miércoles, 12 de noviembre de 2014

La guerra que terminó con los toscanos genuinos importados de Italia

Independientemente de sus efectos altamente negativos  por la pérdida de vidas humanas, las guerras generan además una   serie  de   secuelas   sociales   y   económicas   que permanecen vigentes luego de su finalización. En el caso del conflicto bélico más devastador de la historia  -la Segunda Guerra Mundial- dichas consecuencias golpearon al planeta en casi todos los aspectos imaginables. Si hablamos del tema central de este blog, no falta tampoco una derivación de tipo mercantil relacionada al comercio internacional del tabaco, que fue el fin de la importación de toscanos legítimos.  En efecto, los registros disponibles no dejan dudas al respecto, dado que los tiempos de la posguerra trajeron consigo profundos cambios en la península itálica con su correspondiente equivalencia por estas latitudes.


Hace bastante tiempo, cuando realizamos una degustación de viejos toscanos Regia Italiana  en el blog Consumos del Ayer (1), apuntamos algunos datos que hoy nos ayudan a acomodar el orden cronológico en el que los hechos se fueron desarrollando. Recordemos que el año 1928 marca el inicio de las operaciones en Argentina de la  Societá Anonima Tabbachi Italiani (SATI), empresa dependiente del propio gobierno peninsular encargada de distribuir todos los artículos del ramo en diferentes capitales del mundo. Para  nuestro  país,    eso significó el punto final de los importadores privados que  tenían el negocio a su cargo desde 1861 (2). Las estadísticas de la época dejan claro que la Argentina era el mayor consumidor mundial de tabacos italianos fuera de su propio territorio de origen, por lo que la nueva compañía debe haber captado rápidamente las enormes posibilidades que tamaño dispendio ofrecía. Así, en 1933, la SATI levantó una espaciosa planta en el barrio de Villa Real para complementar la importación con abundante manufactura local especializada en cigarrillos.


Ahora bien, hoy tenemos como propósito delinear el momento en el que la importación toscanera desde Italia   fue  abandonada  por  completo  y  sólo  se mantuvo la elaboración de la factoría porteña. Debe quedar claro que no hay modo alguno de establecer fechas específicas, pero parece indudable que la Segunda Guerra Mundial marca una bisagra entre ambas actividades con bastante aproximación. La lógica histórica apoya esa teoría, ya los aconteceres bélicos  suelen generar todo tipo de inconvenientes en las industrias convencionales, como la desviación de recursos hacia la manufactura de pertrechos militares y la falta temporal de mano de obra por el reclutamiento masivo de hombres. De esa manera, podemos afirmar con total convencimiento que en algún punto entre 1940 y 1946 los toscanos legítimos del país del Dante dejaron de arribar a la Argentina y fueron completamente reemplazados por sus émulos criollos. Es muy posible que semejante fenómeno no se haya producido de un día para el otro sino más bien paulatinamente, conforme los combates se hacían más duros y crecían las complicaciones para el comercio internacional. Incluso debe haber existido un breve intervalo de tiempo (quizás algunos meses) durante el cual los últimos Regia Italiana importados convivieron con los nacionales en las estanterías de almacenes, cigarrerías y kioscos.


Como dijimos, el gigantesco taller tabacalero de la ciudad de Buenos Aires erigido en 1933 estuvo mayormente enfocado en los cigarrillos hasta fines de ese decenio, toda vez que los toscanos seguían llegando desde el reino italiano.   Pero a partir del nefasto enfrentamiento europeo la situación se modificó  en  forma  radical  y  la  confección toscanera de la SATI argentina pasó a tener un  protagonismo vertiginoso, primero para sustituir los originales importados y más tarde como el único modo de continuar en el país, ya que  los legendarios cigarros no podían ser provistos por una Italia arruinada. Sin  embargo,   ¿hay pruebas concretas de ello?   Por supuesto que las hay,  si  la investigación es seria, minuciosa y atenta a esos detalles que muchas veces son dejados de lado (3). Observemos, por caso, dos añejos prototipos de contraetiquetas adheridas al fondo de las clásicas cajas de 50 toscanos que comercializaba  Regia Italiana  en la primera mitad del siglo XX. Entre ambas no distan más de diez o quince años, ya que la primera se puede datar entre 1940 y 1946, y la segunda entre 1950 y 1958, como veremos a continuación.


En este primer rótulo (fotografiado por el que suscribe de una antigua caja de su propiedad)   se pueden apreciar varios detalles reveladores,   que  resumiremos rápidamente. Primero, la leyenda Regno de Italia, o sea “Reino de Italia”, categoría que la península abandonó en 1946 con la abdicación de su último rey Victor Manuel III y la consecuente formación de un estado republicano. Luego, la inequívoca frase Industria Italiana,  y finalmente el precio de $ 0,20 por unidad,  representativo de la década de 1940. No hay dudas: estos toscanos eran 100% importados y fueron comercializados en el decenio mencionado, más precisamente durante la guerra o la inmediata posguerra (a lo sumo uno o dos años a partir de 1945).


La segunda etiqueta fue obtenida en un sitio de remates de internet y pertenece a los años cincuenta. Analizándola  detectamos las frases Ley 11275 (que todos los envases tabacaleros llevaron entre 1950 y 1958)  e  Industria Argentina  sobre la mancha de humedad del costado izquierdo, así como un valor de $ 0,60 por cada toscano entero, producto de la incipiente inflación que sufría por entonces la economía nacional. Aquí tampoco hay motivos para la incertidumbre, ya que los datos apuntados despejan cualquier duda respecto del valioso testimonio,  en  especial  sobre  su  ubicación cronológica y sobre la manifiesta confección local del producto (4). Como para confirmar aún más lo indiscutible, la leyenda monárquica desapareció del encabezamiento.


Así fue que los fumadores patrios vieron (paradójicamente) hecha humo la posibilidad de acceder al gusto genuino del toscano italiano original allá por 1945 o 1946. Y si bien es cierto que los ejemplares vernáculos elaborados por la  SATI  se contaban entre las imitaciones más logradas (tal cual pudimos apreciar cuando los degustamos), nunca fue sencillo replicar ese sabor único, potente y terroso. Pero las guerras son como son, con todas sus consecuencias económicas incluidas. Y los consumos cotidianos también han sido víctimas de ello, desde siempre.

Notas:

(1) Fue en la entrada del 13/7/ 2012, “Los toscanos ítalo argentinos de la SATI, crónica de una degustación”
(2) Aunque hablamos de un período de 67 años, no son muchas las precisiones que he podido obtener en cuanto a la identidad de los viejos importadores. Con absoluta certeza, sólo podemos citar a W Paats Roche y Cía. en el lapso 1898-1903, a Roberto de Sanna desde 1904 hasta 1915  y a Bunge & Born entre 1915 y 1928. Las dos últimas firmas llegaron incluso a operar conjuntamente, la primera como “concesionario” y la segunda como  “introductora”.   Antes de  1898  el gobierno de Italia no firmaba contratos de exclusividad para el comercio de sus tabacos en Argentina, por lo que éstos podían ser importados por cualquier persona o sociedad que pagara y se hiciera cargo de los embarques correspondientes. No estoy todavía completamente seguro de ello, pero todo indica que era así.


(3) Modestia aparte.
(4) El eslogan Tabaco nacional e importado que se puede leer fue muy propio de la SATI en todos sus productos (incluso en los cigarrillos) y no debe llamar a confusiones.    En el caso de los toscanos manufacturados a partir de  1946  implica que una parte de la materia prima llegaba desde ultramar (posiblemente tabaco Kentucky de USA, según nos explicó alguna vez Heraldo Zenobi, de la fábrica Luchador), pero el mayor contenido estaba constituido por tabaco misionero. 

viernes, 24 de octubre de 2014

¿Amezzato o maremmana? La vieja encrucijada, también en Argentina

La apariencia es una característica saliente del producto que aquí nos ocupa, su sello inconfundible,   el signo que lo distingue de cualquier otro,   ya   que   todo   cigarro troncocónico con sus dos extremos abiertos, idénticos y aptos para pitar sólo puede ser un toscano, genuino o imitación. Ello también le proporciona al consumidor opciones poco frecuentes entre otros productos del mismo género. Una es la alternativa de generar dos unidades pequeñas a partir de un mismo puro, y otra -en función de ello-  es  la dualidad de maneras para fumarlo: cortado al medio (amezzato o mezzo toscano) o entero (alla maremmana). Ahora bien, para los que nos interesa la historia de este emblema de la italianidad  existe una gran incógnita  relativa al modo en que lo abordaba durante sus primeros tiempos. En este blog, que estudia específicamente la historia del toscano en la Argentina, semejante dilema es un motivo adicional de investigación. ¿Cómo se fumaba antiguamente el toscano en nuestro país, cortado o entero?


Si le planteamos el interrogante a cualquier persona mayor de hoy es  obvio  que  la  respuesta  será  siempre  la  primera alternativa, dado que ese es el recuerdo de los tiempos que pueden ser evocados actualmente, es decir, lo ocurrido hace cincuenta, sesenta o setenta años. Y la añoranza es correcta: salvo excepciones puntuales, el grueso de los consumidores del siglo XX seguía la práctica del medio toscano. Para sostenerlo sobran  indicios escritos, fílmicos y fotográficos, además de la memoria colectiva.     Pero también sabemos que la historia toscanera nacional arranca mucho antes, en 1861, cuando se realizó la primera importación de cigarros italianos. Bien podría ser factible que el transcurso de los años haya producido un lento cambio al respecto,  desde  un  origen  maremmana  hasta  la  supremacía  del  ammezzato a partir del novecientos. Hay varias razones para esbozar esa duda, de las cuales las dos siguientes son las más interesantes:

1- En el siglo XIX existía una moda por los cigarros largos y delgados, como las panetelas cubanas y los brissagos del centro de Europa, que se fue apagando hacia el final de dicha centuria. Tiene mucho sentido pensar que el toscano, fumado entero, formaba parte de esa corriente de consumo.
2- No hay registros de presentaciones al consumidor en paquetes de “medios toscanos” (1) que sean anteriores a los años treinta del siglo XX, por lo que es razonable inferir que hasta entonces las fábricas los producían, envasaban y comercializaban siempre enteros.


Desde ya debe quedar claro que la precisión histórica comienza a desvanecerse a media que nos remontamos hacia el pasado,  y  que  eso  es significativamente marcado en el caso del toscano, cuya cotidianeidad  masiva  entre  el  consumo tabacalero es tan evidente como difícil de ubicar en términos documentales o testimoniales.  Incluso resulta más sencillo el hallazgo de antiguos textos que mencionan a los otros dos puros típicos de la península (el Cavour y el Brissago), pero las citas explícitas del toscano son harto escasas antes de la década de 1890.   ¿Cómo podemos discernir, entonces, si se lo fumaba entero o cortado en sus primeros tiempos, cuando era un artículo propio de la incipiente inmigración? No lo sabemos, de hecho, y quizás nunca tengamos ese conocimiento, pero los dos puntos mencionados antes son suficientes para sospechar que no siempre se lo fumó al estilo ammezato, tan popular en las épocas más recientes. Tal vez algún día podamos avanzar más sobre esta cuestión, pero por ahora dejamos planteada la duda y reafirmamos el compromiso de seguir investigando. Para terminar, vemos lo que dicen los propios italianos sobre las diferencias entre las modalidades  ammezato y maremmana (2):


“El toscano  nació como un cigarro para pobres, para el pueblo,   y en ese sentido se afirma como un símbolo de la civilización, del trabajo humilde (…). Por estas razones históricas y culturales, y también puramente económicas, el estereotipo del toscano siempre se ha representado como el ammezzato. Hoy en día, sin duda, somos más ricos que nuestros antepasados ​​y por lo tanto podemos darnos el lujo de fumarlo en ambas formas (3).    El   modo maremmana se deriva de la costumbre de los vaqueros (4) de montar un caballo durante la mayor parte del día y tener que sujetar firmemente las riendas;  por  lo  tanto  no  tenían  la oportunidad de cortarlo en dos.  Fumar el toscano entero  nos permite no sólo el tiempo para saborear desde la primera pitada todas sus características, sino también obtener un humo más fresco. La duplicación de la longitud de la ruta incrementa las características del sabor del humo mientras que le da la oportunidad de refrescarse (5). Además, el doble de tiempo nos permite apreciar las diferencias que existen entre la primera calada, el corazón del cigarro -que es también la parte más ancha- y el segmento final.  La segunda forma, cortado al medio,  obedece más a menudo a la practicidad que a la parsimonia  (…).   El  mezzo  toscano  es  un hijo malicioso del humo de los tiempos modernos, frenético, y  ante la falta de tiempo disponible preferimos una fumada breve pero intensa (6). De hecho, el ammezato resulta ser más fuerte que todo el cigarro, y por lo tanto menos adecuado para los principiantes o las primeras horas del día, cuando usted está con el estómago vacío”.


Notas:

(1) El lenguaje popular argentino acuñó un término que luego fue adoptado y utilizado por la propia industria, consistente en llamarlos simplemente por el diminutivo de “toscanitos”. Con esa denominación se presentaron los paquetes de medios toscanos (generalmente de 4 unidades) a partir de la década de 1940.
(2) El párrafo pertenece a un libro virtual escrito por un grupo de aficionados que participan del foro Accademia del fumo lento http://accademiafumolento.forumfree.it/
(3) Se refiere, claro está, a que fumar amezzato tenía motivaciones de escala social, puesto que permitía a los más pobres disfrutar de dos fumadas independientes y completas a partir de un único toscano.
(4) Desde luego que no está hablando de los cowboys del oeste norteamericano, sino de los butteri (vaqueros) de la región de la Maremma, en Toscana, donde la tradición ganadera tiene siglos de antigüedad. De allí precisamente proviene la denominación  alla maremmana.


x) Desde luego que no se refiere
(5) Es decir, de no llegar tan caliente a la boca.
(6) Tal consideración es absolutamente acertada e históricamente correcta. Sobre el tema hicimos una entrada hace algunos meses bajo el título “El triunfo del cigarro urbano”

jueves, 9 de octubre de 2014

Humo histórico: degustando unos añejos toscanos Flor de Mayo

A esta altura de nuestro saber, queda claro que la ciudad de Rosario llegó a contar con un gran número de factorías  y  talleres tabacaleros dedicados a la confección del cigarro toscano. Y entre las marcas más populares que de allí surgieron se cuenta Flor de Mayo, cuya época de oro supo extenderse desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta bien entrada la década de 1960. Sin embargo, el rótulo que nos ocupa tiene un pasado  no  exento  de  ciertos vericuetos históricos relacionados a una manufactura compartida por más de una fábrica, algo que parece haber sido bastante común en el acontecer industrial de los puros argentinos a lo largo del siglo XX (1). Pero lo bueno de todo, más allá de esos enredos pretéritos que tanto nos gusta investigar, es que otra vez pudimos hacernos de algunos viejos envases cerrados con todos sus ejemplares intactos,  a partir de los cuales realizamos una degustación destinada a compartir nuestras experiencias sensoriales con  los aficionados toscaneros que de tanto en tanto visitan este blog.



Los paquetes en nuestro poder pueden ser datados sin ningún margen de error entre los años 1962 y 1967, dado que a su conservación impecable se sumó el feliz hecho de tener pegadas y bien legibles las estampillas fiscales. En ellas se lee la leyenda Dto. 8667/62, lo cual nos indica que forzosamente son posteriores al año de promulgación de esa norma (1962). Luego, sabemos que la siguiente modificación se produjo en 1967 con el decreto 6934/67 y que todos los timbres impositivos fueron reimpresos para adecuarse a la nueva pauta. Ergo, la fecha se establece entre tales años de manera  incontrovertible, a lo que se suman otros datos como el precio, también coincidente con la época de marras. Referencias de interés son asimismo la inscripción bien clara de su fabricante, E y M Durán y Cía SRL, y su domicilio rosarino de San Martín 2138/60. Dado que existen vestigios sobre la misma marca elaborada por Tabacos Colón, de Fernández y Sust, hacemos algunas aclaraciones complementarias en una nota al pie (2).




















Yendo a nuestros toscanos cronológicamente remotos, digamos que la ceremonia organoléptica fue desarrollada al término de un excelente asado con la presencia contemplativa de un buen grupo de amigos. Ante la ausencia con aviso de Enrique Devito, quien generalmente nos acompaña en estas ocasiones, la posta recayó en Sebastián Nazábal, otro aficionado a los buenos cigarros puros que aceptó de buen grado el desafío de experimentar las percepciones provocadas por especímenes tabacaleros con  medio siglo de antigüedad.  Pero la suerte estuvo una vez más de nuestro lado: los medios toscanos probados se mostraron íntegros, fáciles de encender y aún más simples de fumar. Entre sus efluvios detectamos los tradicionales rasgos de cuero, café y resinas sumados al infaltable matiz mineral, todo ello en el marco de un sabor que conserva un cierto acento “agreste” propio del tabaco misionero (de los tipos Criollo y Kentucky) con el que seguramente estaban elaborados estos veteranos toscanos patrios.


Volvimos así a probar añejos prototipos del cigarro más fumado en la Argentina de antaño, y nuevamente encontramos  esa nobleza palpable en la presentación, la confección, la combustión, el aroma y el sabor de lo catado.  Por lo tanto,  no es redundante ratificar que la actividad tabacalera nacional  hacía las cosas muy bien por entonces, y que de su excelencia disfrutaron varias generaciones. ¿Cómo no imaginarse a algún personaje saboreando su Flor de Mayo -café, ginebra o grappa mediante- en algún olvidado bar cercano al puerto de Rosario? Nosotros pudimos hacerlo, ayudados por tan singular y humífero túnel del tiempo.

Notas:

(1) En efecto, todo indica que semejante proceder era habitual cuando algún establecimiento veía excedida su capacidad productiva por aumento de la demanda u otros imprevistos, lo que la obligaba a derivar parte de su manufactura a algún taller “colega”. En esos casos, lo común era que la fábrica contratante enviara el tabaco a la fábrica contratista, que realizaba el trabajo de armado y empaquetado de los cigarros. No obstante, es difícil asegurar que éste sea el caso, dados los indicios que analizamos en la nota que sigue.
(2) El rótulo “Flor de Mayo” fue creado y registrado por AndrésDurán, fundador de la fábrica y cigarrería homónima. Así lo confirman numerosas apariciones en el registro de marcas publicadas por el Boletín Oficial de la República Argentina desde la década de 1910 hasta el año 1939, cuando el establecimiento ya se llamaba del modo que encontramos en nuestros paquetes: E y M Durán y Cía.


Con todo, también queda claro que en algún momento de su existencia los toscanos Flor de Mayo fueron hechos por Tabacos Colón, el legendario establecimiento de Fernádez y Sust, como figura en ciertas marquillas de los decenios de 1940 y 1950. Un detalle es ciertamente llamativo: aunque sigue apareciendo el logo de Durán, las inscripciones dejan claro que el fabricante es Tabacos Colón, incluyendo su dirección de Felipe Moré 929.  Las preguntas son obvias:  ¿fue un cambio de propiedad de la marca que se extendió por algunas décadas, o simplemente una elaboración hecha por Fernández y Sust para Durán? El tema da para mucho más, ya que ambas firmas tienen registradas compras y ventas de marcas a lo largo de su historia,  así  como  la  práctica  de manufacturar por cuenta y orden de terceros. Hoy sólo queremos señalarlo a modo de aclaración, pero tal vez algún día tengamos las ganas y el tiempo para investigar y llegar al fondo del entuerto.


sábado, 13 de septiembre de 2014

Del cigarro inmigrante al cigarro nacional

Como señalamos en más de una ocasión, los productos italianos de consumo masivo llegaron a ser un símbolo de su nacionalidad, especialmente durante los primeros tiempos del proceso unificador de ese país llevado a cabo entre 1830 y 1870.   En tal contexto no era rara la aparición de artículos del fumar cuyos nombres resultaban alusivos a hechos y personajes que encendían el fervor patriótico peninsular.  El  caso  del cigarro  Cavour  es paradigmático, tal cual analizamos en un par de entradas subidas hace algunos meses, pero el fenómeno tuvo su correlato en la Argentina de las décadas siguientes, ya que en ella se verificaba una evolución no menos trascendente  por sus  derivaciones  sociales: la inmigración.   Así,  la  industria toscanera criolla tuvo sus propios ejemplos al respecto, como Solferino (1), Vincitor o Toscani Italia, entre otras marcas antiguas. No obstante, el espíritu recalcitrantemente itálico de los primeros tiempos fue dando paso a una esencia mucho más integrada con nuestro país a medida que transcurrieron los decenios.


Aquel  patriotismo subyacente en cada acto o expresión italianista entre 1860 y 1900 es fácilmente verificable para el historiador,  así como su estrecha relación con el mundo del tabaco. No eran muchos los países de entonces (ni lo son hoy) que contaran con cigarros de impronta tan significativamente nacional como el toscano, siempre asociado a la idiosincrasia, la cultura y la manera de entender la vida en ese país. Al igual que ocurre con la cocina italiana  -reconocida mundialmente por su perfil contundente y sabroso-, los toscanos pronto pasaron a ser un símbolo genuino en el mismo sentido, o sea, el de la potencia, el carácter y la personalidad definida. En los comienzos de este proceso, semejante relación cigarro-país solía tener como protagonistas  a  los  héroes nacionales,   que  eran  inmortalizados  en  diferentes manifestaciones artísticas, desde retratos de bersaglieri saboreando toscanos hasta escritos literarios que enaltecían al rey Víctor Manuel con anécdotas relativas a sus hábitos de fumador. Un caso paradigmático es el de la obra del pintor Gerolamo Induno (1825-1890), llamada “Garibaldi sulle alture de Sant’ Angelo”, en el que podemos apreciar al famoso personaje atisbando el valle con un cigarro en la mano, con toda seguridad un Cavour o un toscano. Y esto no es una suposición: más allá de que Garibaldi era un reconocido aficionado toscanero, fumar cigarros que no fueran los propios de la península era considerado poco menos que un acto de traición en aquellos días.


Ahora bien, dijimos que el ardor patriótico de marras fue acompañado por los inmigrantes que llegaban a la Argentina, lo cual es un hecho inequívoco. Luego de varios años investigando el tema,   una de las cosas que puedo asegurar con total convencimiento es que los puros italianos fumados en nuestro país entre 1861 (año de la primera importación) y finales de la década de 1880 eran parte de un consumo absoluta y totalmente acotado a los habitantes de esa nacionalidad, dado que nuestros compatriotas de entonces preferían los cigarros correntinos, cubanos, brasileros y paraguayos. Recién hacia 1890  el toscano empezaría a perder su aureola netamente foránea, precisamente cuando comenzó a ser fabricado por los establecimientos tabacaleros argentinos y apreciado por los nativos del país. Podemos imaginar tal cambio del mismo modo que aconteció en el mundo de la gastronomía y de las bebidas, por ejemplo, ya que en 1850 nadie hablaba de Barbera  o de Chianti,  pero  sí  de  Vino Carlón.   Eso pasó a ser  exactamente al revés con el advenimiento del nuevo siglo: el otrora famoso Carlón quedó relegado al olvido mientras los vinos peninsulares eran profusamente importados desde Europa e imitados por las bodegas locales, toda vez que se registraba una acentuada asimilación del sentir itálico en nuestra propia cultura. Exactamente lo mismo, pero en términos de tabaco, sucedió con el toscano, iniciando así una época de oro que lo llevaría a constituirse como el puro más vendido del país en los siguientes setenta años.


Por lo visto, tenemos al cigarro de nuestro interés marcando un proceso social por partida doble.  En un sentido, el éxito del toscano representa la integración  de las colectividades a la cultura argentina. Y en otro, personifica  la incorporación de elementos foráneos al sentir nacional, lo cual ocurrió idénticamente con las comidas, las bebidas, el lenguaje, la música y las demás expresiones del comportamiento. El toscano, símbolo de la unión histórica entre italianos y argentinos. ¿Quién lo hubiera dicho?


Notas:

(1) Solferino fue una marca elaborada por la fábrica de Stecchi, Barbero y Comelli  a comienzos del siglo XX. El nombre se relaciona con la batalla librada en Lombardía el 24 de Junio de 1859, muy cerca de la localidad homónima, que tuvo como protagonistas a los austríacos,  por un lado,  y a la alianza entre el  Reino  de  Piamonte  y  Cerdeña (antecesor del estado italiano unido)  y  Francia,  por el otro.  La importancia de la contienda era tal que actuaron como comandantes  los líderes supremos de cada nación involucrada: el emperador Francisco José de Austria, Napoleón III de Francia y Víctor Manuel II de Piamonte y Cerdeña. El triunfo les correspondió a los aliados tras nueve horas de durísimos combates.


lunes, 25 de agosto de 2014

El nudo gordiano de los fabricantes

Hace un par de entradas, en una nota al pie, señalamos que la antigua presencia de fabricantes, importadores, distribuidores y concesionarios (1) conformaba un “complejo nudo histórico”, más aún cuando  estamos hablando  de  manufactura  y comercialización de toscanos nacionales, italianos, suizos  e  incluso  de otros  orígenes  aún  no corroborados. Como para enredar más el tema,  no eran pocas las empresas enfocadas en varias de estas operaciones al mismo tiempo, incluyendo algunas de las más grandes y conocidas. Un ejemplo típico es la SATI (Societá Anónima del Tabacchi Italiani), que indistintamente importaba los genuinos ejemplares de la península y fabricaba prototipos argentinos en su planta porteña del barrio de Villa Real. También manifestamos el hallazgo de gran cantidad de marcas ubicadas en viejos registros, especialmente en pretéritas ediciones del Boletín Oficial de las República Argentina, lo cual nos brindó además el conocimiento de casas elaboradoras, nombres de fabricantes y locaciones domiciliarias.


Con todos esos nuevos datos en juego era inminente una actualización de nuestro listado de fabricantes  argentinos.   Pero,  en sintonía con lo dicho anteriormente sobre la multiplicidad de facetas y actividades exhibidas por las empresas vinculadas al producto de nuestro interés, vale la pena puntualizar bien cuáles son los criterios de inclusión en el repertorio junto a otras aclaraciones complementarias, de acuerdo a los parámetros que siguen:

- El listado intenta recoger exclusivamente datos de la industria toscanera  nacional, si bien varias de las firmas encuadradas realizaron importaciones en algún momento de su vida, como la ya mencionada SATI, Yoldi, Mignaquy, etcétera. En la mayoría de los casos contamos con la certeza plena de su carácter manufacturero, pero también añadimos aquellos que cuentan, por así decirlo, con un “alto grado de sospecha”.  Por  lo  tanto,  no  están comprendidas en este elenco las casas comerciales que sólo se dedicaron a la importación  (2),  al menos de acuerdo a nuestra información actual.
- Aunque son pocas, también  encontramos un par de compañías cuyas marcas de toscanos no eran fruto de una manufactura propia,  sino de una elaboración realizada por terceros, lo cual queda aclarado en los renglones correspondientes. Así sucede con la marca Ottone, distribuida por Mignaquy  y fabricada por Luchador (3). Lo mismo ocurre con La Colmena, de Cardín y Cía,  confeccionada por Tabacos Colón. Desde ya que podría haber otros casos similares “escondidos” entre la nómina, pero en principio asumimos a los demás como fabricantes  hasta tanto comprobemos lo contrario.
- La empresa E y M Durán, de la ciudad de Rosario (que también era conocida simplemente como “Cigarrería Durán”) parece haber tenido una política consistente en comprar marcas ya establecidas por otros fabricantes. Por eso vemos que sus rótulos Flor de Mayo y Gurugú se repiten con anterioridad como pertenecientes a razones sociales distintas. Mientras tanto, estamos tratando de investigar algo más sobre esta misteriosa casa.
- Las fechas marcadas en la columna “época” nos son necesaria y estrictamente las de apertura y cierre de cada establecimiento, sino una aproximación que puede tener diferentes motivos. A veces es eso, con certeza total; otras es simplemente un cálculo estimado sobre el mismo punto, y en otras representa el período en el que ciertas fábricas se abocaron a la producción de toscanos, sin perjuicio de que hayan continuado elaborando otros productos tabacaleros con posterioridad, pero ya no los cigarros que nos ocupan.
- Marcamos cinco renglones con letra cursiva. Se observa que en ellos no hay tampoco domicilio registrado. Se trata de solicitudes de marcas aparecidas una única vez en el Boletín Oficial, sin renovaciones posteriores y sin que hayamos podido obtener ningún otro dato sobre ellas. Así, aunque es muy probable que esos toscanos hayan existido en la realidad física, esperamos futuros hallazgos confirmatorios para considerarlos históricamente verídicos.

La lista queda pasa a contar entonces con 37 protagonistas. Haciendo click en la imagen se puede ampliar el cuadro para su lectura.


¿Cuántas otras empresas faltarán por descubrir? Personalmente creo que muchas, aunque probablemente no sean de las más importantes y conocidas. Con todo, es casi seguro que durante  los cien años de éxito del toscano deben haber funcionado decenas de talleres medianos y pequeños, sobre todo establecidos en domicilios particulares y cigarrerías del interior del país. ¿Llegaremos a conocerlos algún día? Tal vez sí, o tal vez no, pero siempre mantenemos el espíritu investigativo a la espera de resultados inéditos.


Notas:

(1) Todavía no he logrado aclarar bien el papel que desempeñaba la figura del concesionario y su diferencia con el simple “importador”,  pero es un hecho comprobado que ambos existían y que trabajaban conjuntamente a principios del siglo XX. En el caso que nos interesa, a partir de 1904, la nueva firma introductora de los toscanos italianos legítimos pasó a ser Bunge & Born, mientras que el empresario Roberto de Sanna hacía las veces de concesionario, tal cual lo confirman numerosas publicidades de la época. ¿Qué tarea realizaban  uno y otro, concretamente? No lo sabemos por el momento, pero apenas tengamos un mayor entendimiento del asunto aquí lo vamos a volcar.


(2) Muy pronto subiremos una entrada sobre los importadores chequeados a principios del siglo XX.
(3) El caso Ottone – Mignaquy – Luchador fue mencionado hace poco, pero vale la pena volver sobre él porque viene muy al caso.  Es un claro ejemplo del  “complejo nudo histórico” referido al principio y de las dificultades que supone tratar de construir una estructura cronológica ordenada cuando hablamos de un cigarro tan fabricado, importado y fumado como el toscano. Hacia 1908, Mignaquy era importador de toscanos suizos, mientras que Ottone era eso mismo o, quizás (no pudimos establecerlo fehacientemente aún),  una marca elaborada por un tercero,  pero es seguro que ninguno de los dos fabricaba por cuenta propia. Hacia 1940,  sabemos que Mignaquy distribuía la marca Ottone, cuya manufactura estaba a cargo de Luchador, la factoría de la familia Zenobi fundada  en  1920.  Ahora bien,  ¿los cigarros Ottone de 1908 eran importados o nacionales? Si la primera es la respuesta correcta, ¿era Mignaquy su importador? Y si es la segunda, ¿quién los elaboraba? Aunque los indicios apuntan más bien hacia el primer postulado,   para poder contestar tales interrogantes  con certidumbre absoluta es necesario encontrar registros, documentos o testimonios que despejen cualquier duda de un modo incontrovertible. Así es la tarea del investigador aficionado, y en ella estamos.

miércoles, 30 de julio de 2014

Por derecha o por izquierda, pero siempre los más fumados

La supremacía numérica del toscano dentro del consumo nacional de cigarros puros a partir de 1890 ha sido más que comprobada por este blog en numerosas oportunidades, especialmente en la entrada del  25/3/2013,  cuando dimos en analizar los diferentes testimonios y documentos históricos que confirman ese predominio a lo largo de casi un siglo. Pero nunca nos imaginamos que semejante hegemonía iba a darse también el terreno de la clandestinidad. Sin embargo, como viene sucediendo desde que encaramos este espacio de búsqueda histórica,  cada nuevo hallazgo no hace más que revalidar lo dicho. El cigarro toscano fue rey en su género durante mucho tiempo, incluso en términos de contrabando. Así se desprende de las sucesivas apariciones al respecto, que pueden ser ubicadas en el Boletín Oficial  de  la  República  Argentina  durante las décadas posteriores al novecientos.   Desde luego que es prácticamente imposible efectuar un examen detallado caso por caso (son demasiados), pero la simple revisión de los hechos más importantes en términos cuantitativos es una excelente muestra de nuestros argumentos. Veamos entonces algunos de ellos.


El 25 de octubre de 1904, la Aduana de Buenos Aires realizó el decomiso de “un cajón con diez mil cigarros toscanos, tres bolsas de cigarrillos, un cajón de whisky, un cajón de naipes y seis cajas de cigarros habanos”, todo ello encontrado a Julio Dellafonte en el vapor Santa Cruz, procedente de los puertos del sur.  El aditamento de  “ex  mayordomo”   aplicado al susodicho revela que el hombre perdió su trabajo a causa del frustrado intento de matute.  Algo similar,  pero en menor escala, hallamos en la edición del 25 de noviembre de 1910, cuando se incautaron “quinientos cigarros toscanos, los que pretendía introducir en plaza clandestinamente el individuo Juan Rocco, que fue detenido en las calles Viamonte y el Puerto,   los cuales llevaba dentro de una canasta,   habiendo manifestado el arriba nombrado que los había desembarcado del vapor América”. El patrón de origen marítimo se repite con fecha 3 de noviembre de 1911, cuando un sujeto de nombre casi idéntico al anterior (“que dijo llamarse Juan Rocca”) es sorprendido portando una bolsa proveniente del vapor Re Umberto conteniendo  20 paquetes de toscanos por un total de 1000 unidades.


Vale reiterar en este punto que sólo nos referimos a la ocurrencia de casos significativos por la cantidad de puros italianos registrados, que implican apenas un porcentaje dentro de un total mucho mayor. Necesitaríamos decenas de entradas para reseñar procedimientos que se repetían casi a diario, pero lo importante para nosotros es que en cada nueva actuación de las autoridades se reproduce prácticamente lo mismo, es decir, la presencia de toscanos en cantidades llamativamente copiosas, tal cual sucedió otra vez el 10 de Agosto de 1915. Ese día los decomisos resultaron notables por la variedad de las mercaderías, entre las que se contabilizaron “800 metros de tejido de algodón, 300 gramos de hilo de plata, 346 barajas españolas, 130 botellitas de vino, 1050 cigarros toscanos, 58 botellas de refrescos, 600 latitas de caramelos” y un prolongado etcétera. En general -como resulta muy lógico- los procedimientos aduaneros se llevaban a cabo en el mismo puerto o en sus adyacencias. No obstante, la popularidad del producto tabacalero que nos convoca superaba cualquier barrera geográfica  entre  la población que habitaba el territorio patrio a principios del siglo XX.


Y para muestra basta un botón, como dice el dicho, ya que el Boletín Oficial del 30 de marzo de 1917 presenta un hecho significativo por su ubicación bien alejada de la metrópolis porteña: nada menos que la localidad  puntana de Justo Daract, en la frontera entre San Luis y Córdoba. Allí, más precisamente en la casa de comercio de los señores  Esnaola  e Izuzquiza, cierta actuación de oficio por cuenta y orden de la Administración General de Impuestos Internos halló “una partida de cigarros toscanos, bebidas alcohólicas y naipes sin los aditamentos fiscales que acreditan el pago de los impuestos correspondientes”.  No  hace  falta  agregar  mucho  más,  porque  lo  visto  revela perfectamente la importancia del consumo toscanero de la época, capaz de llevar a todo tipo de maniobras para ingresarlos o comercializarlos en forma ilegal. Tales prácticas se extendieron durante la primera mitad de la centuria  (1) para ir luego despareciendo  lentamente mientras la propia estrella del producto se apagaba. Pero en los buenos tiempos, el toscano fue líder indiscutido de los puros fumados en el país en todos los sentidos posibles e imaginables: el industrial, el comercial, el consumista y el ilegal.



Notas:

(1) En su Historia del Tabaco, escrita hacia 1940, Juan Domenech calcula el contrabando de tabacos en la Argentina de esa época según el siguiente pormenor:

Cigarrillos                                               15.000.000 de atados
Tabacos picados                                      150.000  kilos
Cigarros tipo toscano                              3.000.000 de unidades
Cigarros de hoja, menos rabillos            1.000.000 de unidades
Cigarros tipo rabillo, anís, damitas         4.000.000 de unidades               

Una mirada rápida parecería indicar que nuestro héroe tabacalero no es el “ganador” de la estadística precedente, pero se trata de un punto de vista de lo más erróneo.  Si lo vemos del modo correcto, el renglón toscanero  refleja un  producto único, específico y preciso, mientras que el resto de los puros está apuntado a través de categorías que comprenden estilos de cigarros muy diferentes entre sí. Por eso y por enésima vez, el toscano lleva la delantera aquí también.

lunes, 7 de julio de 2014

Las antiguas manufacturas comienzan a revelar sus secretos

Si  no  hay  consuelo  en  los  frutos  de  nuestra investigación, hay, al menos, alivio en el propio proceso de investigar.  La  frase  pertenece  al eminente físico teórico Steven Weinberg, Premio Nobel de la especialidad en 1979 por sus resultados  en el campo del  electromagnetismo combinado  con la fuerza nuclear débil. Básicamente, el enunciado de este gran erudito tiene un significado inequívoco: la investigación  es una fuente de aliento para el alma, más allá de su desenlace. En este modestísimo blog nos hemos propuesto investigar la historia del cigarro toscano en la Argentina,  y  no  han sido pocos  los logros alcanzados en su año y medio de vida. Ubicamos la existencia pasada de un número bastante importante de fábricas (aunque seguramente faltan muchas más),     así como la  fecha en que se realizó la primera importación de cigarros italianos. Eso ya es bastante para tan corto tiempo de trabajo, pero además conocimos varias historias de fábricas y fabricantes que construyeron el pasado del puro más fumado en la Argentina  de  antaño.   Por  eso  nos  sentimos satisfechos por partida doble, según las expresiones de Weinberg, ya que conjugamos   la dicha de investigar con  la dicha de haber cosechado una cantidad suficiente de resultados en relación al austero esfuerzo empleado para tal fin.


No obstante, el acceso reciente a ciertos documentos antiguos practicables en internet nos brindó una avalancha de datos como no habíamos tenido antes. Entre ellos, además de los hallazgos de fábricas y marcas (de lo cual dimos cuenta hace un par de entradas), pudimos despejar algunas dudas respecto a otras manufacturas de las que teníamos conocimiento, aunque no muchos datos certeros.   Fechas  de  apertura,  domicilios, solicitudes marcarias hasta entonces ocultas a nuestro conocimiento y otros apuntes históricos de interés han venido a sumar abundante material para el objeto principal de este espacio. Por ejemplo, si hablamos de la ilustre y legendaria fábrica La Argentina, de Don Juan Otero – primera firma que manufacturó toscanos en el país- , ahora sabemos con absoluta seguridad que su fecha de nacimiento fue 1878,   ya que localizamos un registro de marca de cigarrillos de esa misa empresa en  la  que  su  ilustración   reza claramente: “fundada en 1878”. El dato viene a colación, una vez más, del carácter casi incidental que adquieren muchas veces ese tipo de descubrimientos.


Continuando  en  la  línea  de  las  factorías mencionadas con anterioridad vez y que formaban parte de nuestro listado, nos topamos con  el rótulo O Finchado, cuya gestión de marca fue iniciada el 11/6/1912 por Carlos Galina y Eduardo Torreri, socios de La Honradez en la ciudad entrerriana de Colón. También  dimos con el registro de la marca Solferino, presentada por Francisco Barbero y Luis Comelli el 24 de noviembre de 1913, que refuerza todo lo plasmado en la entrada del 4/1/2013 sobre esa pequeña y antigua casa tabacalera de la ciudad de Campana. Más adelante en el tiempo,  a mediados de la década de 1920,  Juan Zenobi inició el trámite para la denominación César de los productos que elaboraba simultáneamente (aunque en lugares separados) con su hermano Constantino, precursor de  Luchador, la increíble casa que en el siglo XXI continúa elaborando toscanos artesanalmente luego de casi cien años de tradición familiar en el ramo. También hallamos un nutrido movimiento en lo que hace a solicitudes de marcas por parte de La Cigarrera Ítalo Argentina, misteriosa fábrica que conocimos por una caja de cigarros ofrecida en la web. Ahora podemos afirmar con bastante certidumbre varios postulados sobre ella: que su vida se desarrolló mayormente entre los años 1930 y 1950, que además de Turín supo comercializar las marcas El Boyero y Lo Gano, que sus dos domicilios capitalinos en ese lapso fueron Caseros 3449 (Parque  Patricios)  y Guanahani 406  (Constitución),  y que fue una de las tantas compañías de la época que realizaba sorteos y entregaba premios como método para incrementar las ventas.



















Finalmente, algo sobre la marca Ottone, ya conocida para nosotros. Sabíamos que hacia 1940 era comercializada por Mignaquy y Cía. como resultado de una elaboración hecha por un tercero, en este caso, por la fábrica Luchador de la familia Zenobi. Pero hete aquí que en el Boletín Oficial aparecen numerosas solicitudes marcarias  desde 1915 hasta 1939  por parte de la familia “Ottone”, compuesta por José, Pascual, Rafael, Eugenio y Emilio. El hecho de ser tramitadas desde Génova, Italia, indicaría una importación o una elaboración local por cuenta y orden de ellos. El primer rótulo solicitado es para cigarros Brissagos y refuerza la idea respecto a las especialidades tabaqueras italianas. Ello se confirma en 1931, cuando solicitan nuevamente el registro de marca “Ottone” con un dibujo que porta algunas leyendas bastante reveladoras:  Tabacchi  e  sigari  esteri  (Tabacos y cigarros extranjeros) y Confezione esclusiva per la Ditta Giorgio Ottone e Figli  (Confección exclusiva para la Firma Giorgio Ottone e Hijos) (1) Ahora bien, en 1940 eran toscanos manufacturados por Luchador y distribuidos por Mignaquy.   Pero  es imposible que eso también fuera así en 1915, cuando se realiza el primer registro de la marca, ya que el taller de los Zenobi aún  no funcionaba como tal. Entonces, ¿quién los hacía antes? ¿Fueron siempre cigarros de producción argentina u originalmente eran importados desde Europa? (2) Además de toscanos y brissagos, ¿existieron los Cavour o napolitanos Ottone? En fin, preguntas que continúan surgiendo y que tal vez logremos contestar próximamente. Ganas de investigar, por fortuna, no nos faltan.


Notas:

(1) A esa altura la familia había pasado por un recambio generacional o se habían agregado nuevos miembros, dado que aparecen  José Eugenio y Rafael Ottone junto con Clotilde Cánepa de Ottone.


(2) Las posibilidades son muchas y se multiplican con cada nuevo hallazgo. Un dato llamativo es que Mignaquy ya importaba los tres tipos de cigarros italianos más conocidos (toscano, Cavour y Virginia o Brissago) con anterioridad, según figura en la tabla de aforos  de  1908.   ¿Eran  los  Ottone?  Tal vez algún día podamos contestar este interrogante, siempre y cuando hayamos logrado desenredar el complejo nudo histórico que involucra fabricantes, importadores, distribuidores, concesionarios, elaboraciones propias y de terceros, de origen nacional, italiano, suizo  y  vaya a saber cuántas posibilidades más. En la próxima entrada, antes de presentar la nueva lista de fábricas actualizada, nos vamos a referir a eso.