Camillo Benso, más
conocido como el Conde de Cavour (1810-1861),
fue un político italiano que tuvo un protagonismo decisivo en la unificación de
ese país. Iniciada hacia 1830, proclamada en 1861 y culminada efectivamente en
1870, semejante evolución histórica dio comienzo en el antiguo Reino de Piamonte y Cerdeña para extenderse
paulatinamente mediante tratados, negociaciones y guerras a lo largo de
cuarenta años. Junto con el rey Víctor Manuel y el célebre Giuseppe Garibaldi,
Cavour es hoy un prócer de la nación peninsular. Y eso, como es lógico, era
mucho más marcado en plena euforia de aquellos años, con el consecuente uso de
su nombre para bautizar no sólo edificios públicos, localidades y calles, sino
también productos de consumo masivo. Entre ellos, un cigarro que fue
considerado casi “patriótico” y que logró competir con el toscano en términos
de popularidad y ventas hasta bien entrada la década de 1880.
Fue así que en los comienzos del decenio de 1860 apareció
en Italia (más precisamente, en Piamonte) un puro en homenaje al estadista de marras, cuyo formato no iba mucho
más allá de lo normal y regular -una media corona cubana- pero que,
no obstante, tenía una particularidad realmente única: el tabaco utilizado
en su manufactura era tratado con óxido de hierro. Según una especie de
leyenda, tal proceso se debía a la mezcla “accidental” entre un cigarro y
cierto líquido ferroso ocurrida en el propio escritorio del conde. Aunque esta
versión resulta poco creíble (como tantos otros mitos sobre el origen de
artículos masivos), lo cierto es que el baño previo en agua saturada con
herrumbre le confería un gusto especial y producía el rápido oscurecimiento de
la capa, confiriéndole el color intenso tan apreciado en aquellos tiempos. Algunos antiguos textos especializados italianos detallan todo el procedimiento
para la correcta elaboración del Cavour, e incluso postulan sus opiniones sobre
la supuesta toxicidad del producto. En Cenni sul tabacco e dei modi di sua
manifattura nella reale azienda di Lucca,
editado en 1862, el autor asegura que “non é vero che le sostanze amare di
cui e composta la concia delle sue fasce siano nocive” (1)
De un modo u otro, el Cavour resultó un éxito de ventas y
logró posicionarse como el cigarro más vendido en Italia y en todos los países
con presencia de la inmigración italiana, al menos hasta finales de la década
ochenta del siglo XIX. A partir de allí, esa supremacía fue paulatinamente
perdida a manos del toscano (2) Pero el podio obtenido por el Cavour a lo largo
de treinta años fue mucho más allá de los meros aconteceres mercantiles, ya que
llegó a ser considerado el puro nacional de Italia y símbolo de la resistencia
patriótica durante el proceso de unificación. Una interesante anécdota pone en evidencia lo antedicho, involucrando
al Cavour como rival del Virginia o Brissago,
tan popular en Austria. En 1866, los italianos aprovecharon la guerra entre
Prusia y Austria para declarar su propia guerra a este último país y anexarse
el Véneto. Desde varios años antes, muchos italianos residentes en la región
ponían en práctica una especia de “protesta pacífica” mediante el consumo del
cigarro Cavour (símbolo de Italia) en lugar del Virginia, típico de Austria. Esto
puede parecer una nimiedad a nuestros ojos actuales, pero evidentemente no lo
era entonces, ya que el propio Maximiliano de Habsburgo, gobernador austríaco del
Véneto, se vio obligado a dar explicaciones sobre el caso en el resumen de su
gestión titulado Il Governatorato del
Lombardo Véneto1857-1859. Allí habla sobre “l’uso dei sigari austriaci
sostituti con sigari piamontesi, conosciuti come Sigari Cavour, che venivano
introdotti di contrabando” La frase no necesita traducción y expone de manera
efectiva la rebeldía popular expresada a través de dos artículos del tabaco.
Desde luego, el Cavour también supo ser rey de los puros
peninsulares en la Argentina, con una nutrida importación y una no menos
destacada manufactura local. De ello da cuenta, por ejemplo, el censo Municipal de Buenos Aires de 1887,
en el que el puro que nos ocupa aparece como único representante del segmento
cigarros entre la numerosa miríada de productos evaluados en base a sus precios
mayoristas. Lo hallamos también en innumerables publicidades de tabacos y en el
libro de stock del Ferrocarril Sud de 1898 que venimos analizando desde hace
tiempo en Consumos del Ayer. Allí, con 8825 unidades a lo largo de 16 meses, se alza como el segundo en su tipo
más vendido en trenes y estaciones de la empresa, detrás del toscano. Una
última referencia ejemplificadora de su celebridad podemos encontrar en una
foto de Caras y Caretas del año 1907,
donde se lo puede ver junto a otros
cuatro puros (dos nacionales, un toscano y un Brissago) como ilustración del consumo de tabaco en nuestro país.
El Cavour dejó de producirse en la Argentina hace mucho
tiempo, a fines de la década de 1930. Lo propio sucedió en Italia en el año
1984, cuando el último ejemplar salió de una de las fábricas del Monopolio di Stato. Pero el autor de
este blog ha logrado encontrar (o al menos eso cree) un cigarro español muy
parecido a lo que debió ser el Sigaro
Cavour en sus buenos tiempos: el Caliqueño español elaborado en Valencia
(3). Por tal motivo, hicimos una degustación con espíritu histórico, tratando
de encontrar alguno de aquellos viejos aromas y sabores olvidados.
CONTINUARÁ…
Notas:
(1) “No es cierto
que las sustancias amargas de las que está compuesto el curtido de su capa son
perjudiciales”.
(2) En la próxima
entrada de este blog vamos a realizar un análisis pormenorizado de las razones
económicas, culturales y sociales por las cuales el toscano pasó a liderar las
ventas de cigarros italianos en todo el mundo a partir de 1890.
(3) Por supuesto,
y tal como es mi costumbre, en la segunda parte voy a exponer con mucho detalle
las razones por las que encuentro esa similitud entre el Caliqueño y el Cavour.
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