Como señalamos en más de una ocasión, los productos
italianos de consumo masivo llegaron a ser un símbolo de su nacionalidad,
especialmente durante los primeros tiempos del proceso unificador de ese país
llevado a cabo entre 1830 y 1870. En tal contexto no era rara la aparición de
artículos del fumar cuyos nombres resultaban alusivos a hechos y personajes que
encendían el fervor patriótico peninsular. El caso del cigarro Cavour es paradigmático, tal cual
analizamos en un par de entradas subidas hace algunos meses, pero el fenómeno
tuvo su correlato en la Argentina de las décadas siguientes, ya que en ella se
verificaba una evolución no menos trascendente por sus derivaciones sociales: la inmigración. Así, la industria toscanera criolla tuvo sus propios ejemplos
al respecto, como Solferino (1), Vincitor o Toscani Italia, entre otras marcas antiguas. No obstante, el espíritu
recalcitrantemente itálico de los primeros tiempos fue dando paso a una esencia
mucho más integrada con nuestro país a medida que transcurrieron los decenios.
Aquel
patriotismo subyacente en cada acto o expresión italianista entre 1860 y
1900 es fácilmente verificable para el historiador, así como su estrecha
relación con el mundo del tabaco. No eran muchos los países de entonces (ni lo
son hoy) que contaran con cigarros de impronta tan significativamente nacional
como el toscano, siempre asociado a la idiosincrasia, la cultura y la manera de
entender la vida en ese país. Al igual que ocurre con la cocina italiana -reconocida mundialmente por su perfil
contundente y sabroso-, los toscanos pronto pasaron a ser un símbolo genuino en
el mismo sentido, o sea, el de la potencia, el carácter y la personalidad
definida. En los comienzos de este proceso, semejante relación cigarro-país
solía tener como protagonistas a los héroes nacionales, que eran inmortalizados en diferentes manifestaciones artísticas, desde retratos de bersaglieri saboreando toscanos hasta escritos literarios que
enaltecían al rey Víctor Manuel con anécdotas relativas a sus hábitos de
fumador. Un caso paradigmático es el de la obra del pintor Gerolamo Induno (1825-1890), llamada “Garibaldi sulle alture de Sant’ Angelo”, en el que podemos
apreciar al famoso personaje atisbando el valle con un cigarro en la mano, con
toda seguridad un Cavour o un toscano. Y esto no es una suposición: más allá de
que Garibaldi era un reconocido aficionado toscanero, fumar cigarros que no
fueran los propios de la península era considerado poco menos que un acto de
traición en aquellos días.
Ahora bien, dijimos que el ardor patriótico de
marras fue acompañado por los inmigrantes que llegaban a la Argentina, lo cual
es un hecho inequívoco. Luego de varios años investigando el tema, una de las
cosas que puedo asegurar con total convencimiento es que los puros italianos
fumados en nuestro país entre 1861 (año de la primera importación) y finales de
la década de 1880 eran parte de un consumo absoluta y totalmente acotado a los
habitantes de esa nacionalidad, dado que nuestros compatriotas de entonces
preferían los cigarros correntinos, cubanos, brasileros y paraguayos. Recién
hacia 1890 el toscano empezaría a perder
su aureola netamente foránea, precisamente cuando comenzó a ser fabricado por
los establecimientos tabacaleros argentinos y apreciado por los nativos del
país. Podemos imaginar tal cambio del mismo modo que aconteció en el mundo de
la gastronomía y de las bebidas, por ejemplo, ya que en 1850 nadie hablaba de Barbera
o de Chianti, pero sí de Vino Carlón. Eso pasó a ser exactamente al revés con el advenimiento del
nuevo siglo: el otrora famoso Carlón quedó relegado al olvido mientras los
vinos peninsulares eran profusamente importados desde Europa e imitados por las
bodegas locales, toda vez que se registraba una acentuada asimilación del
sentir itálico en nuestra propia cultura. Exactamente lo mismo, pero en
términos de tabaco, sucedió con el toscano, iniciando así una época de oro que
lo llevaría a constituirse como el puro más vendido del país en los siguientes
setenta años.
Por lo visto, tenemos al cigarro de nuestro
interés marcando un proceso social por partida doble. En un sentido, el éxito
del toscano representa la integración de
las colectividades a la cultura argentina. Y en otro, personifica la incorporación de elementos foráneos al
sentir nacional, lo cual ocurrió idénticamente con las comidas, las bebidas, el
lenguaje, la música y las demás expresiones del comportamiento. El toscano,
símbolo de la unión histórica entre italianos y argentinos. ¿Quién lo hubiera
dicho?
Notas:
(1) Solferino fue una marca elaborada por la
fábrica de Stecchi, Barbero y Comelli a
comienzos del siglo XX. El nombre se relaciona con la batalla librada en
Lombardía el 24 de Junio de 1859, muy cerca de la localidad homónima, que tuvo
como protagonistas a los austríacos, por un lado, y a la alianza entre el Reino de Piamonte y Cerdeña (antecesor
del estado italiano unido) y Francia, por el otro. La importancia de la
contienda era tal que actuaron como comandantes
los líderes supremos de cada nación involucrada: el emperador Francisco
José de Austria, Napoleón III de Francia y Víctor Manuel II de Piamonte y
Cerdeña. El triunfo les correspondió a los aliados tras nueve horas de
durísimos combates.
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