La
apariencia es una característica saliente del producto que aquí nos ocupa, su
sello inconfundible, el signo que lo distingue de cualquier otro, ya que todo cigarro troncocónico con sus dos extremos abiertos, idénticos y aptos para
pitar sólo puede ser un toscano, genuino o imitación. Ello también le
proporciona al consumidor opciones poco frecuentes entre otros productos del
mismo género. Una es la alternativa de generar dos unidades pequeñas a partir
de un mismo puro, y otra -en función de ello- es la
dualidad de maneras para fumarlo: cortado al medio (amezzato o mezzo toscano)
o entero (alla maremmana). Ahora
bien, para los que nos interesa la historia de este emblema de la
italianidad existe una gran
incógnita relativa al modo en que lo
abordaba durante sus primeros tiempos. En este blog, que estudia específicamente
la historia del toscano en la Argentina, semejante dilema es un motivo adicional
de investigación. ¿Cómo se fumaba antiguamente el toscano en nuestro país,
cortado o entero?
Si le
planteamos el interrogante a cualquier persona mayor de hoy es obvio que la respuesta será siempre la primera alternativa, dado que ese es el recuerdo de
los tiempos que pueden ser evocados actualmente, es decir, lo ocurrido hace
cincuenta, sesenta o setenta años. Y la añoranza es correcta: salvo excepciones
puntuales, el grueso de los consumidores del siglo XX seguía la práctica del medio toscano. Para sostenerlo
sobran indicios escritos, fílmicos y
fotográficos, además de la memoria colectiva. Pero también sabemos que la
historia toscanera nacional arranca mucho antes, en 1861, cuando se realizó la
primera importación de cigarros italianos. Bien podría ser factible que el
transcurso de los años haya producido un lento cambio al respecto, desde un origen maremmana hasta la supremacía del ammezzato a partir del
novecientos. Hay varias razones para esbozar esa duda, de las cuales las dos
siguientes son las más interesantes:
1- En el siglo XIX
existía una moda por los cigarros largos y delgados, como las panetelas cubanas
y los brissagos del centro de Europa,
que se fue apagando hacia el final de dicha centuria. Tiene mucho sentido
pensar que el toscano, fumado entero, formaba parte de esa corriente de
consumo.
2- No hay registros
de presentaciones al consumidor en paquetes de “medios toscanos” (1) que sean anteriores
a los años treinta del siglo XX, por lo que es razonable inferir que hasta entonces
las fábricas los producían, envasaban y comercializaban siempre enteros.
Desde ya debe quedar
claro que la precisión histórica comienza a desvanecerse a media que nos
remontamos hacia el pasado, y que eso es significativamente marcado en el caso
del toscano, cuya cotidianeidad masiva entre el consumo tabacalero es tan
evidente como difícil de ubicar en términos documentales o testimoniales. Incluso resulta más sencillo el hallazgo de antiguos textos que mencionan a los
otros dos puros típicos de la península (el Cavour y el Brissago), pero las citas
explícitas del toscano son harto escasas antes de la década de 1890. ¿Cómo
podemos discernir, entonces, si se lo fumaba entero o cortado en sus primeros
tiempos, cuando era un artículo propio de la incipiente inmigración? No lo sabemos, de hecho, y quizás nunca
tengamos ese conocimiento, pero los dos puntos mencionados antes son
suficientes para sospechar que no siempre se lo fumó al estilo ammezato, tan popular en las épocas más
recientes. Tal vez algún día podamos avanzar más sobre esta cuestión, pero por
ahora dejamos planteada la duda y reafirmamos el compromiso de seguir
investigando. Para terminar, vemos lo que dicen los propios italianos sobre las
diferencias entre las modalidades ammezato y maremmana (2):
“El toscano nació como un cigarro para pobres, para el
pueblo, y en ese sentido se afirma como un símbolo de la civilización, del
trabajo humilde (…). Por estas razones históricas y culturales, y también
puramente económicas, el estereotipo del toscano siempre se ha representado
como el ammezzato. Hoy en día, sin
duda, somos más ricos que nuestros antepasados y por lo tanto podemos darnos
el lujo de fumarlo en ambas formas (3). El modo maremmana se deriva de
la costumbre de los vaqueros (4) de montar un caballo durante la mayor parte
del día y tener que sujetar firmemente las riendas; por lo tanto no tenían la
oportunidad de cortarlo en dos. Fumar el
toscano entero nos permite no sólo el
tiempo para saborear desde la primera pitada todas sus características, sino
también obtener un humo más fresco. La duplicación de la longitud de la ruta
incrementa las características del sabor del humo mientras que le da la
oportunidad de refrescarse (5). Además, el doble de tiempo nos permite apreciar
las diferencias que existen entre la primera calada, el corazón del cigarro
-que es también la parte más ancha- y el segmento final. La segunda forma, cortado al medio, obedece más a menudo a la practicidad que a
la parsimonia (…). El mezzo toscano es un hijo malicioso del humo de los tiempos modernos, frenético, y ante la falta de tiempo disponible preferimos
una fumada breve pero intensa (6). De hecho, el ammezato resulta ser más fuerte que todo el cigarro, y por lo tanto
menos adecuado para los principiantes o las primeras horas del día, cuando
usted está con el estómago vacío”.
Notas:
(1) El
lenguaje popular argentino acuñó un término que luego fue adoptado y utilizado
por la propia industria, consistente en llamarlos simplemente por el diminutivo
de “toscanitos”. Con esa denominación se presentaron los paquetes de medios
toscanos (generalmente de 4 unidades) a partir de la década de 1940.
(2) El
párrafo pertenece a un libro virtual escrito por un grupo de aficionados que
participan del foro Accademia del fumo
lento http://accademiafumolento.forumfree.it/
(3) Se refiere, claro está, a que fumar amezzato tenía motivaciones de escala
social, puesto que permitía a los más pobres disfrutar de dos fumadas
independientes y completas a partir de un único toscano.
(4)
Desde luego que no está hablando de los cowboys
del oeste norteamericano, sino de los butteri
(vaqueros) de la región de la Maremma,
en Toscana, donde la tradición ganadera tiene siglos de antigüedad. De allí
precisamente proviene la denominación alla maremmana.
(5) Es
decir, de no llegar tan caliente a la boca.
(6) Tal
consideración es absolutamente acertada e históricamente correcta. Sobre el
tema hicimos una entrada hace algunos meses bajo el título “El triunfo del
cigarro urbano”
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