Los años posteriores a la finalización de la Segunda Guerra
Mundial marcaron un período de profundas transformaciones en las sociedades del
mundo libre. Para la Argentina también fue una época de importantes sucesos económicos,
sociales y políticos que modificaron para siempre la manera de vivir de sus
habitantes. En su obra Historia del
tabaco, publicada en 1940, Juan Domenech ya advertía los cambios producidos
por las modas de la época que llevaban a la gente a inclinarse cada vez más por
el cigarrillo de tabaco rubio, manufacturado a imagen y semejanza de aquellos
prototipos popularizados en las escenas del cine. Nos guste o no, la sociedad
de consumo (en un porcentaje ampliamente mayoritario) se vuelca siempre hacia los
hábitos considerados novedosos. Y Hollywood
era, en ese tiempo, el lugar desde donde surgían muchas tendencias
recogidas luego en todos los rincones del planeta.
Habría infinidad de ejemplos para graficarlo en diversos
ámbitos, pero basta un puñado de ellos. Verbigracia, mientras el plástico reemplazaba
a materiales seculares como el cartón, la madera y la tela, el transporte
automotor hacía lo propio con los vetustos ferrocarriles y el vino suelto en
cascos dejaba lugar a las botellas. Paralelamente, los cigarrillos suaves
desplazaban a los cigarros puros tan generalizados durante la segunda mitad del
siglo XIX y las primeras décadas del XX. Comenzando el decenio de 1950 dio
inicio una agresiva política de promoción publicitaria por parte de las grandes
empresas del tabaco, que en los años anteriores se habían concentrado en pocas
manos bajo el paraguas de los poderosos trust
norteamericanos. Mediante imágenes
que estimulaban su consumo como parte de un modo de vida activo, inteligente,
moderno y bien conectado con las últimas corrientes internacionales, los rubios con filtro coparon rápidamente la
plaza en detrimento de las otrora célebres tagarninas
de tabaco negro, los puros y, por supuesto, los toscanos.
Un género musical que padecía su propia debacle cronológica a
manos del rock and roll y el twist dio origen a una pieza cuya letra
explica bastante bien la imagen de los cigarros italianos de acuerdo con el
ideario social de la posguerra. Se trata del tango Un boliche, de Cabano y Acuña, cuya estrofa inicial dice lo
siguiente (1):
Un boliche como
tantos, una esquina como hay muchas,
un borracho que
serrucha su sueño de copetín.
Hay un tira que se
asoma, una copa sin monedas,
un punga que se las
toma y una caña sin servir.
Una partida de tute
entre cuatro veteranos,
que entre naipes y toscanos despilfarran su pensión.
Y acodado sobre el
mármol, agarrado con un broche,
En tiempos donde todo
era modernidad y nueva ola, ¿qué
futuro comercial podía caberle a un producto vinculado con sombríos bodegones
frecuentados por ancianos, borrachos y marginales? Las estadísticas de
fabricación y venta de toscanos que nos ofrece la Memoria del Ministerio de Hacienda a partir de 1963 son
terriblemente expresivas al respecto.
AÑO UNIDADES
1963 136.012.843
1964 99.038.887
1965 81.857.280
1966 82.617.180
1967 68.346.240
1968 62.337.673
1969 49.775.150
1970 s/d
1971 s/d
1972 34.468.425
1973 25.722.562
1974 29.067.975
1975 36.666.000
1976 32.766.120
Más que convincentes o significativas, tamañas cifras bien
pueden ser calificadas como cataclísmicas y demoledoras respecto al derrumbe de los puros que nos
ocupan entre las preferencias del público fumador argentino. La matemática es
incuestionable: un 81% de disminución en los diez años transcurridos desde 1963
hasta 1973. ¿Acaso alguna industria puede soportar una caída semejante sin
sufrir la paralización o el cierre definitivo de sus empresas más destacadas? Desde
luego que no. En efecto, para 1973 ya era historia el dueto de grandes factorías
toscaneras de los tiempos dorados y el apogeo productivo. Más allá de los
respectivos hitos que demuestran el comienzo de la decadencia, coincidentes ambos
en 1958 (ese año la SATI dejó de
pertenecer al gobierno italiano y quedó en manos de sus trabajadores a modo de
cooperativa, mientras que Avanti trasladó
sus operaciones a una planta mucho más pequeña en Posadas), fue en las fatídicas
décadas de los sesenta y los setenta que
tanto una como otra abandonaron la actividad de modo definitivo (2).
Promediando los 70 el cigarro toscano era algo del pasado,
en vías de extinción. Por suerte para quienes lo amamos nunca llegó a desaparecer
del todo. Incluso hoy se verifica un revival
de consumo que le otorga alguna prosperidad al par de empresas que aún se dedican a su manufactura (3). Por supuesto, ello no se acerca ni remotamente a sus tiempos
de oro, cuando la probabilidad de cruzarse con alguien fumando un ejemplar
en calles, bares, fábricas, muelles, estaciones y casi todos los ámbitos públicos era altísima. Entonces, en vista de
lo analizado durante las tres entradas precedentes, ¿cuál fue esa época dorada en términos numéricos incontrovertibles?
¿Hay alguna manera de establecerlo estadísticamente? Hacia allí nos enfocaremos
muy pronto, en la cuarta y última nota de la serie.
CONTINUARÁ…
Notas:
(1) Debido a que este blog suele ser visitado por
extranjeros hispano parlantes, van las siguientes traducciones al lenguaje
formal para eventuales legos en lunfardo y demás terminologías populares
porteñas. Tira: policía. Punga: hurtador, ratero. Tute: juego de cartas españolas. Curda: ebrio, borracho.
(2) En manos de sus empleados, la SATI subsistió en la
ubicación tradicional del barrio porteño
de Villa Real hasta 1965. Luego se trasladó a un galpón de la calle Tinogasta
por poco meses, y finalmente cerró para siempre. Avanti pasó a manos de otra
empresa en 1971 (EMATEC) y se mantuvo así por algún tiempo para luego
trasladarse nuevamente a Buenos Aires de la mano de la Tabacalera Sudamericana y, más tarde, de la Tabacalera Sarandí, que es la actual poseedora de la marca.
(3) Siempre hablando de Argentina, claro está. En Italia sucede
un fenómeno paralelo pero mucho más marcado, con la importante diferencia de
que allí los toscanos han pasado a ser considerados un hábito chic, elegante, muy relacionado al mundo
gourmet.
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