Lejos de ser estática, la historia está sujeta a cambios
permanentes relacionados no sólo con avances y descubrimientos en las ciencias
que la asisten (la arqueología, por
ejemplo), sino también con los paradigmas culturales. Muchas “verdades
históricas” reconocidas como tales en una época determinada son luego
desechadas y modificadas gracias a algún descubrimiento investigativo o,
simplemente, a los cambios de pensamiento. Por esa misma razón hemos afirmado en más de una oportunidad que
el estudio de la saga toscanera en Argentina es demasiado rica y compleja como
para dar lugar a cualquier pretensión de completitud. Sabemos bien que siempre
habrá alguna fábrica pequeña, alguna marca efímera o alguna anécdota inexorablemente oculta a nuestro conocimiento,
teniendo en cuenta la vastísima importación, fabricación y comercialización de
toscanos que caracterizó a nuestro país durante más de un siglo.
Pero también somos conscientes de los avances logrados en los cinco años de vida del blog, que nos permitieron tener una buena noción del camino
recorrido por los cigarros italianos desde su arribo a estas tierras. En una
perspectiva histórica amplia, ese conocimiento permite diferenciar varias
etapas bien marcadas que involucran hitos significativos. Las primeras importaciones,
los fabricantes pioneros, la aparición de las grandes manufacturas, la
generalización del consumo, la integración del toscano como hecho cultural (con
numerosas alusiones en la literatura y el cine a mediados del siglo XX), entre
otras, son expresiones de esa larga y colorida historia. A todo ello deben
sumarse los cambios lógicos que tales hechos generaron en el sabor del
producto, conforme evolucionaban las técnicas de elaboración y los tipos de
tabaco utilizados, tanto aquí como en Europa.
Entonces, ¿qué experiencias vivió y qué tipo de productos
saboreó un fumador de toscanos en la Argentina, de acuerdo a los tiempos que le
tocó vivir? Para responder esta pregunta creemos haber logrado individualizar
cuatro períodos de treinta años que se distinguen y diferencian perfectamente
entre sí -conjugables con sus
correspondientes generaciones de consumidores- que son los siguientes:
Primer período (1861-1890)
Este primer lapso representa la “prehistoria” del tabaco
peninsular en estas latitudes y su extraordinario crecimiento inicial,
enmarcado en la llegada masiva de inmigrantes. Todo indica que aquellas
introducciones precursoras de la década de 1860 estuvieron dirigidas casi
exclusivamente a la embrionaria colectividad itálica, para luego extenderse lentamente
a otros grupos humanos. Dicho período incluye un segundo acontecimiento
altamente significativo: la aparición, hacia 1880, de la manufactura vernácula.
No resulta sencillo imaginar cómo serían los ejemplares decimonónicos, tanto
importados como nacionales, pero hay indicios suficientes para suponer que ya
entonces se buscaba el perfil contundente, sabroso y aromático que hoy
distingue al toscano entre todos los puros del mundo.
Segundo período (1891-1920)
Como vimos y analizamos hace poco, la última década del
siglo XIX marca el despegue definitivo del consumo que nos convoca, con un
incremento casi exponencial en las cifras de importación y fabricación
autóctona. Como reflejo del fenómeno, entre 1900 y 1920 hay una incesante
aparición de fábricas pequeñas y medianas en Buenos Aires, Rosario y otros
puntos de la república, mientras abre sus puertas el establecimiento más grande
y célebre en la saga de nuestro interés: Avanti (1904). De manera concomitante comienzan a crecer -cualitativa y cuantitativamente- las
plantaciones de tabaco en las provincias de Tucumán, Corrientes y Misiones,
aunque aún se importa mucha materia
prima del exterior, especialmente de la variedad Kentucky norteamericana . Amén de la poderosa
competencia criolla (que se vuelve preponderante en 1912), la
introducción de cigarros italianos sufre los vaivenes políticos y económicos
que sacuden a Europa a partir del estallido de la Primera Guerra Mundial. Así y
todo, el toscano logra erigirse como el cigarro de hoja más popular del país,
fumado por argentinos y extranjeros de todas las edades.
Tercer período (1921-1950)
Conjuntamente con el perfeccionamiento técnico de la
elaboración toscanera italiana, estos años se caracterizan por la formación de
un estilo definido en la industria nacional. Las plantaciones tabacaleras
experimentales del NEA dan sus primeros resultados positivos hacia 1930, y a
partir de entonces comienza el reemplazo
de los tabacos foráneos. La importación de Europa sufre las consecuencias de
una fuerte volatilidad internacional: a la crisis de 1930 le sigue la Segunda
Guerra Mundial, que acaba definitivamente con la llegada de los embarques
italianos y suizos. Desde 1941, todos los toscanos comercializados en Argentina
son fabricados localmente, con una importante concentración del negocio en las dos mayores manufacturas: Avanti y
SATI. Los especímenes de la época logran alcanzar un sabor profundo,
terroso, equilibrado con los típicos acentos ahumados, ya que aún se practica
el tradicional secado a fuego de leña en casi todas las fábricas. No obstante
tamaña calidad, tipicidad y éxito comercial, hacia 1950 empieza a
verificarse una lenta caída en el consumo. Los toscanos siguen siendo muy
populares (se los menciona recurrentemente en la literatura y el cine) , pero
son vistos cada vez más como una “cosa de viejos”.
Cuarto período (1951-1980)
Las modas de la posguerra inclinan el consumo en favor de los
cigarrillos rubios. Los puros en general, y los toscanos en particular, sufren
las consecuencias de este nuevo modo de vida. Los resultados no tardan en
hacerse efectivos: en 1958, el gobierno italiano decide abandonar su
participación en la SATI, que
subsistirá algunos años más en manos de los empleados. Avanti, mientras
tanto, cierra su planta porteña de Villa Urquiza y se traslada a un taller
mucho más chico en Posadas, donde continúa hasta 1971. Durante la década de
1960 el consumo se derrumba dramáticamente al ritmo en que van cerrando las
pocas y últimas factorías pequeñas y medianas. Por falta de demanda, decrecen
también las plantaciones de tabacos Kentuckys correntinos y misioneros, a la
vez que se abandonan los antiguos y sabios procedimientos manufactureros. Ante
la paulatina desaparición de los viejas generaciones de consumidores -acostumbrados
al perfil sensorial contundente y perfumado- los toscanos se vuelven rústicos,
de cuerpo medio y aromas sencillos.
No hay mucho para decir luego de 1980. Del puñado de
establecimientos sobrevivientes al cataclismo de los años sesenta y setenta
sólo queda hoy el taller de la familia Zenobi y sus toscanos Luchador.
La rosarina Tabacos Colón, de Fernández y Sust, cerró por 1985, y los
toscanos Caminito, hechos en Zárate por la firma La Internacional, desaparecieron en
1992. Luego de que la CIBA abandonara el negocio definitivamente, la marca Avanti pasó por varias manos hasta culminar en la Tabacalera
Sarandí, que le dio un nuevo impulso hacia comienzos del siglo XXI. Se produjo
un fugaz regreso de los toscanos italianos entre 1997 y 2001 en sintonía con
la apertura dolarizada de la época, pero hubo (por fortuna) una vuelta importadora en 2013,
aún vigente, la cual nos permite encontrar un par de rótulos italianos genuinos en
los comercios especializados a ciento cincuenta y seis años del primer ingreso documentado en el puerto de Buenos Aires.
Así fue la historia de los toscanos en Argentina a lo largo
de cuatro generaciones, y continúa. Quienes pertenecemos a la quinta apenas alcanzamos a imaginar los tiempos de gloria, pletóricos de marcas argentinas y ejemplares
italianos y suizos. Pero lo bueno es que todavía, al menos, podemos darnos el
placentero lujo de perdernos en las volutas de humo toscanero -quizás menos
rico que antaño, pero válido al fin- tal cual lo hicieron nuestros antepasados durante un siglo y medio.
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