Entre las múltiples acepciones que tiene el término
“cultura”, personalmente considero a la siguiente como aquella que transmite
mejor su significado: conjunto de
conocimientos, tradiciones, creencias, costumbres y valores comunes que
caracterizan a un pueblo, a una sociedad o a una época. En ese sentido, no
caben dudas de que este blog estudia el pasado de un producto que formó parte
de la identidad cultural argentina durante muchas décadas. No vamos a
detenernos en los fenómenos que atañen a ello, puesto que ha sido tema de
numerosas entradas anteriores, pero bien vale reiterar que la historia del
toscano en nuestro país refleja perfectamente las transformaciones sociales
acontecidas en él, con algunos ejes centrales muy definidos: la inmigración, la
urbanización, el crecimiento poblacional y el paulatino establecimiento de una
identidad basada en la mezcla de elementos criollos y europeos. Así las cosas,
hoy nos proponemos efectuar un breve repaso de ciertos vestigios que evidencian
la presencia constante del toscano en diferentes obras de la literatura y el
cine patrios, reafirmando su importancia como artículo de consumo masivo
ampliamente extendido en los hábitos populares del siglo XX.
Aunque no descarto la presencia anterior o posterior del
cigarro italiano por excelencia en distintos testimonios artísticos, queda
claro que la mayor parte de su comparecencia fílmica y literaria coincide con
el período de mayor consumo en términos numéricos absolutos, es decir, durante
las décadas de 1930 y 1940, con un “arrastre” que se extendió hasta los
decenios de 1950 y 1960 inclusive. Tomemos, por ejemplo, el dueto de citas que
he dado en seleccionar dentro del campo de las letras vernáculas, ambas
inscriptas en el género de ficción (1) (2). A una de ellas la ubicamos en el
relato policial El asesino del tiempo,
interesante novela escrita por Lisardo Alonso y publicada en 1953 por la
editorial porteña Hachette. El
argumento transcurre en algunos escenarios reales y bien conocidos de la
Argentina, empezando por la localidad de Castelar, en el oeste del Gran Buenos
Aires, con traslaciones ocasionales a otros sitios medianamente ficticios, como
el pueblo de Cinco Pinos, en la
provincia de Córdoba. Precisamente allí vive y ejerce sus actividades el doctor
Calley, quien en cierto momento es
convidado con un cigarrillo. El texto señala: “este sólo fumaba toscanos, pero aceptó. El tabaco era rubio y
extremadamente suave”. En otros párrafos
localizamos pormenores del mismo tenor que reafirman la presencia toscanera
en tiempo y lugar. Algunos años después (1960), el notable escritor rosarino
Jorge Riestra editó un brillante relato llamado Salón de Billares. Entre los numerosos protagonistas del argumento –centrado
en el juego de Casín (3)- se
encuentra el muy veterano Santiago Aristo, cuya edad avanzada hace que rehúya participar en una competencia de la
especialidad diciendo: “a mí déjenme
aquí, con mi cafecito y mi toscano, que yo sé que cada cosa tiene su época”.
Las apariciones cinematográficas durante el lapso susodicho
son demasiadas como para volcarlas de una sola vez (y conozco apenas una
fracción, ya que deben existir muchas más), pero sirven como ejemplo algunas de
las más conocidas, de acuerdo con la sucinta nómina que sigue:
Mateo (1937): en
el mismo comienzo del film, podemos ver a los grandes Enrique Santos Discépolo
y Luis Arata sentados a la mesa de un oscuro bar junto a otros parroquianos. Al
menos tres de ellos están fumando toscanos durante el transcurso de la escena.
(4)
El Viejo Hucha (1942):
algo sobre esta cinta analizamos en Consumos
del ayer remarcando el cuadro del
almuerzo familiar. Ahora hacemos hincapié en la secuencia que llevan adelante
Enrique Muiño y Gogó Andreu, durante la cual este último es obligado a comprar
toscanos para su padre en un comercio bastante alejado de la casa con el
mezquino propósito de obtener fósforos gratis. Finalizando el segmento
advertimos dos ejemplares enteros que el joven alcanza a su progenitor.
La Suerte llama tres
veces (1943): antigua y rara pieza humorística de Luis Sandrini con
numerosas visualizaciones y referencias verbales de nuestro interés. Entre
ellas, un jefe de estación fumando su toscano y el protagonista asegurando que
algunos niños iban a realizar determinada actividad “cuando fumen toscanos”, en obvia alusión a que iba a pasar mucho
tiempo hasta entonces.
El infortunado
Fortunato (1952): film no muy conocido que tiene como intérprete principal
al recordado actor Mario Fortuna. En determinado instante apreciamos el típico bar de barrio al que ingresa un individuo saboreando su
medio toscano mientras se sienta en la barra y pide un moscato.
Mercado de Abasto
(1955): celebérrima película también reseñada en nuestro otro blog, pero
cuyo valor toscanístico ampliamos a tres momentos: el hombre que fuma su
ejemplar detrás de Pepe Arias en la escalera mecánica, otro que hace lo propio
durante la fiesta de casamiento en el bodegón, y finalmente Luis Tasca sosteniendo un
prototipo apagado (algo casi folclórico en ese entonces).
Pobres habrá siempre
(1958): película de contenido comprometido con las luchas obreras en un
frigorífico aledaño a la zona del Riachuelo. Durante la situación más tensa de
la cinta vemos al duro capataz del establecimiento revelando cierto tic verdaderamente representativo de los
antiguos fumadores: la costumbre de hablar sin quitarse el cigarro de la boca.
Así es que tanto el papel como el celuloide nos han legado
estas valiosas imágenes. Y debe haber centenares de otras, que tal vez algún
día volquemos con el propósito de seguir reafirmando aquella pretérita supremacía del toscano entre los puros más
fumados de la Argentina durante casi una centuria.
Notas:
(1) La ficción de tipo costumbrista (categoría a la que sin duda pertenecen los dos volúmenes
mencionados, en especial “Salón de billares”) suele ser un excelente vehículo para saber si el consumo
de cierto producto era realmente habitual en determinada época, dado que sus
autores ubican los sucesivos cuadros en
ámbitos y escenarios corrientes, regulares, típicos de la vida cotidiana. La
mención reiterada de algún artículo es, por lo tanto, indicio claro de su popularidad en el período
en el cual se sitúa la trama.
(2) Lo antedicho ocurre en muchos otros segmentos de las dos
obras referidas, incluyendo marcas,
entornos y situaciones que bien podrían ser reseñadas en nuestro otro blog Consumos del Ayer. A modo de muestra, en El asesino del tiempo, uno de los protagonistas pide una “Soda
Belgrano” en el bar de un hotel. En Salón
de Billares, varios personajes deciden ir a cenar luego de una jornada de
su juego favorito, nada menos que al Piamontés,
proverbial bodegón del Abasto en el que se banquetean con “patitas de cerdo en escabeche y corvina a
la vasca, regado todo con un vino tinto reserva que no se despegaba del
paladar”.
(3) El Casín es
una variante del billar que se juega con los mismos implementos y en idénticas
mesas. La principal diferencia es que incorpora
un grupo de “obstáculos” en miniatura ubicados hacia el centro del tablero
de juego -similares a los bolos o pines del
bowling- cuyo derribamiento supone cierta pérdida de puntos.
(4) Imágenes de ello pueden ser vistas en la entrada del
23/02/2013, “El toscano, un bálsamo para el inmigrante”.
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