miércoles, 19 de marzo de 2014

Cavour, el cigarro patriótico italiano que llegó a ser más célebre que el toscano II

En la entrada anterior del tema resumimos los principales antecedentes  históricos del cigarro Cavour, un producto oriundo de Italia que saltó a la fama en la segunda  mitad del siglo XIX  hasta situarse como líder de ventas entre sus pares de igual origen, superando incluso al mismísimo protagonista de este blog. Ese predominio llegó a su fin en las postrimerías del decenio 1880,  pero la historia de tan singular y olvidado  artículo  merecía, de todos  modos,  una evocación.  Al respecto, también hablamos del nutrido comercio importador  y  de la no menos destacada manufactura nacional. Veamos como ejemplo lo que decía un fragmento de cierta publicidad  de la afamada cigarrería “El Día” (1) difundida en  “Caras y Caretas”  del  año  1901.  Vale aclarar que la frase incluye numerosas denominaciones de cigarros puros, cigarrillos y tabacos propias de la época: “de todo hay en El Día: brissago, habano, francés, alemán, Bahía, americano, Cavour, toscano, Garibaldi, Las Pampas, Carnaval, Irma, Baldissera, Rivadavia, damitas, aristos, Hilda, jazmines,  panetela,  Petit Bouquet,  cigarrillos  El Día números 1, 2 y 3,  Revolución, Emperador, Mensajero y Teatro. ¿Qué más podéis apetecer? ¿Qué más puede desear vuestra insaciable ambición? Con  las  marcas  citadas  y  otras  que omito,  no sólo conseguiréis salvaros de los profundos, sino que además el olor del tabaco hará que no se os apolille la ropa…”


Semejante popularidad fue perdiendo vigencia hasta desaparecer de nuestro mercado a comienzos de los años treinta, mientras que en su país natal pasó por un lento proceso de agonía que culminó en 1984, cuando el artículo fue discontinuado. Actualmente no hay manera de fumar un Cavour legítimo, pero existe la posibilidad de recurrir a un cigarro con cierta semejanza   organoléptica.    Y    ese    cigarro, precisamente,   es  el   caliqueño,    puro   de características artesanales muy típico del levante español, en especial de las tres áreas que componen la Comunidad Valenciana: Valencia, Alicante y Castellón.  El  tabaco utilizado allí es del tipo Burley, que cultiva en la misma zona, pero lo importante (y que lo acerca al viejo Cavour) reside en ciertas particularidades de su manufactura. Al igual que el Cavour, el Caliqueño pierde toda  la humedad mediante un estacionamiento en hornos especiales que lo vuelve seco y consistente al tacto (2). Su formato también se asemeja gracias al  porte cilíndrico, definido,  recto  (eventualmente “combado” por la propia característica manual de la confección), similar a los antiguos -y escasos- testimonios gráficos del modelo italiano. En definitiva, hablamos de un cigarro europeo,  elaborado con una materia prima bastante comparable, curado al calor y de idéntica conformación visual. Tales similitudes nos llevaron a realizar una degustación analítica, con el propósito histórico de sondear lo más parecido al pretérito cigarro que nos interesa en esta entrada, al menos entre las limitadas opciones disponibles en nuestros días.

















Enrique Devito, el amigo que siempre nos acompaña para estas ocasiones,  fue  quien  compartió  la  experiencia tabaquística llevada a cabo en casa de Augusto Foix, que se encargó de las fotos. Los ejemplares elegidos corresponden a la marca Canaleños, de la Compañía de Tabacos de La Canal  de Navarrés.   No hubo dificultad alguna con el encendido, al que siguió un buen tiraje, regular y constante durante toda la fumada. De inmediato empezaron a surgir esas notas siempre asociadas con los buenos cigarros que pasan por un proceso de deshidratación forzado: maderas nobles, minerales y cierto picor gustativo, dentro de valores de cuerpo medio que se acentuaron ligeramente hacia el final. La ceniza tuvo una buena consistencia, lo que habla de una correcta confección y terminación. No quedaron dudas sobre la calidad de lo probado y sobre su manufactura impecable,  resultado de una artesanía centenaria difundida en muchas partes de Europa.


Así culminamos nuestra cata, satisfechos de haber experimentado los efluvios de un cigarro diferente a todos los módulos y tipos que suelen circular dentro del género, pero dotado de ciertos acentos que nos acercaron, por un bueno rato, a lo que supo ser el Cavour en los días en que era fumado por millones de habitantes del territorio argentino.

Notas:

(1) Hacia 1900, la cigarrería y fábrica de tabacos El Día se situaba en el Paseo de Julio 674 (actual Leandro N. Alem) y era propiedad de Francisco Bernárdez. Por esa ubicación céntrica tuvo una notoriedad  muy grande entre los fumadores de su tiempo. En 1911 pasó a manos de una empresa de mayor envergadura, y posteriormente fue adquirida por la firma Piccardo.


(2) El Cavour de antaño se secaba a fuego de leña. Para el caliqueño se utilizan hornos eléctricos.   Por eso no hallamos rasgos ahumados que seguramente sí tenían los especímenes italianos del ayer, y que aún conservan los toscanos auténticos gracias al “curato a fuoco di legno” efectuado con las especies roble y haya. 

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