A esta altura de nuestro saber, queda claro que la ciudad de
Rosario llegó a contar con un gran número de factorías y talleres tabacaleros
dedicados a la confección del cigarro toscano. Y entre las marcas más populares
que de allí surgieron se cuenta Flor de
Mayo, cuya época de oro supo extenderse desde la finalización de la Segunda
Guerra Mundial hasta bien entrada la década de 1960. Sin embargo, el rótulo que
nos ocupa tiene un pasado no exento de ciertos vericuetos históricos
relacionados a una manufactura compartida por más de una fábrica, algo que
parece haber sido bastante común en el acontecer industrial de los puros
argentinos a lo largo del siglo XX (1). Pero lo bueno de todo, más allá de esos
enredos pretéritos que tanto nos gusta investigar, es que otra vez pudimos
hacernos de algunos viejos envases cerrados con todos sus ejemplares intactos, a partir de los cuales realizamos una degustación destinada a compartir
nuestras experiencias sensoriales con
los aficionados toscaneros que de tanto en tanto visitan este blog.
Los paquetes en nuestro poder pueden ser datados sin ningún
margen de error entre los años 1962 y 1967, dado que a su conservación
impecable se sumó el feliz hecho de tener pegadas y bien legibles las
estampillas fiscales. En ellas se lee la leyenda Dto. 8667/62, lo cual nos indica que forzosamente son posteriores
al año de promulgación de esa norma (1962). Luego, sabemos que la siguiente
modificación se produjo en 1967 con el decreto 6934/67 y que todos los timbres
impositivos fueron reimpresos para adecuarse a la nueva pauta. Ergo, la fecha
se establece entre tales años de manera
incontrovertible, a lo que se suman otros datos como el precio, también
coincidente con la época de marras. Referencias de interés son asimismo la
inscripción bien clara de su fabricante, E
y M Durán y Cía SRL, y su domicilio rosarino de San Martín 2138/60. Dado que existen vestigios sobre la misma marca
elaborada por Tabacos Colón, de Fernández y Sust, hacemos algunas
aclaraciones complementarias en una nota al pie (2).
Yendo a nuestros toscanos cronológicamente remotos, digamos
que la ceremonia organoléptica fue desarrollada al término de un excelente asado con la presencia contemplativa de un buen grupo de amigos. Ante la
ausencia con aviso de Enrique Devito, quien generalmente nos acompaña en estas
ocasiones, la posta recayó en Sebastián Nazábal, otro aficionado a los buenos
cigarros puros que aceptó de buen grado el desafío de experimentar las
percepciones provocadas por especímenes tabacaleros con medio siglo de antigüedad. Pero la suerte estuvo una vez más de nuestro
lado: los medios toscanos probados se mostraron íntegros, fáciles de encender y
aún más simples de fumar. Entre sus efluvios detectamos los tradicionales
rasgos de cuero, café y resinas sumados al infaltable matiz mineral, todo ello
en el marco de un sabor que conserva un cierto acento “agreste” propio del
tabaco misionero (de los tipos Criollo y
Kentucky) con el que seguramente
estaban elaborados estos veteranos toscanos patrios.
Volvimos así a probar añejos prototipos del cigarro más
fumado en la Argentina de antaño, y nuevamente encontramos esa nobleza palpable en la presentación, la
confección, la combustión, el aroma y el sabor de lo catado. Por lo tanto, no
es redundante ratificar que la actividad tabacalera nacional hacía las cosas muy bien por entonces, y que
de su excelencia disfrutaron varias generaciones. ¿Cómo no imaginarse a algún
personaje saboreando su Flor de Mayo
-café, ginebra o grappa mediante- en algún olvidado bar cercano al puerto de
Rosario? Nosotros pudimos hacerlo, ayudados por tan singular y humífero túnel del tiempo.
Notas:
(1) En efecto, todo indica que semejante proceder era
habitual cuando algún establecimiento veía excedida su capacidad productiva por
aumento de la demanda u otros imprevistos, lo que la obligaba a derivar parte
de su manufactura a algún taller “colega”. En esos casos, lo común era que la
fábrica contratante enviara el tabaco a la fábrica contratista, que realizaba
el trabajo de armado y empaquetado de los cigarros. No obstante, es difícil
asegurar que éste sea el caso, dados los indicios que analizamos en la nota que
sigue.
(2) El rótulo “Flor de Mayo” fue creado y registrado por
AndrésDurán, fundador de la fábrica y cigarrería homónima. Así lo confirman
numerosas apariciones en el registro de marcas publicadas por el Boletín
Oficial de la República Argentina desde la década de 1910 hasta el año 1939,
cuando el establecimiento ya se llamaba del modo que encontramos en nuestros
paquetes: E y M Durán y Cía.
Con todo, también queda claro que en algún momento de su
existencia los toscanos Flor de Mayo fueron hechos por Tabacos Colón, el legendario establecimiento de Fernádez y Sust, como figura en ciertas
marquillas de los decenios de 1940 y 1950. Un detalle es ciertamente llamativo:
aunque sigue apareciendo el logo de Durán, las inscripciones dejan claro que el
fabricante es Tabacos Colón, incluyendo su dirección de Felipe Moré 929. Las
preguntas son obvias: ¿fue un cambio de propiedad de la marca que se extendió
por algunas décadas, o simplemente una elaboración hecha por Fernández y Sust
para Durán? El tema da para mucho más, ya que ambas firmas tienen registradas
compras y ventas de marcas a lo largo de su historia, así como la práctica de manufacturar
por cuenta y orden de terceros. Hoy sólo queremos señalarlo a modo de
aclaración, pero tal vez algún día tengamos las ganas y el tiempo para
investigar y llegar al fondo del entuerto.
Los fume,mas como espanta vecinos que como un placer...en las carreras de cafeteras en San Andrés De giles prendía uno y conseguía un buen espacio en la alambrada..
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