jueves, 1 de junio de 2017

El caso de Francisco García Cortina, o cuando una fábrica de tabacos se hace humo

“Se ha incendiado una fábrica de cigarros toscanos. Es decir, los toscanos se han convertido en humo y ceniza, lo cual hace innecesaria la intervención de la policía. Porque nadie va a negarnos que han muerto de muerte natural.” Así rezaba el texto de una breve apostilla plasmada en las sección “Menudencias” de la célebre revista Caras y Caretas, más precisamente en su edición correspondiente al 6 de julio de 1907. En ese momento era sólo un chiste, una frase cómica, aunque pocos años después se convertiría en la más dura y palpable realidad para un manufacturero del sector, que además nunca logró recuperarse económicamente del siniestro (1). Así logramos comprobarlo luego de una serie de hallazgos concatenados que se publicaron  en el Boletín Oficial entre los años 1909 y 1912. El caso resulta ser toda una curiosidad histórica, por lo cual decidimos volcarlo como algo diferente y singular dentro de la saga toscanera argentina.


La factoría en cuestión era propiedad de Francisco García Cortina (hijo), sobre quien ya sabíamos algo gracias a un par de solicitudes marcarias efectuadas entre las vísperas y los meses posteriores al centenario. Podemos encontrar la primera el 1 de octubre de 1909, cuando realizó el trámite de rigor para inscribir su rótulo Fioré en la clase 59 correspondiente al tabaco, sus derivados y artículos para fumadores (2). Como puede observarse a continuación, no hay allí referencia alguna sobre cigarros italianos, pero eso cambiaría poco menos de un año más tarde. En efecto, el 17 de noviembre de 1910 se realizó otra diligencia del mismo tenor, esta vez incluyendo un gráfico bastante completo de la etiqueta de una caja de 50 toscanos. Entre los numerosos datos dispuestos (3)  nos quedamos con los más importantes a la hora de confirmar la existencia  inequívoca de un establecimiento tabacalero real y tangible, en especial con la dirección Cochabamba 171 al 175, del barrio porteño de San Telmo.


Hasta ahora  todo parece marchar viento en popa para este industrial emprendedor abocado al negocio de confeccionar -como tantos otros de la época- el cigarro puro de mayor éxito a comienzos del siglo XX, cuyo consumo vernáculo superaba los doscientos millones de unidades anuales. Sin embargo, tal cual dice el viejo dicho, las apariencias engañan. Apenas treinta días después de su segunda solicitud de marca ubicamos cierta resolución de la Administración de Impuestos Internos que presenta un panorama sombrío y preocupante por partida doble: la fábrica de García Cortina no sólo había sufrido un desgraciado accidente, sino que además tenía abultadas deudas con  el fisco.


Recordemos que desde la entrada en vigencia del gravamen que daba nombre a esa administración, era obligatorio adquirir todos los timbres legales necesarios para estampillar los productos tabacaleros en forma previa a su existencia física. No sólo estaba prohibido comercializar cigarros, cigarrillos o tabacos sin estampilla (algo obvio), sino que tampoco podían  permanecer depositados en esa condición dentro de las mismas fábricas. Frente a una requisa sorpresiva de las autoridades fiscales, todos los productos debían estar estampillados, so pena de multas y clausuras. Ello obligaba a adquirir los timbres con anticipación y en grandes cantidades para cubrir las cuotas productivas previstas y los eventuales excesos. Sin embargo, el estado entendía que no todos los manufactureros estaban en condiciones de pagar las sumas pertinentes al contado, por lo cual otorgaba letras de crédito para la cancelación paulatina de tales obligaciones. Incluso, como veremos, llegaba a conceder prórrogas adicionales para aquellos que no pudieran cumplir en tiempo y forma. El contenido del texto que sigue, fechado el 17 de diciembre de 1910, puede resumirse en lo siguiente: García Cortina adeudaba al fisco 22.518 pesos moneda nacional (4) y solicitaba una prórroga de noventa días. Las autoridades accedieron, atentas al hecho de que “las causas que han motivado la falta de cumplimiento por parte del peticionante son debidas al incendio que se ha producido en su fábrica”.


Debió pasar más de un año para que el tema volviera a estar presente en las páginas del Boletín Oficial, y lo que allí se ve no es bueno para el empresario de marras. El 9 de febrero de 1912 se le niega la posibilidad de poner en garantía una partida de 300.000 cigarros importados (5), toda vez que la deuda aún se encontraba impaga y había ascendido a 24.417 pesos. Finalmente, el 21 de febrero, un decreto dispone iniciar las acciones legales correspondientes contra Francisco y también contra un tal José García Cortina, que obraba en carácter de fiador y quizás era su hermano o su primo.  A partir de entonces no hay nuevas apariciones del personaje que nos ocupa, ni de su manufactura, ni de sus marcas.


Al final, según parece, los toscanos de Francisco García Cortina se hicieron humo en todos los sentidos posibles, tanto reales como figurados. No sabemos si el modesto cuerpo de bomberos que existía en ese tiempo acudió el día del incendio, pero podemos inferir que el negocio acabó naufragando en una mar de fuego y deudas…


Notas:

(1) La broma parece haber sido fatalmente profética en más de una ocasión, ya que existió un caso anterior al de García Cortina, que fue el incendio de la gigantesca y aún reciente planta de Avanti en 1909 (se había inaugurado en 1904). Pero la gran diferencia era que ésta contaba con el respaldo de la poderosa Compañía Introductora de Buenos Aires. El resultado es previsible: las instalaciones se reconstruyeron  velozmente y en poco tiempo volvieron a funcionar con normalidad.
(2) En 1912 hubo un reordenamiento y los tabacos pasaron a formar la clase 21.
(3) Incluyendo algunas inscripciones “de fantasía” puramente nominales, como el uso del idioma italiano y la referencia de una supuesta calidad de exportación. Todo eso servía para darle al producto una apariencia de importancia internacional, pero casi nunca respondía a la realidad.
(4) Equivalente a unos 9.800 dólares norteamericanos al cambio de 1910 (alrededor de $ 2,36 por dólar). Según los conversores históricos de dólar a dólar disponibles en la web, eso equivale a casi 240.000 dólares de hoy.
(5) ¿Indica eso que también era importador?  Tal vez, pero resulta más lógico considerar que había trastocado su actividad a causa del siniestro. Si no pudo reconstruir su fábrica (y eso parece), quizás encaró la importación para cumplir compromisos de venta y continuar en el negocio. No olvidemos que en ese entonces la importación de tabacos era muy abundante y variada.

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