Cómo eran los aromas y sabores del toscano en los viejos tiempos es una
pregunta que moviliza en forma perenne nuestras investigaciones. Ahora bien,
dicho costado vinculado a los sentidos constituye el punto más difícil de
abordar desde un enfoque histórico. Siempre es factible el hallazgo de
registros, testimonios y citas sobre la
industria toscanera del período fundacional (tanto en Italia como en Argentina),
pero definir el perfil aromático y gustativo que tenían los antiguos ejemplares implica una labor
ciertamente compleja. Así como no hay manera de evaluar un vino sin haberlo
bebido, es imposible precisar las características de un toscano sin haberlo
fumado. Y cuando el centro de atención pasa por los prototipos de hace cien o
ciento cincuenta años, tenemos frente a nosotros un problema de naturaleza tan
simple como irresoluble: ya no hay más.
Ante semejante obstáculo podemos construir hipótesis
basadas en aquellos datos del pasado que nos resultan accesibles con menor
dificultad. Así, los tipos de tabaco, los procesos de manufactura y los
sistemas de secado y estacionamiento que se empleaban entonces permiten
delinear con algún grado de certeza una cierta silueta sensorial. Pero hay una
segunda forma de búsqueda que va ganando nuestro ánimo y nos produce cada vez
mayor confianza, sobre todo cuando hablamos del antiguo y legítimo toscano italiano
importado durante casi ochenta años. Esta manera alternativa no es otra que
degustar analíticamente los herederos modernos
del acervo tabacalero peninsular, o sea, los toscanos italianos
actuales. Basándonos siempre en elementos históricos muy definidos practicamos
ese método cuatro veces, según consta en las entradas correspondientes. Primero
fue el toscano Originale, luego un
par de especímenes saborizados del segmento Aroma,
después el Classico y más tarde el Originale 150.
Para esta ocasión elegimos el Toscano Garibaldi, lanzado al
mercado hacia1982 como homenaje a Giussepe
Garibaldi en el centenario de su muerte. Con excepción del formato (1), desde
entonces hasta hoy ha conservado ciertas características esenciales centradas en
sabores relativamente livianos (2). Independientemente
de eso y de ser la etiqueta toscanífera más barata, el Garibaldi se identifica por su armado a máquina muy simple,
bastante suelto (con el tabaco menos “comprimido”), y por un color exterior
sumamente variable dentro de la gama cromática de los marrones claros. Todos
estos atributos resumen el motivo que nos llevó a incluirlo en nuestras catas de “indagación histórica”. ¿La
explicación? Creemos que los toscanos del período 1860 -1880 (sus primeras dos
décadas en Argentina) tenían bastante simpleza de sabor, menos intensa y ahumada en comparación con los
que vendrían a finales del siglo XIX. Hay muchos vestigios de época que
permiten suponerlo así, pero los principales son dos: el uso de tabacos que aún
no eran del tipo Kentucky y el curato a
fuoco mediante procedimientos carentes de homogeneidad.
Otra vez elegí la quietud de la noche para el examen
sensorial que llevé a cabo en un ámbito perfectamente acorde a la idea de
“viajar al pasado”: un viejo coche de madera del Ferrocarril Oeste construido en 1909 (3). Aunque ya es una rutina
en nuestras reseñas, seremos metódicos diciendo una vez más que el encendido fue realizado sin problemas y que el tiraje posterior resultó perfecto, tanto como
la consistencia de la ceniza. Combustión y algunos minutos mediante se comprueba perfectamente la
sencillez antedicha en forma de aromas plenos pero mucho menos intensos que
cualquier otro ejemplar de la línea italiana moderna, así como también por percepciones
sápidas de cuerpo medio, con cierto tono vegetal y muy pocos acentos tostados y
ahumados (tan comunes en otros casos). En definitiva, lo probado está
en sintonía con el perfil histórico que buscábamos: un cigarro de rasgos
“primitivos”, menos complejo y trabajado, probablemente análogo al toscano de
los primeros tiempos. Así como existen modelos que se destacan por los tonos
evocadores de combustión leñosa (Classico,
Extra Vecchio, Antico) y otros en los que predominan bordes minerales (Antica Riserva, Originale, Originale 150),
el Garibaldi porta consigo un sabor
básico a tabaco de campo natural, directo, sin perder en ningún momento la
identidad toscanera encarnada por el puro fragante y vigoroso.
¿Encontramos un “eslabón perdido”? ¿Dimos con el sabor a toscano que
acompañó a la inmigración italiana de vanguardia? Quizás, pero lo bueno es que no
nos conformamos con ello: seguiremos buscando y probando cuanto módulo pase por
nuestras manos. Seguramente, algún motivo de orden histórico nos brindará la
excusa para hacerlo.
Notas:
(1) En el transcurso de tres décadas y media fue comercializado
en diferentes formatos, tanto entero como amezzato:
más largos y más cortos, más gruesos o más delgados, sufriendo frecuentes cambios
de packaging para adaptarse a esas
mutaciones. La foto situada al
costado del tercer párrafo muestra tres modelos de cajas de Garibaldi que obran en mi poder,
adquiridas en Italia entre 2003 y 2016. Los que degustamos esta vez son los más
recientes, enteros, comprados en Mayo último. También existe hoy un nuevo
prototipo levemente más caro de “edición
limitada”, presentado en envases de dos unidades con el nombre Garibaldi Il Grande.
(2) Siempre aclaro que hablar de toscanos “livianos” o “suaves”
sólo se aplica de manera comparativa con los de su misma familia. Los toscanos son
invariablemente cigarros potentes y aromáticos, por lo que esos adjetivos pierden
valor si intentamos confrontarlos con el resto de los cigarros puros de
cualquier tipo y procedencia.
(3) Preservado y custodiado por el Ferroclub Argentino.
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