Por cuestiones de lógica elemental, todos nos inclinamos a
pensar que el tabaco de los toscanos se usa exclusivamente para confeccionar el
tipo de puros que nos convocan en este blog. Debe quedar claro que no me estoy
refiriendo a las variedades botánicas involucradas (que en la Argentina han
sido mayormente Kentucky, Virginia y Criollo),
cuya utilización es perfectamente factible en todo tipo de derivados
tabacaleros, sino a aquella materia prima que según las técnicas tradicionales ya ha sido seleccionada y procesada para
el armado de cigarros itálicos. Muchos se preguntarán si acaso cabe alguna otra
posibilidad cuando se está tan cerca del
resultado final. Y la respuesta es contundente en sentido afirmativo, puesto que un porcentaje no despreciable del tabaco destinado a la manufactura de los
toscanos no acaba en ellos, sino vendido suelto o como ingrediente de otros
artículos afines. Así es hoy y así fue siempre, como veremos a continuación.
Si hablamos específicamente de nuestro país, el torcido de
toscanos se mantuvo bajo la modalidad manual durante más de un siglo, hasta que la
mecanización puso pie en la actividad promediando la década de 1990 (1) y un
buen porcentaje comenzó a ser elaborado a máquina (2). Sin embargo, ello no modifica mayormente las causas tradicionales
por las que un toscano, o parte de él, pueden ser desechados: nos estamos
refiriendo al despunte y a la roturas. El primero de estos episodios
tiene lugar cuando el cigarro debe ser emparejado por sus extremos (de allí el
término “despunte”, es decir, sacar las puntas) para que la piezas terminadas
se vean uniformes y prolijas, lo cual implica el corte con una cuchilla
especial, y ello ocurre tanto en el método artesanal como en el maquinado, produciendo invariablemente un pequeño residuo de tabaco
que se separa, pero nunca se descarta. Lo de las roturas no necesita mayores
argumentos explicativos: algunos cigarros se rompen o desarman durante el
proceso de elaboración y embalaje, cualquiera sea el sistema empleado para
manufacturarlos. Pues bien, ¿qué hacer con todo ese sobrante de tabaco en
condiciones de circulación comercial? Muy simple: empaquetarlo y venderlo suelto
o picarlo para relleno de cigarrillos. La primera opción es históricamente muy común,
mientras que la segunda corresponde a épocas acotadas y específicas, pero lo
bueno es que encontramos antiguos registros documentales de ambas.
El 28 de enero de 1918, la Compañía Introductora de Buenos Aires presentó una solicitud para
el registro de la marca “Avanti Legítimos”. Ello no aludía directamente a los celebérrimos toscanos, sino a cigarrillos de
papel que contenían el tabaco descartado en la producción de aquellos, según
los procesos recién descriptos. El hallazgo de este notable testimonio nos acercó un elemento que
desconocíamos por completo: alguna vez la CIBA tuvo una fábrica de cigarrillos
en Rosario, más precisamente ubicada en la calle Entre Ríos 845. Vale la pena
remarcar tres leyendas del envase cuya solicitud marcaria se tramitaba, como
ser “tabaco fuerte Kentucky”, una, “cada atado de cigarrillos contiene el tabaco
de 4 toscanos”, otra, y “solamente se
emplean despuntes y recortes de los afamados toscanos”, la última.
A fines de ese mismo año, el Boletín Oficial de la República
Argentina hace constar cierta resolución del Ministerio de Hacienda
(equivalente al de Economía actual) por la cual se rechazaba una solicitud de
la Compañía Ítalo Americana (3) respecto a cuestiones impositivas que serían difíciles de explicar, pero cuyo
elemento central eran los “toscanos rotos”
que la firma se disponía a comercializar en el mercado. Para resumir, digamos
que el tabaco suelto pagó siempre un arancel inferior al de los tabacos
manufacturados, lo que lo convertía en un vehículo ideal para la evasión. En
vista de que la fábrica de marras pedía un tratamiento especial, las autoridades
optaron por continuar con los
procedimientos habituales sin excepciones de ningún tipo, manteniendo el
control sobre los cigarros declarados
como “rotos” mediante inspecciones sorpresivas en los establecimientos
tabacaleros.
Por último localizamos otra solicitud de marcas el 14 de
noviembre de 1929, según la cual la Societá
Anónima Tabacchi Italiani (SATI) tramitó el rótulo Toscanos Rotos, en español, y Spezzature
di Toscani, en italiano, con las interesantes bajadas “legítimos de la Regía Italiana”,
y “especialidad para pipa”.
Podemos apreciar además su primer domicilio en la calle Alberti -donde se había
instalado apenas un año antes- que en la década siguiente sería trasladado a la
gran factoría del barrio de Villa Real, de la que hemos dado cuenta muchas
veces.
A pesar del paso de las épocas y de su propio ocaso como
producto, el sobrante del tabaco toscanero nunca perdió esa condición “todo
terreno”. Incluso hoy, los dos productores de toscanos argentinos continúan
presentando sus despuntes como ingrediente para fumar en pipa. No así para el
relleno de cigarrillos, ya que los tiempos cambiaron demasiado en ese ámbito:
se trata de algo demasiado sabroso para los afectados, indiferentes y endebles fumadores
del siglo XXI.
Notas:
(1) Eso ocurrió en Italia hacia finales de la década de
1950. Por diversas particularidades que les son propias (en especial, por la
forma), los toscanos tardaron mucho más que el resto de los puros en lograr la automatización.
Los habanos y demás cigarros análogos, por ejemplo, alcanzaron el dudoso
privilegio de ser hechos a máquina treinta años antes. Fueron los Estados Unidos
(cuándo no) quienes desarrollaron y promovieron semejante proceso tecnológico
(2) Hoy por hoy existen en Argentina dos únicas fábricas de
toscanos que utilizan la mecanización, una, y el proceso manual, otra. La marca Avanti
y sus anexas Caburitos y Puntanitos (Tabacalera Sarandí) se
elaboran a máquina, mientras que Luchador
y su rótulo secundario Super Charutos
(Heraldo Zenobi) son hechos a mano.
(3) No tenemos registrado a la fecha ningún productor con
ese nombre así tal cual está expresado, lo que incrementa nuestro listado de
“posibles fábricas de toscanos” sin una confirmación contundente. En este caso,
queda claro que el susodicho
emprendimiento existía, que se
dedicaba al ramo de nuestro interés y
que funcionaba a la fecha de publicación de la norma. El inconveniente es que
no tenemos la certeza de que su denominación sea correcta, y no uno de esos
errores de transcripción tan comunes en los documentos públicos de todas las
épocas.
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