martes, 24 de marzo de 2015

¿Qué fue primero: el Cavour, el Brissago o el Toscano? II

Desde aquel venturoso día en que logramos ubicar la primera importación argentina de cigarros italianos (1) se sumó a nuestro interés un nuevo terreno de investigación, que es el desarrollo local de los tres ejemplares emblemáticos del  segmento: el Cavour, el Brissago y el toscano. Incluso antes de ese hallazgo ya veníamos insinuando que, tal vez, el toscano no había sido siempre el más exitoso del grupo. Con el paso del tiempo y el avance de nuestros conocimientos pudimos confirmar plenamente dicho presagio, tal cual hemos plasmado en la entrada anterior de este mismo tema hace un par de meses. Allí vimos que los registros documentales al respecto no son muchos, pero que su escasez se ve ampliamente compensada con la contundencia de los respectivos contenidos. Ya no hay dudas: Cavour y Brissago fueron más vendidos y fumados que el toscano desde 1861 hasta 1890, pero a partir de entonces nuestro héroe comenzó una vertiginosa carrera de popularidad hasta convertirse en el cigarro de mayor éxito a lo largo de ochenta años.


En aquella oportunidad prometimos examinar las causas de ese cambio histórico bastante súbito, ya que hablamos de un período no mayor de diez o doce años.  En 1887 el Cavour era presentado como emblema de los puros peninsulares y ni se hablaba del toscano, pero para 1898 este último encabezaba con holgura las ventas de puros en Argentina. ¿Qué ocurrió en apenas una década para que un producto “del montón” pasara a ser el más consumido del país? Bien, el abordaje del tema implica atacar las dos puntas. En primer término, tenemos que saber por qué razón Cavour y Brissago fueron más famosos durante treinta años, y luego, en segundo, debemos descifrar los fundamentos históricos que motivaron el crecimiento del toscano desde fines de la década de 1880 en adelante. Vayamos al núcleo de la cuestión, entonces, ordenadamente.


Existe un dato fundamental que prácticamente explica por sí solo la fama rutilante de Cavour y Brissago en los primeros tiempos y su neta superioridad frente al toscano. Se trata del fuerte componente regional del norte en la primera oleada de la inmigración italiana. En efecto, como bien señalan muchos investigadores y estudiosos de esa etapa (2), entre 1860 y 1880 predominaron  ampliamente los piamonteses, genoveses, lombardos y vénetos. O sea -nada más y nada menos-  las dos regiones originarias de los cigarros en cuestión: el Cavour, típico del Piamonte, y el Brissago, típico del Véneto y la Lombardía (estas dos últimas bajo dominio austríaco hasta 1866, lo que refuerza la lógica de todo lo antedicho: recordemos que el Brissago es un cigarro nacido en Austria por 1840 con el nombre de Virginia) Mientras tanto, el toscano provenía de una zona mediterránea  (la Toscana) carente de puertos y aún entonces en proceso de integración cultural al incipiente estado italiano unido. Por lo tanto, no es de extrañar ese estado de cosas en materia de consumos cigarreros frente a semejante panorama social, cultural y humano.


Pero a partir de1880 la estructura inmigrante se fue modificando de modo veloz: la ola del norte perdía protagonismo merced a un arribo masivo desde el centro y el sur, integrado mayormente  por abruzos, pulleses, napolitanos y sicilianos. En esas regiones no se fumaban ni Cavour ni Brissago (de hecho, eran casi desconocidos), pero sí el toscano, que poco a poco iba tomando relevancia y cobertura de alcance nacional en toda Italia. En el trabajo del profesor Luca Garbini (que hemos mencionado varias veces) queda claro que por 1889 la Argentina incrementó sus importaciones de manera significativa y que ya entonces el toscano se constituía como el cigarro italiano más fumado y más exportado, sobre todo hacia el puerto de Buenos Aires, que absorbía entre el 75 y el 80 por ciento de los embarques internacionales de tabaco peninsular. Así, es evidente que la procedencia específica de los italianos arribados a nuestras costas resulta ser un elemento fundamental, cuya importancia basta para aclarar  por qué el toscano sólo obtuvo su fama plena en el último decenio del siglo XIX y no antes. Por supuesto que existen otras razones adicionales de orden práctico: porte pequeño, sabor potente y precio moderado, entre otras, a las que oportunamente les dedicamos una entrada completa (3).


Piamonteses y vénetos, napolitanos y abruzos, entre otros, fueron los primitivos fumadores de Cavour, Brissagos y toscanos en la Argentina. Ellos poblaron con ese aroma inconfundible los bares, bodegones y muelles de Buenos Aires, Rosario y demás ciudades del país. Y también escribieron su página en la historia de los cigarros italianos, seguramente sin  saber que estaban iniciando una verdadera saga con algo de conquista, porque hoy, a más de 150 años del desembarco primigenio, los toscanos aún se importan, se fabrican y se fuman en este rincón de América.

Notas:

(1) Eso fue en septiembre de 2013, cuando subimos una entrada relativa al asunto de marras, cuyo enlace es el siguiente: http://traslashuellasdeltoscano.blogspot.com.ar/2013/09/el-dato-que-tanto-buscabamos-la-primera.html
(2) Por ejemplo, el excelente trabajo de Marcelo Weissel “Arqueología de la Boca del Riachuelo”, que se puede consultar en el link que sigue. Advierto que es un trabajo científico, con toda la precisión y la data complementaria que ello implica, por lo cual puede resultar engorroso para aquel que no esté verdaderamente muy interesado en el tema. http://www.fundacionazara.org.ar/img/libros/arqueologia-de-la-boca-del-riachuelo.pdf
(3) Fue en la entrada del 28/1/2014 “El triunfo del cigarro urbano”  http://traslashuellasdeltoscano.blogspot.com.ar/2014/01/el-triunfo-del-cigarro-urbano.html

martes, 24 de febrero de 2015

Estampas toscaneras en Caras y Caretas

Caras y Caretas fue un semanario argentino fundado en 1898 por un grupo de notables periodistas y escritores rioplatenses. Su primera época perduró desde entonces hasta el año 1941, aunque su mayor popularidad se ubica entre 1900 y 1920, al punto de ser una referencia obligada para todo historiador ocupado en investigar la realidad del país por aquellos  años.   La característica más saliente de la revista en cuestión era el amplio abanico temático de sus notas, desde la más candente actualidad política hasta la sátira humorística, el análisis de los fenómenos sociales, las noticias sobre los últimos adelantos tecnológicos, el desarrollo de las industrias y un largo etcétera. Desde luego, y a los fines prácticos que nos ocupan aquí, esos textos presentados durante cuatro décadas rebosan de citas relativas al cigarro toscano, constituido entonces como un producto de consumo masivo.


Queda claro que la mención de cada una de ellas (incluidas en diferentes notas de interés general, cuentos,  noticias   y   avisos  publicitarios)   es prácticamente imposible, además de innecesaria. Pero creemos atractivo detenerse en algunas apariciones muy oportunas que nos permiten conocer ciertos perfiles de personas y grupos humanos. Porque, como dijimos más de una vez, la historia del toscano en Argentina acompaña la propia historia nacional, especialmente en al ámbito de los fenómenos de la inmigración y el desarrollo de la grandes urbes. Veamos entonces tres estampas que representan sendas postales de lo que ocurría por estas latitudes en los respectivos momentos de publicación.   Dos de ellas son muy cercanas entre sí y coinciden, en cierto modo, con la edad de oro del artículo que nos convoca. La otra, avanzado el siglo XX, se sitúa en el período de su mayor dispendio numérico, si bien para entonces el puro de nuestro interés  iba abandonando lentamente la buena estrella merced a un renovado consumo tabacalero que se trasladaba hacia los cigarrillos rubios, cuanto más suaves mejor, y veía a los viejos cigarros itálicos como algo anticuado.


El 25 de noviembre de 1911, una caricatura del célebre dibujante español José María Cao Luaces (más conocido bajo el apócope de Cao) nos muestra al coronel Enrique Rostagno comandando las fuerzas destinadas en la ocupación del llamado Gran Chaco, que incluía a las actuales provincias de Chaco, Formosa y partes de Santa Fe y Santiago del Estero. Al parecer, el conocido militar (1) era un entusiasta aficionado toscanero, lo que le valió esa aparición gráfica  de tono chancero con el siguiente epígrafe en verso:

Siguiendo la ocupación
del Chaco, que en su opinión
da resultados muy buenos,
se fumó medio millón
de toscanos, cuando menos

Un detalle resulta ciertamente significativo: el toscano está siendo fumado al modo entero o maremmana, aunque nunca sabremos si esa era su verdadera costumbre o si sólo se trata de la interpretación artística del caricaturista.


Menos de un año después,  el  27  de  julio  de  1912,  cierto artículo denominado El “faubourg” teatral (2) nos transporta a la zona adyacente del viejo teatro Politeama (3), descripta como “con mucha alegría y mucho color, con sus cafés, sus restorantes con pollos a lo spiedo y suculentos platos de tallarines al jugo, y hasta un elegante y bien montado club.” Luego hace hincapié en el bar Sabatino,  al que concurren actores, músicos  y  empresarios teatrales italianos,   tales  como los eximios cantantes Corti, Domingo, Recanatini, Quadranti y el conde Tulio Quatrocchi. Esta notable fauna artística peninsular es vívidamente delineada por sus coloridas vestimentas (chambergos de ala ancha,  bastones  verdes  o  rojos,  abrigos y  pantalones a  cuadros),  y  porque  sus integrantes son vistos fumando con verdadera fruición los toscanos insecticidas, al decir del autor de la crónica.


Finalmente, el 6 de febrero de 1937, uno de los colaboradores más veteranos del semanario, Félix Lima, comienza su nota de añoranza sobre cierta y antigua murga de Barracas al Norte con un sinceramiento personal.   Una confesión que no es literaria ni deportiva para empezar: me gustan de alma los toscanos de cigarrería y las milanesas de “ristorante” de medio pelo, el vino de la “Riviera” de Quilmes o de Sarandí (4) y pasar los días de carnestolendas (5) en alguno de los pueblos suburbanos, con o sin servicio ferroviario  eléctrico,  dice  Lima,  que realmente era tal cual se describe a sí mismo, conforme lo pintan diversas añoranzas posteriores de algunos de sus colegas. Hemos repasado así así tres siluetas argentinas del ayer, y todo gracias al cigarro más fumado en estas tierras durante casi una centuria.

Notas:

(1) Rostagno era un militar innovador, polémico y bastante “mediático”. Fue responsable de varias reformas en el entrenamiento y la actualización tecnológica del ejército, pero también tuvo  algunos  problemas  por  la tendencia  a  manifestar  públicamente  sus opiniones políticas. En 1908, por ejemplo, debió cumplir dos meses de arresto por emitir comentarios adversos al presidente José Figueroa Alcorta. De ello da cuenta la misma Caras y Caretas en su edición del 28/3/1908.


(2) Término del habla francesa que se usa comúnmente para definir un barrio o suburbio.
(3) Legendaria sala de espectáculos que estaba ubicada en  Corrientes  1490,   casi esquina Paraná. La historia de este edificio, de su sucesor, y del baldío que existe en el lugar desde la década de 1950 es verdaderamente paradójica. Sugiero a los interesados ver la breve pero efectiva reseña de Wikipedia:  http://es.wikipedia.org/wiki/Teatro_Politeama
(4) Se refiere irónicamente a los vinos artesanales que se elaboraban en los viñedos costeros del Río de la Plata, al sur de Gran Buenos Aires. Desde finales del siglo XIX y hasta la década de 1970 esa producción fue numerosa y bastante popular, casi siempre obtenida  con ejemplares  de  vides  americanas  tipo  Vitis  Labrusca       (conocida folclóricamente como “chinche”) que daban a los vinos un sabor salvaje y rústico. En sus buenos tiempos llegó a existir medio centenar de productores de uva y vino sólo en el partido de Avellaneda, según estadísticas oficiales de 1950.


(5) Sinónimo de carnaval.

miércoles, 28 de enero de 2015

Agustín Grillo, el cigarrero boquense

Allá por junio del año pasado dimos en subir una entrada relativa al descubrimiento de diez antiguas fábricas, lo cual fue posible gracias a su mención en viejos ejemplares del Boletín Oficial de la República Argentina. Entre tales hallazgos se encontraba la Manufactura de Tabacos de Agustín Grillo,   con domicilio declarado en  Pedro de Mendoza 1447 de la Ciudad de Buenos Aires, es decir, en pleno barrio de La Boca y muy cerca de la emblemática Vuelta de Rocha (1). Gracias al registro de la marca “Avaneti” supimos entonces que se trataba de cigarros Uso Italiano  con un precio de cinco centavos al público por unidad,   y   no dudamos en aseverar que éstos eran toscanos,  lo cual volveremos a verificar en esta ocasión. Todo lo señalado surgió de ese único testimonio histórico fechado el 19 de Mayo de   1908,  suficientemente claro  como  para  darnos  la seguridad  de  que  dicho establecimiento existía por aquel entonces dedicado a la actividad que nos convoca. Pero lo bueno de investigar el pasado es que siempre aparecen nuevos datos. Y así ocurrió en este caso, porque ahora sabemos además que este pequeño empresario del tabaco era de  origen italiano,   que llegó a la Argentina despuntando   la  década  de  1880,  que elaboraba  tanto toscanos  como cigarrillos,      que  trajo  al  mundo  una  abundante descendencia,  que su taller tuvo al menos un cambio de domicilio   (aunque  sin  mudar de  calle),   que posiblemente haya sido el primer manufacturero de toscanos  en  ese vecindario porteño y uno de los primeros en el país, y que su empresa perduró hasta la década de 1920.


La primera referencia sobre el personaje de marras aparece en la Guía Kraft del Comercio de 1885,   donde se lo ubica como Grigio, Agustín, con “cigarrería” en Pedro de Mendoza 107 de la antigua numeración. Lo volvemos a encontrar por la década siguiente  listado  en  la  Guía  descriptiva  de  los principales establecimientos  industriales  de  la  República Argentina de 1894,  ya  como Agustín Grillo,   Fábrica de Cigarros  y  Tabacos, en  la  misma  cuadra,  pero  con su numeración  nueva  de 1045. Las  siguientes  alusiones comparecen en el siglo XX como parte de varias solicitudes marcarias efectuadas por el susodicho entre  1903  y  1923 para los cigarrillos Alvear, Bosnia, Habanete, La Mercantil, Thames y Yo te quiero, entre otros, además de los mencionados puros italianos Avaneti, todo ello en su renovado domicilio de Pedro de Mendoza 1447 (2), a sólo cuatro cuadras de la dirección anterior.   Ahora  bien, aunque los datos precedentes hubieran bastado para confirmar la presencia del personaje en tiempo y espacio con alto grado de certeza, otro viejo documento nos acercó referencias mucho más concretas aún, incluyendo apuntes sobre su vida personal y su familia.


Se   trata   del   formulario   original   manuscrito correspondiente al Censo Nacional 1895. Allí, en la dirección de Pedro de Mendoza 1043 (recordemos que ya lo teníamos  en  el  1045  según  la  Guía Industrial de 1894),   fue censado  Agustín  Grillo, italiano, de 52 años y ocupación cigarrero, junto con su esposa Ángela P de Grillo (45) y sus hijos Stella (22), Ángela (14), Catalina (11), Agustín (8) y Juan (4). No debe extrañar que el emprendedor de marras viviera en el mismo lugar en que desarrollaba su ocupación, pues era algo extremadamente común por la época. En el mismo domicilio se encuentran apuntados otros dos hombres que declaran trabajar como cigarreros: Domingo Samson (29)  y  Pedro  Abbatángelo (17).   La  cantidad  de  datos  concretos,   conjeturas  e interrogantes que se desprenden de todos los apuntes visibles es enorme (3), pero nos enfocaremos en uno específico que es la edad y nacionalidad de sus hijos,  lo  que  nos permite saber que Grillo llegó a estas tierras entre 1880 y 1884. Se trata de algo bastante sencillo: sus dos primeras hijas manifiestan la nacionalidad italiana, mientras que el resto de la prole es de origen argentino.  El corte se produce entre Ángela, de 14, y Catalina, de 11, lo que nos indica que el traslado desde Italia se realizó en algún momento situado entre los respectivos nacimientos. Y eso se condice perfectamente con la primera aparición documentada de Grillo (4) y su cigarrería, que data de 1885.


Dijimos asimismo que íbamos a explicar por qué sus cigarros Avaneti presentados como “Uso Italiano” no podían ser otra cosa que toscanos, aunque el envase no lo dijera de modo explícito. ¿Por qué no Cavour, o Brissagos, que eran reconocidos como productos de la misma nacionalidad?  Por las siguientes razones:  la leyenda “fermentados”,  que se empleaba solamente para toscanos,  el precio unitario de cinco centavos,  propio  del producto en cuestión a comienzos de siglo, y la cantidad de 50 unidades, característica de los envases toscaneros al por mayor.  Podríamos agregar que para 1908 a nadie se le ocurría fabricar cigarros italianos sin tener en cuenta el toscano, que ya era entonces el puro más vendido de Argentina, y dado que Grillo declara una única marca, la deducción es prácticamente incontrovertible.


A partir esta nueva información hicimos las correspondientes actualizaciones en nuestro listado de fabricantes argentinos, especialmente sobre los comienzos de la actividad de Grillo en  1885.  No tenemos la certeza plena de que ya en ese entonces elaborara toscanos, pero las posibilidades de que así fuera son tantas como las de un cigarrero italiano afincado en Buenos  Aires,   donde una colectividad peninsular numerosa y creciente generaba un consumo monumental de sus productos tabacaleros más típicos. Por eso mismo es justo considerar a Agustín Grillo como un  precursor toscanero en el barrio de La Boca, en Buenos Aires, y en el país.

Notas:

(1) El nombre “vuelta” con que se conoce a los meandros del Riachuelo tiene su origen a comienzos del  siglo  XIX  como una denominación práctica aplicada  por los antiguos marinos que se veían obligados a realizar giros muy pronunciados durante la navegación. Aunque existen otras, sólo tres de estas curvas fluviales quedaron perpetuadas con sus antiguas denominaciones: la Vuelta de Rocha, la Vuelta de Badaracco y la Vuelta de Berisso.   La primera es sin dudas la más conocida,  cuyo nombre proviene de cierta barraca instalada en el lugar por el 1800, propiedad de Antonio Rocha. Posee una elipse de casi 180 grados e  inmediatamente de ella se encuentra la de Badaracco, dispuesta en un sentido de contra curva que “corrige” la desviación.   En el siguiente mapa están señaladas las dos, pero debemos tener en cuenta que el cauce original del Riachuelo fue rectificado en la década de 1880 hasta darle la configuración actual. Antes de eso, en el sector de nuestro interés, la costa sur corría paralela a la costa norte formando una especie de península  y no existía el gran espejo de agua que podemos ver hoy. Por ese motivo dibujé un agregado relativo a cómo se veía en los viejos tiempos (es la “lengua con  puntos”), cuando los navegantes debían sortearla sí o sí en toda su extensión.


(2) Por diferentes numeraciones declaradas en  todo ese período podemos inferir que el frente iba desde el 1433 hasta el 1455.
(3) Por ejemplo, el muy probable vínculo entre el primero de los cigarreros que aparecen al final (Samson, de 29 años) con la hija mayor de Grillo (Stella, de 22), quien expresa llevar dos años de matrimonio y tener un hijo, que bien puede ser la allí presente Julia Samson, de un año de edad. Ello indicaría que se trataba de una empresa básicamente familiar. También llama la atención que la esposa de Grillo declara haber tenido 14 hijos en sus 30 años de matrimonio (el número que se lee al respecto es 39, pero me cuesta creer que se haya casado a los 6 años), aunque en la ocasión  sólo aparecen censados cinco. ¿Hijos mayores que se quedaron en Italia? ¿Hijos fallecidos al nacer o durante la infancia, lo cual era tristemente frecuente en esos días? En fin, algunas de las preguntas que uno puede hacerse, entre tantas otras.
(4) Esa primera vez con  el apellido Grigio, como vimos. Más allá de que puede ser un error, también es posible que haya decidido modificar su gracia, lo cual era legal y aceptado en esos tiempos.

viernes, 16 de enero de 2015

¿Qué fue primero: el Cavour, el Brissago o el Toscano? I

Con bastante frecuencia nos hemos referido a dos tipos de cigarros que bien pueden ser definidos como “primos hermanos” del toscano, al punto de haber conocido sus historias  y  degustado sus ejemplares (1),  tanto aquí como en  Consumos del Ayer.   También   apuntamos tangencialmente la sospecha de que, en nuestro país, esos otros dos productos fueron más célebres que el propio toscano  desde  1861   (año  de  la  primera importación documentada de tabacos italianos) hasta 1890, y que recién entonces nuestro leitmotiv alcanzó el grado de popularidad y éxito que lo acompañaría por los siguientes ochenta años. Esta entrada está enfocada en el análisis de dicha circunstancia,  aunque su título puede llevar a confusiones con las respectivas épocas de creación.    Queda claro que frente a esto último no hay dudas posibles: el toscano antecede holgadamente a los otros dos, puesto que su origen se remonta a 1818,  mientras que el Brissago apareció por 1840  y  el Cavour recién hacia 1860.  Pero,  como dijimos, nuestro interés de hoy es establecer una línea cronológica sobre la celebridad y superioridad comercial de cada uno en el activo mercado argentino del siglo XIX. En esta primera entrada intentaremos verificarlo mediante algunas huellas documentales de la época, para luego, en una segunda y última, explicar las razones del fenómeno.


No hay mucho para decir de la comparecencia testimonial durante los primeros diez años del tabaco itálico en estas tierras (2), con toda seguridad porque sus prototipos aún eran artículos exóticos cuyo consumo estaba acotado a una masa  minoritaria  de  inmigrantes.   Recién a finales de la década de 1870 hallamos las primeras señales de cigarros italianos nombrados con todas las letras (3), más precisamente en una ley de impuestos al tabaco de la Provincia de Buenos Aires sancionada el 14 de diciembre de 1878.  El artículo sexto no deja dudas de que Brissago y Cavour ya habían obtenido un cierto renombre, mientras que el toscano brilla notoriamente por su ausencia. Es obvio que se lo incluía entre los “otros que se importan del extranjero”, pero lo que intentamos remarcar es esa diferencia de celebridades:    mientras  unos  sirven  para ejemplificar la categoría,   otro queda oculto dentro de un pelotón genérico, innominado, anónimo. El documento tiene asimismo un gran valor por su carácter oficial y por la presencia de figuras históricas entre algunos de sus firmantes, especialmente tres que llegaron a ser gobernadores provinciales:   Carlos Tejedor,  José María Moreno y Carlos D’Amico.


Si seguimos buscando documentación fidedigna en el decenio siguiente, podemos encontrar una nueva muestra de lo que venimos señalando en el Censo de Buenos Aires de 1887. Su autor Antonio Fresco dedica unas breves palabras a la industria y el comercio del tabaco en la ciudad, pero lo interesante  es que  allí  queda  plasmada  una  frase  de significado incontrovertible:  “se consume también una cantidad inmensa de cigarros alemanes, suizos, italianos y brasileros…” (4)  No obstante,  a la hora de listar el precio mayorista de diversos artículos del ramo, vemos al Cavour como  único  y  solitario representante  de  su  tipo  y nacionalidad.  Tampoco hay menciones al respecto en la sección de precios minoristas,  ni en ninguna otra parte del censo.  Así de pobre es la presencia testimonial de los puros italianos en general, y del toscano en particular, hasta 1890. Pero eso cambiaría muy pronto…


En la próxima entrada veremos cómo el toscano logró abandonar esa existencia indocumentada para convertirse vertiginosamente en la figura más famosa del firmamento cigarrero  argentino.    También intentaremos esclarecer  los interrogantes que surgen  luego de haber visto el  modesto sitio que ocupó durante tres décadas: ¿por qué motivo era mucho menos conocido que el Cavour y el Brissago? ¿Y qué fue lo que hizo estallar tan súbitamente su popularidad  hacia finales del siglo?

                                                            CONTINUARÁ…
  
Notas:

(1) Es justo señalar que no fue así tal cual en el caso del Cavour,    ya que  dejó  de producirse hace mucho tiempo y no conozco ninguna posibilidad de conseguir prototipos añejos. Para efectuar su cata seleccionamos un tipo de puro español típico de Valencia llamado Caliqueño por considerarlo lo más parecido a lo que debió haber sido el Cavour legítimo en sus buenos tiempos. Las explicaciones del caso se pueden encontrar en las dos entradas relativas al tema que subimos con anterioridad:  http://traslashuellasdeltoscano.blogspot.com.ar/2013/12/cavour-el-cigarro-patriotico-italiano.html y http://traslashuellasdeltoscano.blogspot.com.ar/2014/03/cavour-el-cigarro-patriotico-italiano.html
(2) Nunca abandono la esperanza de localizar algo al respecto, no en diarios nacionales (eso es muy poco probable), pero sí en algunas publicaciones de antaño dirigidas a la embrionaria colectividad italiana radicada en nuestro país.  Lamentablemente,  tales ejemplares aparecen en los catálogos de varias bibliotecas públicas argentinas, pero siempre se encuentran “fuera de consulta”. Si acaso algún día descubriera una sola referencia tabacalera de la década de 1860 impresa en nuestro país con la palabra “toscano”  bien clara e inequívoca, sería algo así como el Santo Grial de este blog.


(3) Lógicamente que hablamos sólo de nuestro territorio. En el Viejo Continente ya eran todos perfectamente conocidos, tal cual lo demuestra el siguiente párrafo de la Guía del Viajero editada en Alemania en 1877 por Karl Baedeker. El texto pertenece a la edición en francés, pero creo que no necesita mayores traducciones. Nótese que existían dos versiones de Brissago (citado como Virginia, su nombre más conocido en el centro y norte de Europa) y también de Cavour: una más grande y una más pequeña.


(4) Como observamos  luego en la imagen tomada del texto,   Fresco  magnifica  el dispendio de tabacos cubanos, pero estoy convencido de que ya para 1887 el consumo nacional  de cigarros  italianos  superaba  numéricamente  a  los  de  cualquier  otra nacionalidad. Es fácil demostrarlo algunos años más tarde: en 1894 y 1895, por ejemplo, esa  supremacía  resulta abrumadora.  Pero lo cierto es que no tengo estadísticas comparativas de los años ochenta del siglo XIX, así que por ahora se trata de una teoría.


domingo, 21 de diciembre de 2014

Los toscanos en la literatura y el cine

Entre las múltiples acepciones que tiene el término “cultura”, personalmente considero a la siguiente como aquella que transmite mejor su significado: conjunto de conocimientos, tradiciones, creencias, costumbres y valores comunes que caracterizan a un pueblo, a una sociedad o a una época. En ese sentido, no caben dudas de que este blog estudia el pasado de un producto que formó parte de la identidad cultural argentina durante muchas décadas. No vamos a detenernos en los fenómenos que atañen a ello, puesto que ha sido tema de numerosas entradas anteriores, pero bien vale reiterar que la historia del toscano en nuestro país refleja perfectamente las transformaciones sociales acontecidas en él, con algunos ejes centrales muy definidos: la inmigración, la urbanización, el crecimiento poblacional y el paulatino establecimiento de una identidad basada en la mezcla de elementos criollos y europeos. Así las cosas, hoy nos proponemos efectuar un breve repaso de ciertos vestigios que evidencian la presencia constante del toscano en diferentes obras de la literatura y el cine patrios, reafirmando su importancia como artículo de consumo masivo ampliamente extendido en los hábitos populares del siglo XX.


Aunque no descarto la presencia anterior o posterior del cigarro italiano por excelencia en distintos testimonios artísticos, queda claro que la mayor parte de su comparecencia fílmica y literaria coincide con el período de mayor consumo en términos numéricos absolutos,  es decir,  durante las décadas de 1930 y 1940,  con un “arrastre” que se extendió hasta los decenios de 1950 y 1960 inclusive.  Tomemos, por ejemplo, el dueto de citas que he dado en seleccionar dentro del campo de las letras vernáculas, ambas inscriptas en el género de ficción (1) (2). A una de ellas la ubicamos en el relato policial El asesino del tiempo, interesante novela escrita por Lisardo Alonso y publicada en 1953 por la editorial porteña Hachette. El argumento transcurre en algunos escenarios reales y bien conocidos de la Argentina, empezando por la localidad de Castelar, en el oeste del Gran Buenos Aires, con traslaciones ocasionales a otros sitios medianamente ficticios, como el pueblo de Cinco Pinos, en la provincia de Córdoba.  Precisamente allí vive y ejerce sus actividades el doctor Calley, quien en cierto momento es convidado con un cigarrillo. El texto señala: “este sólo fumaba toscanos, pero aceptó. El tabaco era rubio y extremadamente suave”. En otros párrafos localizamos pormenores del mismo tenor que reafirman la presencia toscanera en tiempo y lugar.  Algunos años después (1960),  el notable escritor rosarino Jorge Riestra editó un brillante relato llamado Salón de Billares. Entre los numerosos protagonistas del argumento –centrado en el juego de Casín (3)- se encuentra el muy veterano Santiago Aristo,   cuya edad avanzada hace que rehúya participar en una competencia de la especialidad diciendo: “a mí déjenme aquí, con mi cafecito y mi toscano, que yo sé que cada cosa tiene su época”.



















Las apariciones cinematográficas durante el lapso susodicho son demasiadas como para volcarlas de una sola vez (y conozco apenas una fracción, ya que deben existir muchas más), pero sirven como ejemplo algunas de las más conocidas, de acuerdo con la sucinta nómina que sigue:

Mateo (1937): en el mismo comienzo del film, podemos ver a los grandes Enrique Santos Discépolo y Luis Arata sentados a la mesa de un oscuro bar junto a otros parroquianos. Al menos tres de ellos están fumando toscanos durante el transcurso de la escena. (4)
El Viejo Hucha (1942): algo sobre esta cinta analizamos en Consumos del ayer remarcando el cuadro del almuerzo familiar. Ahora hacemos hincapié en la secuencia que llevan adelante Enrique Muiño  y  Gogó Andreu,   durante la cual este último es obligado a comprar toscanos para su padre en un comercio bastante alejado de la casa con el mezquino propósito de obtener fósforos gratis. Finalizando el segmento advertimos dos ejemplares enteros que el joven alcanza a su progenitor.


La Suerte llama tres veces (1943): antigua y rara pieza humorística de Luis Sandrini con numerosas visualizaciones y referencias verbales de nuestro interés. Entre ellas, un jefe de estación fumando su toscano y el protagonista asegurando que algunos niños iban a realizar determinada actividad “cuando fumen toscanos”, en obvia alusión a que iba a pasar mucho tiempo hasta entonces.
El infortunado Fortunato (1952): film no muy conocido que tiene como intérprete principal al recordado actor Mario Fortuna. En determinado instante apreciamos el típico bar de barrio al que ingresa un individuo saboreando su medio toscano mientras se sienta en la barra y pide un moscato.
Mercado de Abasto (1955): celebérrima película también reseñada en nuestro otro blog, pero cuyo valor toscanístico ampliamos a tres momentos: el hombre que fuma su ejemplar detrás de Pepe Arias en la escalera mecánica, otro que hace lo propio durante la fiesta de casamiento en el bodegón, y finalmente Luis Tasca sosteniendo un prototipo apagado (algo casi folclórico en ese entonces).
Pobres habrá siempre (1958): película de contenido comprometido con las luchas obreras en un frigorífico aledaño a la zona del Riachuelo. Durante la situación más tensa de la cinta vemos al duro capataz del establecimiento revelando cierto tic verdaderamente representativo de los antiguos fumadores: la costumbre de hablar sin quitarse el cigarro de la boca.



















Así es que tanto el papel como el celuloide nos han legado estas valiosas imágenes. Y debe haber centenares de otras, que tal vez algún día volquemos con el propósito de seguir reafirmando aquella pretérita  supremacía del toscano entre los puros más fumados de la Argentina durante casi una centuria.

Notas:

(1) La ficción de tipo costumbrista (categoría  a la que sin duda pertenecen los dos volúmenes mencionados, en especial “Salón de billares”) suele ser  un excelente vehículo para saber si el consumo de cierto producto era realmente habitual en determinada época, dado que sus autores ubican  los sucesivos cuadros en ámbitos y escenarios corrientes, regulares, típicos de la vida cotidiana. La mención reiterada de algún artículo es, por lo tanto,  indicio claro de su popularidad en el período en el cual se sitúa la trama.
(2) Lo antedicho ocurre en muchos otros segmentos de las dos obras referidas, incluyendo  marcas, entornos y situaciones que bien podrían ser reseñadas en nuestro otro blog Consumos del Ayer.  A modo de muestra, en El asesino del tiempo, uno de los protagonistas pide una “Soda Belgrano” en el bar de un hotel. En Salón de Billares, varios personajes deciden ir a cenar luego de una jornada de su juego favorito, nada menos que al Piamontés, proverbial bodegón del Abasto en el que se banquetean con “patitas de cerdo en escabeche y corvina a la vasca, regado todo con un vino tinto reserva que no se despegaba del paladar”.


(3) El Casín es una variante del billar que se juega con los mismos implementos y en idénticas mesas. La principal diferencia es que incorpora  un grupo de “obstáculos” en miniatura ubicados hacia el centro del tablero de juego -similares a los bolos o pines del bowling- cuyo derribamiento supone cierta pérdida de puntos.


(4) Imágenes de ello pueden ser vistas en la entrada del 23/02/2013, “El toscano, un bálsamo para el inmigrante”. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

Pipas y cigarrillos: los otros destinos tradicionales del tabaco toscanero

Por cuestiones de lógica elemental, todos nos inclinamos a pensar   que   el   tabaco   de   los   toscanos   se   usa exclusivamente para confeccionar el tipo de puros que nos convocan en este blog. Debe quedar claro que no me estoy refiriendo a las variedades botánicas involucradas (que en la Argentina han sido mayormente  Kentucky, Virginia  y Criollo), cuya utilización es perfectamente factible en todo tipo de derivados tabacaleros, sino a aquella materia prima que   según   las   técnicas   tradicionales   ya   ha   sido seleccionada  y  procesada  para el armado de cigarros itálicos. Muchos se preguntarán si acaso cabe alguna otra posibilidad cuando se está tan cerca  del resultado final. Y la respuesta es contundente en sentido afirmativo,    puesto  que  un  porcentaje  no despreciable del tabaco destinado a la manufactura de los toscanos no acaba en ellos, sino vendido suelto o como ingrediente de otros artículos afines.  Así es hoy  y  así fue siempre, como veremos a continuación.


Si hablamos específicamente de nuestro país, el torcido de toscanos se mantuvo bajo la modalidad  manual durante más de un siglo, hasta que la mecanización puso pie en la actividad promediando la década de 1990 (1) y un buen porcentaje comenzó a ser elaborado a máquina (2). Sin embargo, ello  no modifica mayormente las causas tradicionales por las que un toscano, o parte de él, pueden ser desechados: nos estamos refiriendo al despunte y a la roturas. El primero de estos episodios tiene lugar cuando el cigarro debe ser emparejado por sus extremos (de allí el término “despunte”, es decir, sacar las puntas) para que la piezas terminadas se vean uniformes y prolijas, lo cual implica el corte con una cuchilla especial, y ello ocurre tanto en el método artesanal como en el maquinado,   produciendo   invariablemente  un pequeño residuo de tabaco que se separa, pero nunca se descarta. Lo de las roturas no necesita mayores argumentos explicativos: algunos cigarros se rompen o desarman durante el proceso de elaboración y embalaje, cualquiera sea el sistema empleado para manufacturarlos. Pues bien, ¿qué hacer con todo ese sobrante de tabaco en condiciones de circulación comercial?  Muy simple: empaquetarlo y venderlo suelto o picarlo para relleno de cigarrillos. La primera opción es históricamente muy común, mientras que la segunda corresponde a épocas acotadas y específicas, pero lo bueno es que encontramos antiguos registros documentales de ambas.


El 28 de enero de 1918, la Compañía Introductora de Buenos Aires presentó una solicitud para el registro de la marca  “Avanti Legítimos”.  Ello  no  aludía  directamente a los celebérrimos toscanos, sino a cigarrillos de papel que contenían el tabaco descartado en la producción de aquellos, según los procesos recién descriptos.   El hallazgo de este  notable testimonio nos acercó un elemento que desconocíamos por completo: alguna vez la CIBA tuvo una fábrica de cigarrillos en Rosario, más precisamente ubicada en la calle Entre Ríos 845. Vale la pena remarcar tres leyendas del envase cuya solicitud marcaria se tramitaba, como ser “tabaco fuerte Kentucky”, una, “cada atado de cigarrillos contiene el tabaco de 4 toscanos”, otra, y “solamente se emplean despuntes y recortes de los afamados toscanos”, la última.


A fines de ese mismo año, el Boletín Oficial de la República Argentina hace constar cierta resolución del Ministerio de Hacienda (equivalente al de Economía actual) por la cual se rechazaba una solicitud de la  Compañía Ítalo Americana  (3)  respecto  a  cuestiones impositivas que serían difíciles de explicar, pero cuyo elemento central eran los “toscanos rotos” que la firma se disponía a comercializar en el mercado. Para resumir, digamos que el tabaco suelto pagó siempre un arancel inferior al de los tabacos manufacturados, lo que lo convertía en un vehículo ideal para la evasión.   En vista de que la fábrica de marras pedía un tratamiento especial,  las autoridades optaron por continuar con  los procedimientos habituales sin excepciones de ningún tipo, manteniendo el control sobre los cigarros declarados  como “rotos” mediante inspecciones sorpresivas en los establecimientos tabacaleros.


Por último localizamos otra solicitud de marcas el 14 de noviembre de 1929, según la cual la Societá Anónima Tabacchi Italiani (SATI) tramitó el rótulo Toscanos Rotos, en español, y Spezzature di Toscani, en italiano, con las interesantes bajadas “legítimos de la Regía Italiana”,  y “especialidad para pipa”. Podemos apreciar además su primer domicilio en la calle Alberti -donde se había instalado apenas un año antes- que en la década siguiente sería trasladado a la gran factoría del barrio de Villa Real, de la que hemos dado cuenta muchas veces.


A pesar del paso de las épocas y de su propio ocaso como producto, el sobrante del tabaco toscanero nunca perdió esa condición “todo terreno”.  Incluso  hoy,  los  dos productores de toscanos argentinos continúan presentando sus despuntes como ingrediente para fumar en pipa. No así para el relleno de cigarrillos, ya que los tiempos cambiaron demasiado en ese ámbito: se trata de algo demasiado sabroso para los afectados, indiferentes y endebles fumadores del siglo XXI.


Notas:

(1) Eso ocurrió en Italia hacia finales de la década de 1950. Por diversas particularidades que les son propias (en especial, por la forma), los toscanos tardaron mucho más que el resto de los puros en lograr la automatización. Los habanos y demás cigarros análogos, por ejemplo, alcanzaron el dudoso privilegio de ser hechos a máquina treinta años antes. Fueron los Estados Unidos (cuándo no) quienes desarrollaron y promovieron  semejante proceso tecnológico
(2) Hoy por hoy existen en Argentina dos únicas fábricas de toscanos que utilizan la mecanización, una, y el proceso manual, otra.  La marca Avanti y sus anexas Caburitos y Puntanitos (Tabacalera Sarandí) se elaboran a máquina, mientras que Luchador y su rótulo secundario Super Charutos (Heraldo Zenobi) son hechos a mano.
(3) No tenemos registrado a la fecha ningún productor con ese nombre así tal cual está expresado, lo que incrementa nuestro listado de “posibles fábricas de toscanos” sin una confirmación contundente. En este caso, queda claro que el susodicho  emprendimiento existía,  que se dedicaba al ramo de nuestro interés  y que funcionaba a la fecha de publicación de la norma. El inconveniente es que no tenemos la certeza de que su denominación sea correcta, y no uno de esos errores de transcripción tan comunes en los documentos públicos de todas las épocas.