viernes, 22 de diciembre de 2017

Fumadores de un siglo y medio

Lejos de ser estática, la historia está sujeta a cambios permanentes relacionados no sólo con avances y descubrimientos en las ciencias que la asisten  (la arqueología, por ejemplo), sino también con  los  paradigmas culturales. Muchas “verdades históricas” reconocidas como tales en una época determinada son luego desechadas y modificadas gracias a algún descubrimiento investigativo o, simplemente, a los cambios de pensamiento. Por esa misma razón  hemos afirmado en más de una oportunidad que el estudio de la saga toscanera en Argentina es demasiado rica y compleja como para dar lugar a cualquier pretensión de completitud. Sabemos bien que siempre habrá alguna fábrica pequeña, alguna marca efímera o alguna anécdota  inexorablemente oculta a nuestro conocimiento, teniendo en cuenta la vastísima importación, fabricación y comercialización de toscanos que caracterizó a nuestro país durante más de un siglo.


Pero también somos conscientes de los avances logrados en los cinco años de vida del blog, que nos permitieron tener una buena noción del camino recorrido por los cigarros italianos desde su arribo a estas tierras. En una perspectiva histórica amplia, ese conocimiento permite diferenciar varias etapas bien marcadas que involucran hitos significativos. Las primeras importaciones, los fabricantes pioneros, la aparición de las grandes manufacturas, la generalización del consumo, la integración del toscano como hecho cultural (con numerosas alusiones en la literatura y el cine a mediados del siglo XX), entre otras, son expresiones de esa larga y colorida historia. A todo ello deben sumarse los cambios lógicos que tales hechos generaron en el sabor del producto, conforme evolucionaban las técnicas de elaboración y los tipos de tabaco utilizados, tanto aquí como en Europa.


Entonces, ¿qué experiencias vivió y qué tipo de productos saboreó un fumador de toscanos en la Argentina, de acuerdo a los tiempos que le tocó vivir? Para responder esta pregunta creemos haber logrado individualizar cuatro períodos de treinta años que se distinguen y diferencian perfectamente entre sí -conjugables con  sus correspondientes generaciones de consumidores- que son los siguientes:

Primer período (1861-1890)
Este primer lapso representa la “prehistoria” del tabaco peninsular en estas latitudes y su extraordinario crecimiento inicial, enmarcado en la llegada masiva de inmigrantes. Todo indica que aquellas introducciones precursoras de la década de 1860 estuvieron dirigidas casi exclusivamente a la embrionaria colectividad itálica, para luego extenderse lentamente a otros grupos humanos. Dicho período incluye un segundo acontecimiento altamente significativo: la aparición, hacia 1880, de la manufactura vernácula. No resulta sencillo imaginar cómo serían los ejemplares decimonónicos, tanto importados como nacionales, pero hay indicios suficientes para suponer que ya entonces se buscaba el perfil contundente, sabroso y aromático que hoy distingue al toscano entre todos los puros del mundo.

Segundo período (1891-1920)
Como vimos y analizamos hace poco, la última década del siglo XIX marca el despegue definitivo del consumo que nos convoca, con un incremento casi exponencial en las cifras de importación y fabricación autóctona. Como reflejo del fenómeno, entre 1900 y 1920 hay una incesante aparición de fábricas pequeñas y medianas en Buenos Aires, Rosario y otros puntos de la república, mientras abre sus puertas el establecimiento más grande y célebre en la saga de nuestro interés: Avanti (1904). De manera concomitante comienzan a crecer -cualitativa y cuantitativamente- las plantaciones de tabaco en las provincias de Tucumán, Corrientes y Misiones, aunque aún se importa mucha  materia prima del exterior, especialmente de la variedad  Kentucky norteamericana . Amén de la poderosa competencia criolla (que se vuelve preponderante en 1912), la introducción de cigarros italianos sufre los vaivenes políticos y económicos que sacuden a Europa a partir del estallido de la Primera Guerra Mundial. Así y todo, el toscano logra erigirse como el cigarro de hoja más popular del país, fumado por argentinos y extranjeros de todas las edades.


Tercer período (1921-1950)
Conjuntamente con el perfeccionamiento técnico de la elaboración toscanera italiana, estos años se caracterizan por la formación de un estilo definido en la industria nacional. Las plantaciones tabacaleras experimentales del NEA dan sus primeros resultados positivos hacia 1930, y a partir de entonces comienza el  reemplazo de los tabacos foráneos. La importación de Europa sufre las consecuencias de una fuerte volatilidad internacional: a la crisis de 1930 le sigue la Segunda Guerra Mundial, que acaba definitivamente con la llegada de los embarques italianos y suizos. Desde 1941, todos los toscanos comercializados en Argentina son fabricados localmente, con una importante concentración del negocio en  las dos mayores manufacturas: Avanti y SATI. Los especímenes de la época logran alcanzar un sabor profundo, terroso, equilibrado con los típicos acentos ahumados, ya que aún se practica el tradicional secado a fuego de leña en casi todas las fábricas. No obstante tamaña calidad, tipicidad y éxito comercial, hacia 1950 empieza a verificarse una lenta caída en el consumo. Los toscanos siguen siendo muy populares (se los menciona recurrentemente en la literatura y el cine) , pero son vistos cada vez más como una “cosa de viejos”.

Cuarto período (1951-1980)
Las modas de la posguerra inclinan el consumo en favor de los cigarrillos rubios. Los puros en general, y los toscanos en particular, sufren las consecuencias de este nuevo modo de vida. Los resultados no tardan en hacerse efectivos: en 1958, el gobierno italiano decide abandonar su participación en  la SATI, que subsistirá algunos años más en manos de los empleados. Avanti, mientras tanto, cierra su planta porteña de Villa Urquiza y se traslada a un taller mucho más chico en Posadas, donde continúa hasta 1971. Durante la década de 1960 el consumo se derrumba dramáticamente al ritmo en que van cerrando las pocas y últimas factorías pequeñas y medianas. Por falta de demanda, decrecen también las plantaciones de tabacos Kentuckys correntinos y misioneros, a la vez que se abandonan los antiguos y sabios procedimientos manufactureros. Ante la paulatina desaparición de los viejas generaciones de consumidores -acostumbrados al perfil sensorial contundente y perfumado- los toscanos se vuelven rústicos, de cuerpo medio y aromas sencillos.


No hay mucho para decir luego de 1980. Del puñado de establecimientos sobrevivientes al cataclismo de los años sesenta y setenta sólo queda hoy el taller de la familia Zenobi y sus toscanos Luchador. La rosarina Tabacos Colón, de Fernández y Sust, cerró por 1985, y los toscanos Caminito, hechos en Zárate por la firma La Internacional, desaparecieron en 1992. Luego de que la CIBA abandonara el negocio definitivamente, la marca Avanti pasó por varias manos hasta culminar en la Tabacalera Sarandí, que le dio un nuevo impulso hacia comienzos del siglo XXI. Se produjo un fugaz regreso de los toscanos italianos entre 1997 y 2001 en sintonía con la apertura dolarizada de la época, pero hubo (por fortuna) una vuelta importadora en 2013, aún vigente, la cual nos permite encontrar un par de rótulos italianos genuinos en los comercios especializados a ciento cincuenta y seis años del primer ingreso documentado en el puerto de Buenos Aires.


Así fue la historia de los toscanos en Argentina a lo largo de cuatro generaciones, y continúa. Quienes pertenecemos a la quinta apenas alcanzamos a imaginar los tiempos de gloria, pletóricos de marcas argentinas y ejemplares italianos y suizos. Pero lo bueno es que todavía, al menos, podemos darnos el placentero lujo de perdernos en las volutas de humo toscanero -quizás menos rico que antaño, pero válido al fin-  tal cual lo hicieron nuestros antepasados durante un siglo y medio.

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