domingo, 16 de octubre de 2016

Cuando el toscano era parte integrante de la canasta básica

Una acertada premisa asegura que la mejor  interpretación de los hechos pretéritos sólo se logra pensando del mismo modo en que lo hacía la gente del pasado. Atila fue un hombre cruel en una época de crueldad, escribió alguien una vez, y esa frase sintetiza perfectamente el sentido de lo que estamos explicando. Dicho en otras palabras, nunca podremos entender una época si no nos ponemos en el lugar de la gente que vivía en esa época. Parece sencillo, pero aun así se suele caer fácilmente en el error de emitir juicios desde nuestro punto de vista actual sobre sucesos ocurridos hace cincuenta, cien o mil años, lo que siempre desemboca en visiones equivocadas. Por esa razón, tanto aquí como en Consumos del Ayer evitamos sentenciar si lo que comían, bebían y fumaban nuestros antepasados era mucho, poco, bueno o malo. Preferimos, en cambio, descifrar y transmitir el espíritu de la época con la mayor objetividad histórica posible.


Siguiendo ese razonamiento, no resulta extraño que el cigarro toscano fuera considerado un producto imprescindible en la canasta básica del habitante típico por los años del centenario. En efecto, dentro de los grupos sociales adecuados, el puro que nos ocupa tenía la misma importancia cotidiana que un alimento o una bebida, y el importe de su compra formaba parte de los gastos proyectados para el “día a día”. No es la primera vez que mostramos indicios probatorios en diferentes testimonios y documentos (escenas del cine, menciones de la literatura, viejas propagandas, etcétera), aunque nunca falta la oportunidad de encontrar otros nuevos. Así sucede en este caso gracias al libro Rosario, del 900 a la década infame (1), donde su  autor Rafael Celpi reproduce cierto fragmento de una vieja nota aparecida en la revista porteña La Semana Universal durante el año 1912, coincidiendo plenamente con los años de oro del consumo toscanero patrio (2).


Si bien el artículo no habla de Rosario sino de Buenos Aires, la realidad que describe es  igualmente aplicable a cualquier urbe, pueblo o localidad argentina de aquellos tiempos. En concreto, el texto presenta de modo crudo y visiblemente crítico la difícil realidad de los “jornaleros” que abundaban en todo el territorio nacional, y para ello efectúa un breve análisis comparativo entre el dinero que obtenían por su trabajo y los gastos necesarios para sobrellevar  las horas laborales de cada jornada. Recurriendo al lenguaje propio de la gente que retrata, la lista de gastos de un obrero durante sus horas de faena se presenta así, textualmente:

- Tranvía ida y vuelta                                                         0,10           - Cañonazo matutino (vino, licor, grapa o ginebra)           0,10
- Toscanos                                                                        0,10
  (Almuerzo al aire libre)
- Medio kilo de uva                                                            0,20
- Queso                                                                             0,20
- Nueces                                                                           0,15  
- Pan                                                                                 0,15
- Cañonazo vespertino                                                      0,10

Total:                                                                                 1,10

Considerando que un jornal promedio rondaba los dos pesos, el trabajador de entonces volvía diariamente a su casa con menos de la mitad de lo que había ganado. Y es precisamente aquí donde tenemos que dejar de lado los inevitables apriorismos que surgen al juzgar lo visto con ojos del siglo veintiuno. Si queremos entender por qué las personas humildes gastaban su escaso dinero en consumos que nos resultan tan peculiares, debemos considerar  la realidad de esa época. Para empezar, la comida es llamativamente “sana”: con excepción del pan, la ausencia de grasas se ve amplificada por la ingesta abundante de fruta fresca y frutos secos, pero obviamente no todos los obreros se alimentaban así. Es probable que semejante cuadro fuera común en época estival (lo de almuerzo al aire libre parece confirmarlo) y muy específicamente entre obreros italianos, ya que los ingredientes del menú son típicamente mediterráneos hasta el punto de asemejarse bastante a la última cena de Jesucristo. ¿Y el alcohol? ¿Eran necesarios dos cañonazos por día? Por supuesto que lo eran. Quien no entiende eso no entiende nada acerca de las condiciones de vida reinantes hace un siglo. No sólo se trataba de matar el frío del invierno o la sed del verano: en tiempos donde los remedios farmacéuticos eran caros y poco efectivos, el alcohol, bien o mal, también hacía  las veces de digestivo, analgésico, estimulante, antidepresivo y un montón de cosas más. Todo ello volvía tolerable la vida en general y el duro trabajo físico en particular.


Finalmente nos quedan los toscanos, que acompañaban con su aroma inconfundible a millones de personas. ¿Cómo no gastar diez centavos diarios para ese pequeño vicio capaz de llenar las horas vacías con su humo fragante?  Como bien dijo el político italiano Enrico Arlotta en los años que nos ocupan, refiriéndose al papel de los cigarros italianos en la vida de sus compatriotas emigrados al Río de la Plata: “dopo il faticoso lavoro (…) egli trova nelle nuvolette di fumo dell’ amato toscano come un efluvio, un aroma della patria lontana e pure cosi cara, che lo consola  dal duro lavoro e dal non meno duro esilio”. ¿Acaso hace falta traducirlo?


Notas:

(1) Se conoce como década infame a la de 1930 por los acontecimientos políticos ocurridos en el país, especialmente aquellos relacionados con el fraude electoral y las persecuciones políticas.
(2) Muy pronto vamos a presentar una serie de entradas enfocadas en el hallazgo de nuevos datos estadísticos sobre importación y producción de cigarros italianos durante el siglo XX. En alguna de ellas probaremos nuestra hipótesis que considera al decenio de 1910 como edad dorada del toscano en Argentina, a pesar de que el mayor volumen de manufactura y ventas se dio treinta años después. 

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