En la entrada anterior del tema resumimos los principales antecedentes históricos del cigarro
Cavour, un producto oriundo de Italia que saltó a la fama en la segunda mitad del siglo XIX hasta situarse como líder de ventas entre sus
pares de igual origen, superando incluso al mismísimo protagonista de este
blog. Ese predominio llegó a su fin en las postrimerías del decenio 1880, pero
la historia de tan singular y olvidado artículo merecía, de todos modos, una
evocación. Al respecto, también hablamos
del nutrido comercio importador y de la no menos destacada manufactura
nacional. Veamos como ejemplo lo que decía un fragmento de cierta
publicidad de la afamada cigarrería “El
Día” (1) difundida en “Caras y Caretas” del año 1901. Vale aclarar que la frase incluye numerosas denominaciones de
cigarros puros, cigarrillos y tabacos propias de la época: “de todo hay en El Día: brissago, habano, francés, alemán, Bahía,
americano, Cavour, toscano,
Garibaldi, Las Pampas, Carnaval, Irma, Baldissera, Rivadavia, damitas, aristos,
Hilda, jazmines, panetela, Petit Bouquet, cigarrillos El Día números 1, 2 y 3, Revolución, Emperador, Mensajero y Teatro. ¿Qué más podéis apetecer? ¿Qué más
puede desear vuestra insaciable ambición? Con las marcas citadas y otras que omito, no sólo conseguiréis salvaros de los profundos, sino que además el olor
del tabaco hará que no se os apolille la ropa…”
Semejante popularidad fue perdiendo vigencia hasta
desaparecer de nuestro mercado a comienzos de los años treinta, mientras que en
su país natal pasó por un lento proceso de agonía que culminó en 1984, cuando
el artículo fue discontinuado. Actualmente no hay manera de fumar un Cavour
legítimo, pero existe la posibilidad de recurrir a un cigarro con cierta
semejanza organoléptica. Y ese cigarro, precisamente, es el caliqueño, puro de características artesanales muy
típico del levante español, en especial de las tres áreas que componen la
Comunidad Valenciana: Valencia, Alicante y Castellón. El tabaco utilizado allí
es del tipo Burley, que cultiva en la
misma zona, pero lo importante (y que lo acerca al viejo Cavour) reside en
ciertas particularidades de su manufactura. Al igual que el Cavour, el
Caliqueño pierde toda la humedad
mediante un estacionamiento en hornos especiales que lo vuelve seco y
consistente al tacto (2). Su formato también se asemeja gracias al porte cilíndrico, definido, recto (eventualmente “combado” por la propia característica manual de la confección),
similar a los antiguos -y escasos- testimonios gráficos del modelo italiano. En
definitiva, hablamos de un cigarro europeo, elaborado con una materia prima
bastante comparable, curado al calor y de idéntica conformación visual. Tales
similitudes nos llevaron a realizar una degustación analítica, con el propósito
histórico de sondear lo más parecido al pretérito cigarro que nos interesa en
esta entrada, al menos entre las limitadas opciones disponibles en nuestros
días.
Enrique Devito, el amigo que siempre nos acompaña para estas ocasiones, fue quien compartió la experiencia tabaquística llevada a cabo en
casa de Augusto Foix, que se encargó de las fotos. Los ejemplares elegidos
corresponden a la marca Canaleños, de
la Compañía de Tabacos de La Canal de Navarrés. No hubo dificultad alguna con el encendido, al que siguió un buen
tiraje, regular y constante durante toda la fumada. De inmediato empezaron a
surgir esas notas siempre asociadas con los buenos cigarros que pasan por un
proceso de deshidratación forzado: maderas nobles, minerales y cierto picor
gustativo, dentro de valores de cuerpo medio que se acentuaron ligeramente
hacia el final. La ceniza tuvo una buena consistencia, lo que habla de una
correcta confección y terminación. No quedaron dudas sobre la calidad de lo
probado y sobre su manufactura impecable,
resultado de una artesanía centenaria difundida en muchas partes de
Europa.
Así culminamos nuestra cata, satisfechos de haber
experimentado los efluvios de un cigarro diferente a todos los módulos y tipos
que suelen circular dentro del género, pero dotado de ciertos acentos que nos
acercaron, por un bueno rato, a lo que supo ser el Cavour en los días en que
era fumado por millones de habitantes del territorio argentino.
Notas:
(1) Hacia 1900, la cigarrería y fábrica de tabacos El Día se situaba en el Paseo de Julio 674
(actual Leandro N. Alem) y era propiedad de Francisco Bernárdez. Por esa
ubicación céntrica tuvo una notoriedad
muy grande entre los fumadores de su tiempo. En 1911 pasó a manos de una
empresa de mayor envergadura, y posteriormente fue adquirida por la firma
Piccardo.
(2) El Cavour de antaño se secaba a fuego de leña. Para el
caliqueño se utilizan hornos eléctricos. Por eso no hallamos rasgos ahumados
que seguramente sí tenían los especímenes italianos del ayer, y que aún
conservan los toscanos auténticos gracias al “curato a fuoco di legno” efectuado con las especies roble y haya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario