumbrista (categoría  a la que sin duda pertenecen los dos volúmenes mencionados, en especial “Salón de billares”) suele ser  un excelente vehículo para saber si el consumo de cierto producto era realmente habitual en determinada época, dado que sus autores ubican  los sucesivos cuadros en ámbitos y escenarios corrientes, regulares, típicos de la vida cotidiana. La mención reiterada de algún artículo es, por lo tanto,  indicio claro de su popularidad en el período en el cual se sitúa la trama.
(2) Lo antedicho ocurre en muchos otros segmentos de las dos obras referidas, incluyendo  marcas, entornos y situaciones que bien podrían ser reseñadas en nuestro otro blog Consumos del Ayer.  A modo de muestra, en El asesino del tiempo, uno de los protagonistas pide una “Soda Belgrano” en el bar de un hotel. En Salón de Billares, varios personajes deciden ir a cenar luego de una jornada de su juego favorito, nada menos que al Piamontés, proverbial bodegón del Abasto en el que se banquetean con “patitas de cerdo en escabeche y corvina a la vasca, regado todo con un vino tinto reserva que no se despegaba del paladar”.


(3) El Casín es una variante del billar que se juega con los mismos implementos y en idénticas mesas. La principal diferencia es que incorpora  un grupo de “obstáculos” en miniatura ubicados hacia el centro del tablero de juego -similares a los bolos o pines del bowling- cuyo derribamiento supone cierta pérdida de puntos.


(4) Imágenes de ello pueden ser vistas en la entrada del 23/02/2013, “El toscano, un bálsamo para el inmigrante”. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

Pipas y cigarrillos: los otros destinos tradicionales del tabaco toscanero

Por cuestiones de lógica elemental, todos nos inclinamos a pensar   que   el   tabaco   de   los   toscanos   se   usa exclusivamente para confeccionar el tipo de puros que nos convocan en este blog. Debe quedar claro que no me estoy refiriendo a las variedades botánicas involucradas (que en la Argentina han sido mayormente  Kentucky, Virginia  y Criollo), cuya utilización es perfectamente factible en todo tipo de derivados tabacaleros, sino a aquella materia prima que   según   las   técnicas   tradicionales   ya   ha   sido seleccionada  y  procesada  para el armado de cigarros itálicos. Muchos se preguntarán si acaso cabe alguna otra posibilidad cuando se está tan cerca  del resultado final. Y la respuesta es contundente en sentido afirmativo,    puesto  que  un  porcentaje  no despreciable del tabaco destinado a la manufactura de los toscanos no acaba en ellos, sino vendido suelto o como ingrediente de otros artículos afines.  Así es hoy  y  así fue siempre, como veremos a continuación.


Si hablamos específicamente de nuestro país, el torcido de toscanos se mantuvo bajo la modalidad  manual durante más de un siglo, hasta que la mecanización puso pie en la actividad promediando la década de 1990 (1) y un buen porcentaje comenzó a ser elaborado a máquina (2). Sin embargo, ello  no modifica mayormente las causas tradicionales por las que un toscano, o parte de él, pueden ser desechados: nos estamos refiriendo al despunte y a la roturas. El primero de estos episodios tiene lugar cuando el cigarro debe ser emparejado por sus extremos (de allí el término “despunte”, es decir, sacar las puntas) para que la piezas terminadas se vean uniformes y prolijas, lo cual implica el corte con una cuchilla especial, y ello ocurre tanto en el método artesanal como en el maquinado,   produciendo   invariablemente  un pequeño residuo de tabaco que se separa, pero nunca se descarta. Lo de las roturas no necesita mayores argumentos explicativos: algunos cigarros se rompen o desarman durante el proceso de elaboración y embalaje, cualquiera sea el sistema empleado para manufacturarlos. Pues bien, ¿qué hacer con todo ese sobrante de tabaco en condiciones de circulación comercial?  Muy simple: empaquetarlo y venderlo suelto o picarlo para relleno de cigarrillos. La primera opción es históricamente muy común, mientras que la segunda corresponde a épocas acotadas y específicas, pero lo bueno es que encontramos antiguos registros documentales de ambas.


El 28 de enero de 1918, la Compañía Introductora de Buenos Aires presentó una solicitud para el registro de la marca  “Avanti Legítimos”.  Ello  no  aludía  directamente a los celebérrimos toscanos, sino a cigarrillos de papel que contenían el tabaco descartado en la producción de aquellos, según los procesos recién descriptos.   El hallazgo de este  notable testimonio nos acercó un elemento que desconocíamos por completo: alguna vez la CIBA tuvo una fábrica de cigarrillos en Rosario, más precisamente ubicada en la calle Entre Ríos 845. Vale la pena remarcar tres leyendas del envase cuya solicitud marcaria se tramitaba, como ser “tabaco fuerte Kentucky”, una, “cada atado de cigarrillos contiene el tabaco de 4 toscanos”, otra, y “solamente se emplean despuntes y recortes de los afamados toscanos”, la última.


A fines de ese mismo año, el Boletín Oficial de la República Argentina hace constar cierta resolución del Ministerio de Hacienda (equivalente al de Economía actual) por la cual se rechazaba una solicitud de la  Compañía Ítalo Americana  (3)  respecto  a  cuestiones impositivas que serían difíciles de explicar, pero cuyo elemento central eran los “toscanos rotos” que la firma se disponía a comercializar en el mercado. Para resumir, digamos que el tabaco suelto pagó siempre un arancel inferior al de los tabacos manufacturados, lo que lo convertía en un vehículo ideal para la evasión.   En vista de que la fábrica de marras pedía un tratamiento especial,  las autoridades optaron por continuar con  los procedimientos habituales sin excepciones de ningún tipo, manteniendo el control sobre los cigarros declarados  como “rotos” mediante inspecciones sorpresivas en los establecimientos tabacaleros.


Por último localizamos otra solicitud de marcas el 14 de noviembre de 1929, según la cual la Societá Anónima Tabacchi Italiani (SATI) tramitó el rótulo Toscanos Rotos, en español, y Spezzature di Toscani, en italiano, con las interesantes bajadas “legítimos de la Regía Italiana”,  y “especialidad para pipa”. Podemos apreciar además su primer domicilio en la calle Alberti -donde se había instalado apenas un año antes- que en la década siguiente sería trasladado a la gran factoría del barrio de Villa Real, de la que hemos dado cuenta muchas veces.


A pesar del paso de las épocas y de su propio ocaso como producto, el sobrante del tabaco toscanero nunca perdió esa condición “todo terreno”.  Incluso  hoy,  los  dos productores de toscanos argentinos continúan presentando sus despuntes como ingrediente para fumar en pipa. No así para el relleno de cigarrillos, ya que los tiempos cambiaron demasiado en ese ámbito: se trata de algo demasiado sabroso para los afectados, indiferentes y endebles fumadores del siglo XXI.


Notas:

(1) Eso ocurrió en Italia hacia finales de la década de 1950. Por diversas particularidades que les son propias (en especial, por la forma), los toscanos tardaron mucho más que el resto de los puros en lograr la automatización. Los habanos y demás cigarros análogos, por ejemplo, alcanzaron el dudoso privilegio de ser hechos a máquina treinta años antes. Fueron los Estados Unidos (cuándo no) quienes desarrollaron y promovieron  semejante proceso tecnológico
(2) Hoy por hoy existen en Argentina dos únicas fábricas de toscanos que utilizan la mecanización, una, y el proceso manual, otra.  La marca Avanti y sus anexas Caburitos y Puntanitos (Tabacalera Sarandí) se elaboran a máquina, mientras que Luchador y su rótulo secundario Super Charutos (Heraldo Zenobi) son hechos a mano.
(3) No tenemos registrado a la fecha ningún productor con ese nombre así tal cual está expresado, lo que incrementa nuestro listado de “posibles fábricas de toscanos” sin una confirmación contundente. En este caso, queda claro que el susodicho  emprendimiento existía,  que se dedicaba al ramo de nuestro interés  y que funcionaba a la fecha de publicación de la norma. El inconveniente es que no tenemos la certeza de que su denominación sea correcta, y no uno de esos errores de transcripción tan comunes en los documentos públicos de todas las épocas.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

La guerra que terminó con los toscanos genuinos importados de Italia

Independientemente de sus efectos altamente negativos  por la pérdida de vidas humanas, las guerras generan además una   serie  de   secuelas   sociales   y   económicas   que permanecen vigentes luego de su finalización. En el caso del conflicto bélico más devastador de la historia  -la Segunda Guerra Mundial- dichas consecuencias golpearon al planeta en casi todos los aspectos imaginables. Si hablamos del tema central de este blog, no falta tampoco una derivación de tipo mercantil relacionada al comercio internacional del tabaco, que fue el fin de la importación de toscanos legítimos.  En efecto, los registros disponibles no dejan dudas al respecto, dado que los tiempos de la posguerra trajeron consigo profundos cambios en la península itálica con su correspondiente equivalencia por estas latitudes.


Hace bastante tiempo, cuando realizamos una degustación de viejos toscanos Regia Italiana  en el blog Consumos del Ayer (1), apuntamos algunos datos que hoy nos ayudan a acomodar el orden cronológico en el que los hechos se fueron desarrollando. Recordemos que el año 1928 marca el inicio de las operaciones en Argentina de la  Societá Anonima Tabbachi Italiani (SATI), empresa dependiente del propio gobierno peninsular encargada de distribuir todos los artículos del ramo en diferentes capitales del mundo. Para  nuestro  país,    eso significó el punto final de los importadores privados que  tenían el negocio a su cargo desde 1861 (2). Las estadísticas de la época dejan claro que la Argentina era el mayor consumidor mundial de tabacos italianos fuera de su propio territorio de origen, por lo que la nueva compañía debe haber captado rápidamente las enormes posibilidades que tamaño dispendio ofrecía. Así, en 1933, la SATI levantó una espaciosa planta en el barrio de Villa Real para complementar la importación con abundante manufactura local especializada en cigarrillos.


Ahora bien, hoy tenemos como propósito delinear el momento en el que la importación toscanera desde Italia   fue  abandonada  por  completo  y  sólo  se mantuvo la elaboración de la factoría porteña. Debe quedar claro que no hay modo alguno de establecer fechas específicas, pero parece indudable que la Segunda Guerra Mundial marca una bisagra entre ambas actividades con bastante aproximación. La lógica histórica apoya esa teoría, ya los aconteceres bélicos  suelen generar todo tipo de inconvenientes en las industrias convencionales, como la desviación de recursos hacia la manufactura de pertrechos militares y la falta temporal de mano de obra por el reclutamiento masivo de hombres. De esa manera, podemos afirmar con total convencimiento que en algún punto entre 1940 y 1946 los toscanos legítimos del país del Dante dejaron de arribar a la Argentina y fueron completamente reemplazados por sus émulos criollos. Es muy posible que semejante fenómeno no se haya producido de un día para el otro sino más bien paulatinamente, conforme los combates se hacían más duros y crecían las complicaciones para el comercio internacional. Incluso debe haber existido un breve intervalo de tiempo (quizás algunos meses) durante el cual los últimos Regia Italiana importados convivieron con los nacionales en las estanterías de almacenes, cigarrerías y kioscos.


Como dijimos, el gigantesco taller tabacalero de la ciudad de Buenos Aires erigido en 1933 estuvo mayormente enfocado en los cigarrillos hasta fines de ese decenio, toda vez que los toscanos seguían llegando desde el reino italiano.   Pero a partir del nefasto enfrentamiento europeo la situación se modificó  en  forma  radical  y  la  confección toscanera de la SATI argentina pasó a tener un  protagonismo vertiginoso, primero para sustituir los originales importados y más tarde como el único modo de continuar en el país, ya que  los legendarios cigarros no podían ser provistos por una Italia arruinada. Sin  embargo,   ¿hay pruebas concretas de ello?   Por supuesto que las hay,  si  la investigación es seria, minuciosa y atenta a esos detalles que muchas veces son dejados de lado (3). Observemos, por caso, dos añejos prototipos de contraetiquetas adheridas al fondo de las clásicas cajas de 50 toscanos que comercializaba  Regia Italiana  en la primera mitad del siglo XX. Entre ambas no distan más de diez o quince años, ya que la primera se puede datar entre 1940 y 1946, y la segunda entre 1950 y 1958, como veremos a continuación.


En este primer rótulo (fotografiado por el que suscribe de una antigua caja de su propiedad)   se pueden apreciar varios detalles reveladores,   que  resumiremos rápidamente. Primero, la leyenda Regno de Italia, o sea “Reino de Italia”, categoría que la península abandonó en 1946 con la abdicación de su último rey Victor Manuel III y la consecuente formación de un estado republicano. Luego, la inequívoca frase Industria Italiana,  y finalmente el precio de $ 0,20 por unidad,  representativo de la década de 1940. No hay dudas: estos toscanos eran 100% importados y fueron comercializados en el decenio mencionado, más precisamente durante la guerra o la inmediata posguerra (a lo sumo uno o dos años a partir de 1945).


La segunda etiqueta fue obtenida en un sitio de remates de internet y pertenece a los años cincuenta. Analizándola  detectamos las frases Ley 11275 (que todos los envases tabacaleros llevaron entre 1950 y 1958)  e  Industria Argentina  sobre la mancha de humedad del costado izquierdo, así como un valor de $ 0,60 por cada toscano entero, producto de la incipiente inflación que sufría por entonces la economía nacional. Aquí tampoco hay motivos para la incertidumbre, ya que los datos apuntados despejan cualquier duda respecto del valioso testimonio,  en  especial  sobre  su  ubicación cronológica y sobre la manifiesta confección local del producto (4). Como para confirmar aún más lo indiscutible, la leyenda monárquica desapareció del encabezamiento.


Así fue que los fumadores patrios vieron (paradójicamente) hecha humo la posibilidad de acceder al gusto genuino del toscano italiano original allá por 1945 o 1946. Y si bien es cierto que los ejemplares vernáculos elaborados por la  SATI  se contaban entre las imitaciones más logradas (tal cual pudimos apreciar cuando los degustamos), nunca fue sencillo replicar ese sabor único, potente y terroso. Pero las guerras son como son, con todas sus consecuencias económicas incluidas. Y los consumos cotidianos también han sido víctimas de ello, desde siempre.

Notas:

(1) Fue en la entrada del 13/7/ 2012, “Los toscanos ítalo argentinos de la SATI, crónica de una degustación”
(2) Aunque hablamos de un período de 67 años, no son muchas las precisiones que he podido obtener en cuanto a la identidad de los viejos importadores. Con absoluta certeza, sólo podemos citar a W Paats Roche y Cía. en el lapso 1898-1903, a Roberto de Sanna desde 1904 hasta 1915  y a Bunge & Born entre 1915 y 1928. Las dos últimas firmas llegaron incluso a operar conjuntamente, la primera como “concesionario” y la segunda como  “introductora”.   Antes de  1898  el gobierno de Italia no firmaba contratos de exclusividad para el comercio de sus tabacos en Argentina, por lo que éstos podían ser importados por cualquier persona o sociedad que pagara y se hiciera cargo de los embarques correspondientes. No estoy todavía completamente seguro de ello, pero todo indica que era así.


(3) Modestia aparte.
(4) El eslogan Tabaco nacional e importado que se puede leer fue muy propio de la SATI en todos sus productos (incluso en los cigarrillos) y no debe llamar a confusiones.    En el caso de los toscanos manufacturados a partir de  1946  implica que una parte de la materia prima llegaba desde ultramar (posiblemente tabaco Kentucky de USA, según nos explicó alguna vez Heraldo Zenobi, de la fábrica Luchador), pero el mayor contenido estaba constituido por tabaco misionero. 

viernes, 24 de octubre de 2014

¿Amezzato o maremmana? La vieja encrucijada, también en Argentina

La apariencia es una característica saliente del producto que aquí nos ocupa, su sello inconfundible,   el signo que lo distingue de cualquier otro,   ya   que   todo   cigarro troncocónico con sus dos extremos abiertos, idénticos y aptos para pitar sólo puede ser un toscano, genuino o imitación. Ello también le proporciona al consumidor opciones poco frecuentes entre otros productos del mismo género. Una es la alternativa de generar dos unidades pequeñas a partir de un mismo puro, y otra -en función de ello-  es  la dualidad de maneras para fumarlo: cortado al medio (amezzato o mezzo toscano) o entero (alla maremmana). Ahora bien, para los que nos interesa la historia de este emblema de la italianidad  existe una gran incógnita  relativa al modo en que lo abordaba durante sus primeros tiempos. En este blog, que estudia específicamente la historia del toscano en la Argentina, semejante dilema es un motivo adicional de investigación. ¿Cómo se fumaba antiguamente el toscano en nuestro país, cortado o entero?


Si le planteamos el interrogante a cualquier persona mayor de hoy es  obvio  que  la  respuesta  será  siempre  la  primera alternativa, dado que ese es el recuerdo de los tiempos que pueden ser evocados actualmente, es decir, lo ocurrido hace cincuenta, sesenta o setenta años. Y la añoranza es correcta: salvo excepciones puntuales, el grueso de los consumidores del siglo XX seguía la práctica del medio toscano. Para sostenerlo sobran  indicios escritos, fílmicos y fotográficos, además de la memoria colectiva.     Pero también sabemos que la historia toscanera nacional arranca mucho antes, en 1861, cuando se realizó la primera importación de cigarros italianos. Bien podría ser factible que el transcurso de los años haya producido un lento cambio al respecto,  desde  un  origen  maremmana  hasta  la  supremacía  del  ammezzato a partir del novecientos. Hay varias razones para esbozar esa duda, de las cuales las dos siguientes son las más interesantes:

1- En el siglo XIX existía una moda por los cigarros largos y delgados, como las panetelas cubanas y los brissagos del centro de Europa, que se fue apagando hacia el final de dicha centuria. Tiene mucho sentido pensar que el toscano, fumado entero, formaba parte de esa corriente de consumo.
2- No hay registros de presentaciones al consumidor en paquetes de “medios toscanos” (1) que sean anteriores a los años treinta del siglo XX, por lo que es razonable inferir que hasta entonces las fábricas los producían, envasaban y comercializaban siempre enteros.


Desde ya debe quedar claro que la precisión histórica comienza a desvanecerse a media que nos remontamos hacia el pasado,  y  que  eso  es significativamente marcado en el caso del toscano, cuya cotidianeidad  masiva  entre  el  consumo tabacalero es tan evidente como difícil de ubicar en términos documentales o testimoniales.  Incluso resulta más sencillo el hallazgo de antiguos textos que mencionan a los otros dos puros típicos de la península (el Cavour y el Brissago), pero las citas explícitas del toscano son harto escasas antes de la década de 1890.   ¿Cómo podemos discernir, entonces, si se lo fumaba entero o cortado en sus primeros tiempos, cuando era un artículo propio de la incipiente inmigración? No lo sabemos, de hecho, y quizás nunca tengamos ese conocimiento, pero los dos puntos mencionados antes son suficientes para sospechar que no siempre se lo fumó al estilo ammezato, tan popular en las épocas más recientes. Tal vez algún día podamos avanzar más sobre esta cuestión, pero por ahora dejamos planteada la duda y reafirmamos el compromiso de seguir investigando. Para terminar, vemos lo que dicen los propios italianos sobre las diferencias entre las modalidades  ammezato y maremmana (2):


“El toscano  nació como un cigarro para pobres, para el pueblo,   y en ese sentido se afirma como un símbolo de la civilización, del trabajo humilde (…). Por estas razones históricas y culturales, y también puramente económicas, el estereotipo del toscano siempre se ha representado como el ammezzato. Hoy en día, sin duda, somos más ricos que nuestros antepasados ​​y por lo tanto podemos darnos el lujo de fumarlo en ambas formas (3).    El   modo maremmana se deriva de la costumbre de los vaqueros (4) de montar un caballo durante la mayor parte del día y tener que sujetar firmemente las riendas;  por  lo  tanto  no  tenían  la oportunidad de cortarlo en dos.  Fumar el toscano entero  nos permite no sólo el tiempo para saborear desde la primera pitada todas sus características, sino también obtener un humo más fresco. La duplicación de la longitud de la ruta incrementa las características del sabor del humo mientras que le da la oportunidad de refrescarse (5). Además, el doble de tiempo nos permite apreciar las diferencias que existen entre la primera calada, el corazón del cigarro -que es también la parte más ancha- y el segmento final.  La segunda forma, cortado al medio,  obedece más a menudo a la practicidad que a la parsimonia  (…).   El  mezzo  toscano  es  un hijo malicioso del humo de los tiempos modernos, frenético, y  ante la falta de tiempo disponible preferimos una fumada breve pero intensa (6). De hecho, el ammezato resulta ser más fuerte que todo el cigarro, y por lo tanto menos adecuado para los principiantes o las primeras horas del día, cuando usted está con el estómago vacío”.


Notas:

(1) El lenguaje popular argentino acuñó un término que luego fue adoptado y utilizado por la propia industria, consistente en llamarlos simplemente por el diminutivo de “toscanitos”. Con esa denominación se presentaron los paquetes de medios toscanos (generalmente de 4 unidades) a partir de la década de 1940.
(2) El párrafo pertenece a un libro virtual escrito por un grupo de aficionados que participan del foro Accademia del fumo lento http://accademiafumolento.forumfree.it/
(3) Se refiere, claro está, a que fumar amezzato tenía motivaciones de escala social, puesto que permitía a los más pobres disfrutar de dos fumadas independientes y completas a partir de un único toscano.
(4) Desde luego que no está hablando de los cowboys del oeste norteamericano, sino de los butteri (vaqueros) de la región de la Maremma, en Toscana, donde la tradición ganadera tiene siglos de antigüedad. De allí precisamente proviene la denominación  alla maremmana.


x) Desde luego que no se refiere
(5) Es decir, de no llegar tan caliente a la boca.
(6) Tal consideración es absolutamente acertada e históricamente correcta. Sobre el tema hicimos una entrada hace algunos meses bajo el título “El triunfo del cigarro urbano”

jueves, 9 de octubre de 2014

Humo histórico: degustando unos añejos toscanos Flor de Mayo

A esta altura de nuestro saber, queda claro que la ciudad de Rosario llegó a contar con un gran número de factorías  y  talleres tabacaleros dedicados a la confección del cigarro toscano. Y entre las marcas más populares que de allí surgieron se cuenta Flor de Mayo, cuya época de oro supo extenderse desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta bien entrada la década de 1960. Sin embargo, el rótulo que nos ocupa tiene un pasado  no  exento  de  ciertos vericuetos históricos relacionados a una manufactura compartida por más de una fábrica, algo que parece haber sido bastante común en el acontecer industrial de los puros argentinos a lo largo del siglo XX (1). Pero lo bueno de todo, más allá de esos enredos pretéritos que tanto nos gusta investigar, es que otra vez pudimos hacernos de algunos viejos envases cerrados con todos sus ejemplares intactos,  a partir de los cuales realizamos una degustación destinada a compartir nuestras experiencias sensoriales con  los aficionados toscaneros que de tanto en tanto visitan este blog.



Los paquetes en nuestro poder pueden ser datados sin ningún margen de error entre los años 1962 y 1967, dado que a su conservación impecable se sumó el feliz hecho de tener pegadas y bien legibles las estampillas fiscales. En ellas se lee la leyenda Dto. 8667/62, lo cual nos indica que forzosamente son posteriores al año de promulgación de esa norma (1962). Luego, sabemos que la siguiente modificación se produjo en 1967 con el decreto 6934/67 y que todos los timbres impositivos fueron reimpresos para adecuarse a la nueva pauta. Ergo, la fecha se establece entre tales años de manera  incontrovertible, a lo que se suman otros datos como el precio, también coincidente con la época de marras. Referencias de interés son asimismo la inscripción bien clara de su fabricante, E y M Durán y Cía SRL, y su domicilio rosarino de San Martín 2138/60. Dado que existen vestigios sobre la misma marca elaborada por Tabacos Colón, de Fernández y Sust, hacemos algunas aclaraciones complementarias en una nota al pie (2).




















Yendo a nuestros toscanos cronológicamente remotos, digamos que la ceremonia organoléptica fue desarrollada al término de un excelente asado con la presencia contemplativa de un buen grupo de amigos. Ante la ausencia con aviso de Enrique Devito, quien generalmente nos acompaña en estas ocasiones, la posta recayó en Sebastián Nazábal, otro aficionado a los buenos cigarros puros que aceptó de buen grado el desafío de experimentar las percepciones provocadas por especímenes tabacaleros con  medio siglo de antigüedad.  Pero la suerte estuvo una vez más de nuestro lado: los medios toscanos probados se mostraron íntegros, fáciles de encender y aún más simples de fumar. Entre sus efluvios detectamos los tradicionales rasgos de cuero, café y resinas sumados al infaltable matiz mineral, todo ello en el marco de un sabor que conserva un cierto acento “agreste” propio del tabaco misionero (de los tipos Criollo y Kentucky) con el que seguramente estaban elaborados estos veteranos toscanos patrios.


Volvimos así a probar añejos prototipos del cigarro más fumado en la Argentina de antaño, y nuevamente encontramos  esa nobleza palpable en la presentación, la confección, la combustión, el aroma y el sabor de lo catado.  Por lo tanto,  no es redundante ratificar que la actividad tabacalera nacional  hacía las cosas muy bien por entonces, y que de su excelencia disfrutaron varias generaciones. ¿Cómo no imaginarse a algún personaje saboreando su Flor de Mayo -café, ginebra o grappa mediante- en algún olvidado bar cercano al puerto de Rosario? Nosotros pudimos hacerlo, ayudados por tan singular y humífero túnel del tiempo.

Notas:

(1) En efecto, todo indica que semejante proceder era habitual cuando algún establecimiento veía excedida su capacidad productiva por aumento de la demanda u otros imprevistos, lo que la obligaba a derivar parte de su manufactura a algún taller “colega”. En esos casos, lo común era que la fábrica contratante enviara el tabaco a la fábrica contratista, que realizaba el trabajo de armado y empaquetado de los cigarros. No obstante, es difícil asegurar que éste sea el caso, dados los indicios que analizamos en la nota que sigue.
(2) El rótulo “Flor de Mayo” fue creado y registrado por AndrésDurán, fundador de la fábrica y cigarrería homónima. Así lo confirman numerosas apariciones en el registro de marcas publicadas por el Boletín Oficial de la República Argentina desde la década de 1910 hasta el año 1939, cuando el establecimiento ya se llamaba del modo que encontramos en nuestros paquetes: E y M Durán y Cía.


Con todo, también queda claro que en algún momento de su existencia los toscanos Flor de Mayo fueron hechos por Tabacos Colón, el legendario establecimiento de Fernádez y Sust, como figura en ciertas marquillas de los decenios de 1940 y 1950. Un detalle es ciertamente llamativo: aunque sigue apareciendo el logo de Durán, las inscripciones dejan claro que el fabricante es Tabacos Colón, incluyendo su dirección de Felipe Moré 929.  Las preguntas son obvias:  ¿fue un cambio de propiedad de la marca que se extendió por algunas décadas, o simplemente una elaboración hecha por Fernández y Sust para Durán? El tema da para mucho más, ya que ambas firmas tienen registradas compras y ventas de marcas a lo largo de su historia,  así  como  la  práctica  de manufacturar por cuenta y orden de terceros. Hoy sólo queremos señalarlo a modo de aclaración, pero tal vez algún día tengamos las ganas y el tiempo para investigar y llegar al fondo del entuerto.


sábado, 13 de septiembre de 2014

Del cigarro inmigrante al cigarro nacional

Como señalamos en más de una ocasión, los productos italianos de consumo masivo llegaron a ser un símbolo de su nacionalidad, especialmente durante los primeros tiempos del proceso unificador de ese país llevado a cabo entre 1830 y 1870.   En tal contexto no era rara la aparición de artículos del fumar cuyos nombres resultaban alusivos a hechos y personajes que encendían el fervor patriótico peninsular.  El  caso  del cigarro  Cavour  es paradigmático, tal cual analizamos en un par de entradas subidas hace algunos meses, pero el fenómeno tuvo su correlato en la Argentina de las décadas siguientes, ya que en ella se verificaba una evolución no menos trascendente  por sus  derivaciones  sociales: la inmigración.   Así,  la  industria toscanera criolla tuvo sus propios ejemplos al respecto, como Solferino (1), Vincitor o Toscani Italia, entre otras marcas antiguas. No obstante, el espíritu recalcitrantemente itálico de los primeros tiempos fue dando paso a una esencia mucho más integrada con nuestro país a medida que transcurrieron los decenios.


Aquel  patriotismo subyacente en cada acto o expresión italianista entre 1860 y 1900 es fácilmente verificable para el historiador,  así como su estrecha relación con el mundo del tabaco. No eran muchos los países de entonces (ni lo son hoy) que contaran con cigarros de impronta tan significativamente nacional como el toscano, siempre asociado a la idiosincrasia, la cultura y la manera de entender la vida en ese país. Al igual que ocurre con la cocina italiana  -reconocida mundialmente por su perfil contundente y sabroso-, los toscanos pronto pasaron a ser un símbolo genuino en el mismo sentido, o sea, el de la potencia, el carácter y la personalidad definida. En los comienzos de este proceso, semejante relación cigarro-país solía tener como protagonistas  a  los  héroes nacionales,   que  eran  inmortalizados  en  diferentes manifestaciones artísticas, desde retratos de bersaglieri saboreando toscanos hasta escritos literarios que enaltecían al rey Víctor Manuel con anécdotas relativas a sus hábitos de fumador. Un caso paradigmático es el de la obra del pintor Gerolamo Induno (1825-1890), llamada “Garibaldi sulle alture de Sant’ Angelo”, en el que podemos apreciar al famoso personaje atisbando el valle con un cigarro en la mano, con toda seguridad un Cavour o un toscano. Y esto no es una suposición: más allá de que Garibaldi era un reconocido aficionado toscanero, fumar cigarros que no fueran los propios de la península era considerado poco menos que un acto de traición en aquellos días.


Ahora bien, dijimos que el ardor patriótico de marras fue acompañado por los inmigrantes que llegaban a la Argentina, lo cual es un hecho inequívoco. Luego de varios años investigando el tema,   una de las cosas que puedo asegurar con total convencimiento es que los puros italianos fumados en nuestro país entre 1861 (año de la primera importación) y finales de la década de 1880 eran parte de un consumo absoluta y totalmente acotado a los habitantes de esa nacionalidad, dado que nuestros compatriotas de entonces preferían los cigarros correntinos, cubanos, brasileros y paraguayos. Recién hacia 1890  el toscano empezaría a perder su aureola netamente foránea, precisamente cuando comenzó a ser fabricado por los establecimientos tabacaleros argentinos y apreciado por los nativos del país. Podemos imaginar tal cambio del mismo modo que aconteció en el mundo de la gastronomía y de las bebidas, por ejemplo, ya que en 1850 nadie hablaba de Barbera  o de Chianti,  pero  sí  de  Vino Carlón.   Eso pasó a ser  exactamente al revés con el advenimiento del nuevo siglo: el otrora famoso Carlón quedó relegado al olvido mientras los vinos peninsulares eran profusamente importados desde Europa e imitados por las bodegas locales, toda vez que se registraba una acentuada asimilación del sentir itálico en nuestra propia cultura. Exactamente lo mismo, pero en términos de tabaco, sucedió con el toscano, iniciando así una época de oro que lo llevaría a constituirse como el puro más vendido del país en los siguientes setenta años.


Por lo visto, tenemos al cigarro de nuestro interés marcando un proceso social por partida doble.  En un sentido, el éxito del toscano representa la integración  de las colectividades a la cultura argentina. Y en otro, personifica  la incorporación de elementos foráneos al sentir nacional, lo cual ocurrió idénticamente con las comidas, las bebidas, el lenguaje, la música y las demás expresiones del comportamiento. El toscano, símbolo de la unión histórica entre italianos y argentinos. ¿Quién lo hubiera dicho?


Notas:

(1) Solferino fue una marca elaborada por la fábrica de Stecchi, Barbero y Comelli  a comienzos del siglo XX. El nombre se relaciona con la batalla librada en Lombardía el 24 de Junio de 1859, muy cerca de la localidad homónima, que tuvo como protagonistas a los austríacos,  por un lado,  y a la alianza entre el  Reino  de  Piamonte  y  Cerdeña (antecesor del estado italiano unido)  y  Francia,  por el otro.  La importancia de la contienda era tal que actuaron como comandantes  los líderes supremos de cada nación involucrada: el emperador Francisco José de Austria, Napoleón III de Francia y Víctor Manuel II de Piamonte y Cerdeña. El triunfo les correspondió a los aliados tras nueve horas de durísimos combates.